Revista Ciencia
Cuenta la leyenda que la Conciencia creadora de la Madre Tierra plantó las semillas de las diversas culturas, otorgándolas a cada una un don creativo y un lugar en el territorio de la conciencia, que delimitó por un cercado de ignorancia, necesario para poder hacer su trabajo sin interferir en el de los demás. Llamemos obstáculo a este límite.
A un pueblo le dio el don del amor a la naturaleza. Se sentiría tan unido a ella que nunca edificaría ciudades, sus construcciones serían tales que cuando las abandonasen, al poco tiempo, nadie podría decir que allí había habido un poblado. Serían uno con la Madre Tierra. Nunca se les ocurriría vender sus tierras, que considerarían tan solo en depósito. El obstáculo, la prueba, que deberían vivir consistiría en que algún día serían expulsados de esas tierras que tanto habían cuidado. Su corazón se rompería.
A otro le dio el conocimiento de la naturaleza interior.
Sentiría la presencia del Ser en su centro, nada exterior podría ocultar el Sol interior. La nada se convertiría en fuente inagotable de creación, estuviesen donde estuviesen. Su obstáculo consistiría en que sólo unos pocos podrían alcanzar la “iluminación”. Como el pianista en la orquesta, el maestro tocaría solo para un gran público. Habría clases, división, aunque sorprendentemente sus maestros sintiesen la unidad en su interior. Su corazón se rompería.
A un tercero le despertó el amor por la materia. Hasta tal punto se uniría a ella que se confundiría con la misma, creyendo que un ser humano es sólo algo material. Llegaría a dominarla de tal manera que avasallaría a los demás pueblos con sus inventos, olvidando que los otros eran creativos en la parte que les había tocado. Su prueba también sería dura, se olvidaría de su verdadera esencia espiritual, aunque paradójicamente, construiría los mayores templos. Su corazón se rompería.
Pero la Conciencia les tenía preparada una gran sorpresa. Había compuesto
La “Sinfonía de la Unidad” para que entre todos los pueblos de la Tierra la tocasen al unísono, cada uno con su instrumento –el don recibido-. Cuando todos estuviesen preparados la mágica música recompondría sus corazones, y las barreras de la ignorancia desaparecerían, permitiendo florecer –reconocer- la labor única de cada cultura.
Cuentan que ahora la orquesta está ensayando, y como cada instrumento va por su lado suena muy desafinado, están esperando a su director, que no es más que sus corazones unidos.
No es difícil imaginar de qué tres culturas se tratan. Este cuento nos narra el momento actual de la humanidad, es necesario para poder entender en profundidad el contexto en el que nace el “Nuevo Paradigma Científico”, territorio de la conciencia, que permite el desarrollo total de la Física Cuántica. No podemos entender esta parte de la ciencia, centenaria ya, sin tener presentes la sabiduría de todos los pueblos de la Tierra. La ciencia verdadera no sólo es patrimonio de todos, sino que debe ser creación de todos. Hoy, el avión nos acerca al chamán que nos enseña su sabiduría, en un centro de yoga situado en occidente.
El mundo de lo muy pequeño nos descubre a los occidentales lo que estaba más allá de nuestro cercado de ignorancia. Por eso nos parece algo ajeno, que incluso nos produce miedo. Hundiéndonos en la materia empezamos a trascenderla, como sumergiéndonos en el mar terminamos siempre tocando fondo.
Los primeros descubrimientos en la Física Cuántica dejaron tan desconcertados a sus creadores, que incluso, obteniendo resultados prácticos, dudaron de su trabajo. Algunos vivieron verdaderos cambios de conciencia como Niels Bohr y David Bohm. Debieron romper el cascarón cultural en el que habían nacido, para podernos contar el mundo exterior. El poyuelo rompe el huevo cuando tiene el tamaño adecuado y ya no le queda alimento dentro; no es, pues, sólo, un problema de crecimiento, sino también de sobrevivencia. La humanidad necesita romper sus huevos culturales, en los que cada pueblo ha logrado su crecimiento, si no quiere morir asfixiada y desnutrida en un espacio de conciencia que le viene pequeño.
