La Flor de Nochebuena, que alegra los días de Navidad, es uno de los grandes regalos de México para el mundo, pues esta maravillosa planta es originaria de nuestro país, muy apreciada desde tiempos de los aztecas. Fue cultivada esmeradamente en los selectos jardines de Netzahualcóyotl y del emperador Moctezuma.
Los botánicos la describen como un arbusto de hojas grandes, ovales, pálidas por la parte interior; la adornan brácteas de un hermosísimo color rojo encendido, por lo que su extraordinaria belleza y alto valor decorativo le han valido gran popularidad en el mundo entero.
Parece ser que esta flor es originaria de Tasco. Por lo menos de ahí la tomaron los padres franciscanos que vinieron de España en el siglo 16, para adornar el Santo Pesebre en los días de Navidad, ya que la flor era para los indios símbolo de renovación. Su nombre, “Cuetlaxochitl”, quiere decir “flor que se marchita”, pero que renace.
El botánico Juan Balme afirma que esta planta abundaba en los lomeríos de Tasco y en las colinas del Valle de Cuernavaca. Desde tiempos inmemoriales los indígenas obtuvieron de ella, por molienda, cocimiento y filtración, un colorante de tonos encendidos, que teñía de púrpura y amaranto las fibras del algodón. Además, del zumo de la planta, parecido a la leche, sacaban sustancias curativas para la fiebre.
Al iniciarse la vida independiente de México, en el siglo 19, llegó como embajador de Estados Unidos el señor Roberto Poinsett, funesto para nuestro país durante el período en que perdimos más de la mitad del territorio nacional en manos del vecino. Sin embargo, tuvo el tino de apreciar la Flor de Nochebuena y de darla a conocer en su país y en el mundo.
javiermedinaloera.com
Artículo publicado por la revista México Rural en su edición de diciembre de 2016.