Ahí los tienen. Son lo que son y lo que representan. El capelo y la tiranía. El altar y el dinero, el cirio y la inclinación servil del poder, la inquisición y la corrupción. Tienen un gesto de acabada alianza, de ovejas escarbando en busca de raíces comunes, que las tienen. Uno hace casi una ablución, una barricada reaccionaria que aprieta manos y gestos, ante el expolio que acaba de hacer a la ciudadanía que ha llegado hasta el intento de cambiar el nombre a las cosas.
El otro acaba de sumergirse en sí mismo. En la camisa parda y ensangrentada de su suegro y en el mutilamiento de toda idea de justicia popular. La alternativa, un rudo clérigo de la estepa castellana, que quiere cambiar los raíles de la historia desde el campanario aldeano de sus ideas de sacristía rancia.
Uno es refugio de hijos beodos e impunes y el otro, en su paranoia de la mitra y la sotana, acaba de volver de una conspiración de la Unesco para hacer “a media humanidad homosexual”. No sabemos de qué lado ha vuelto tras su onírico viaje pastoral.
¿Sabes una cosa? Tengo que lograr que en mi ciudad todas las ovejas comulguen todos los días.
¡Bien hecho, monseñor! Y que después voten.
Para eso nos aliamos.
Lo malo es que a lo mejor no comen.
¡Tranquilo! Impondremos la dictadura proletaria de las sotanas.
Son pastores pero parecen rebaño. Son fábrica pero parecen chorizos. Ambos pasan el cepillo. A uno le renta 1.400.000 euros al año y todavía se permite el lujo de decir: “A la ciudad, no le viene que a “eso” se le llame Mezquita”. Claro, le viene bien a él, y a su cabildo y al basurero de sus “donativos” sin IVA. El otro pasa el cepillo de su ideología casposa donde no hay ciudadanos sino súbditos. Donde no hay mujeres sino sumisión al varón santificado. Donde no hay leyes sino beneficios. Donde no hay fiscales sino dictados.
Se les ve orondos y satisfechos. Y felices. Lo tienen todo y aún aspiran a más. Aspiran a la total sumisión, a las santas misiones donde el pueblo, sin trabajo, aspire incienso. Son criaturas de su dios, de su hambre y de su estafa a la verdad.
Tal vez dentro de unos lustros, cuando la impostura y la mentira sean vencidas, la foto, como un cadáver perentorio, nos diga hasta donde llegaron las aguas.
Entonces ya habremos sustituido la implantación de las mitras en los cerebros.