Es necesario vivenciar el conocimiento, sentirlo, integrarlo en nuestra vida cotidiana, hacerlo parte de nuestra propia danza de la vida. El principal papel de las nuevas teorías no es el de proporcionarnos una tecnología que nos haga la vida más cómoda. Paradójicamente, estamos siempre buscando la comodidad, porque nos sentimos incómodos con la clase de vida que llevamos. Y en vez de revisar sus fundamentos, que nos obligaría a pensar y tomar compromisos, decidimos ir poniendo remiendos, como aquél que va apuntalando la casa, en vez de construir una nueva. Usamos una tecnología que la mayoría no entendemos, convirtiéndola en otra forma de dependencia.
El papel fundamental de los nuevos descubrimientos debe ser abrir nuestras mentes y recomponer nuestros corazones rotos, como dice la leyenda, a fuerza de chocar con nuestros límites culturales.
Pongamos como ejemplo el cómo una visión cuántica de la realidad puede dar una dimensión nueva al cotidiano ejemplo de comer, una visión mágica y racional a la vez.Todos nuestros átomos van siendo intercambiados con otros exteriores a nuestro cuerpo físico, a través del acto de comer. Nuestras células, se reproduzcan o no, van renovando sus átomos constantemente. Nuestro cuerpo es como un edificio en el que, continuamente, vamos cambiando unos ladrillos por otros, sin que, ¡sorprendentemente!, la estructura se venga a bajo. ¡Toda una danza, llena de magia y misterio…!. La mirada cuántica de nuestro cuerpo, más allá de la química molecular, abre nuestra mente a una visión sagrada del acto de comer, que se convierte en una danza de intercambio atómico con el resto de la naturaleza; reviviendo en nosotros la unidad de todas las cosas, que una visión materialista, que no verdaderamente material, nos había ocultado. Entramos, de esta manera, en contacto con el sentir del primer pueblo de la leyenda, que vivía en comunión con la naturaleza, y nos alejamos de la absurda idea de querer dominar la naturaleza, que es equivalente a querer esclavizarnos a nosotros mismos.
Dejemos, ahora, volar nuestra imaginación utilizando las alas del “Nuevo Paradigma Científico”. ¿Por qué intercambiamos átomos constantemente con el mundo exterior…?. ¿Por qué no utilizamos siempre, por ejemplo, los mismos átomos de calcio en nuestros huesos…?. ¿Por qué una pregunta tan evidente no se ha hecho antes en nuestra medicina…?.
Según la Cuántica, la inmensa mayor parte del volumen de cualquier átomo es espacio vacío. Podríamos decir que cada átomo es como una caja vacía. ¿Tiene sentido que estemos intercambiando continuamente “cajas vacías “ con el resto del planeta?. La lógica invita a pensar que debemos estar depositando algo en esas cajas, en un intercambio constante de “regalos”. ¿Qué son esos regalos…?. ¿Por qué los necesitamos para seguir experimentando la vida material…?.La visión cuántica activa, como nunca, la magia y el misterio de la vida en cada uno de nosotros, sin necesidad de dedicar nuestra vida a la ciencia. Tal vez, esos “regalos” sean un intercambio de conciencia entre todos los seres, vivos o no, en el sentido occidental de la palabra vida. Esto nos conduce al tema de la Conciencia, visto como un concepto más elevado y profundo de la Vida, más allá de lo material, en consonancia con el don del segundo pueblo de la leyenda.
La mirada cuántica del comer no termina aquí, es necesario mencionar los descubrimientos del biofísico Frit Albert Popp, que ponen de manifiesto que los átomos, a través de sus electrones, son también unos almacenes de luz; y, que comiendo, lo que estamos haciendo es nutrirnos de luz, sin la cual sería imposible que comenzarán la infinidad de reacciones químicas que sustentan nuestras células.Así, pues, un hecho tan cotidiano como el comer, necesita para ser comprendido de la visión integrada de las tres culturas. Nuestra nutrición nos recuerda que la vida no se puede entender como una mera suma de conocimientos. Su compresión está mucho más cerca de la idea de una danza de materia, luz y conciencia, que armoniza e integra todos los dones de todas las culturas: LA DANZA DE LA VIDA.
Artículo publicado por Carlos González en la revista:
"Dia de la Terra" nº 18 (septiembre 2006)
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