Para dar título a este post (y para darle forma al contenido) me he inspirado en el que escribe Remo en el blog Pymes y Autónomos, que es muy revelador de los efectos negativos de las políticas de incentivos mal diseñadas. Comparto algunas de las reflexiones de Remo pues creo que se reproducen también en el ámbito de las ayudas o bonificaciones a la formación. Muchas veces los incentivos a la formación logran desincentivar la realización de la misma, por eso creo que la formación no puede ser bonificada.
Ayer, en el encuentro comercial que AJE organizó en el Vivero de Vicálvaro, pude hablar con varios centros de formación que desean incorporar la gestión de las bonificaciones a la formación que ellos imparten. Me resulta curioso que piensen que la posibilidad de ofertar formación “gratuita” (ya sabeis que casi nunca lo es) puede ser un aliciente o un argumento comercial de peso a la hora de cerrar una venta. Me soprende la cara que ponen cuando les recomiendo que no lo hagan, que no usen la gratuidad como argumento comercial. Deben pensar que estoy loco siendo mi negocio el de una entidad organizadora, pero mi razonamiento es contundente: si focalizas la atención del cliente sobre la gratuidad, estás destruyendo el foco hacia la diferencia y los beneficios de tu formación. Ya lo dice Remo en su artículo: “tenemos fijación funcional”.
En definitiva, siguiendo las hipótesis del citado artículo de Remo, quizá las empresas harían más formación si, en lugar de disponer de bonificaciones a la formación, tuvieran cero incentivos a la formación. Y que la Fundación Tripartita se dedicara a generar un entorno económico y laboral tal que no dejara más salida, a trabajadores y empresas, que formarse y desarrollarse como única forma de sobrevivir. Mientras esto no ocurra, creo que la formación no puede ser bonificada.
José Carlos Amo Pérez.