La fotografía, como disciplina artística, tiene algunas características particulares. Una de ellas es la posibilidad de obtener múltiples reproducciones idénticas de una misma obra, pudiendo encuadrar a todas ellas en la categoría de originales, causando más de un dolor de cabeza a quienes intentan valuarlas.

En este sentido, la fotografía toma distancia de la pintura, donde cada obra constituye un original único, acercándose un poco a la literatura, donde un mismo texto puede reproducirse infinidad de veces y en diferentes medios, sin alterar el contenido de la obra.
Para analizar este aspecto, podemos entender a la fotografía como una dualidad, comportándose a la vez como imagen y como objeto.
La fotografía como imagen está conformada por esa representación gráfica realizada gracias a la captura de la luz por parte del fotógrafo, independientemente del medio utilizado para visualizarla. De esta forma, la imagen se comporta de la misma manera que un relato o poema. Es un mensaje codificado con luces y sombras, formas y colores, en lugar de letras y signos de puntuación. Bajo este aspecto, la imagen como creación del autor, puede apreciarse en diferentes versiones que no signifiquen una alteración a la misma. Por ejemplo, puede estar registrada en diferentes soportes o en distintos tamaños, y siempre será la misma imagen, la misma obra.
Pero otros tipos de versiones pueden incluir ciertas alteraciones que, aunque la imagen original se mantenga reconocible, impliquen que ya no estemos frente a la misma fotografía. Si estos cambios no impactan en la esencia de la imagen, como ser una copia de menor calidad, podemos decir que se trata de una reproducción de la propia obra. Pero si los cambios son aún mayores, alterando el contenido, como ser una intervención deliberada de toda o parte de la imagen, o una réplica de las formas que la componen, pero en otro momento o circunstancia, entonces tendremos otra obra distinta a la que le dio origen, tratándose de una referencia, cita, derivación o apropiación. Eso sí, esta nueva obra juega con los límites de los Derechos de Autor.
Por otra parte, la fotografía como objeto incluye también el medio donde se registra la imagen. Este soporte puede ser de diferentes materiales, como papeles fotográficos de diversos tipos, celuloide, o incluso soportes menos tradicionales como vidrio o metal. Y cada uno de ellos lo otorga a la fotografía diferentes características, como ser textura, peso o volumen.
De esta forma, cada fotografía es en sí misma una pieza singular, pero no única, ya que pueden existir varios objetos fotográficos con la misma imagen. Por eso se han ideado métodos para poder individualizarlos y convertirlos en piezas únicas, como ser una firma, numeración o certificado, en función de poder valuar una obra con parámetros similares a los de otras producciones artísticas, como la pintura o la escultura.
Pero son sólo intentos de restringir la capacidad de reproducción que tiene la fotografía. Cuando existe un negativo, se lo puede marcar dañándolo de alguna forma para impedir la realización de más copias. Pero con los archivos digitales, sólo queda la confianza en el fotógrafo como garantía de la limitación de las copias impresas.
Más allá de esto, dada esta doble naturaleza de la fotografía, no sólo podemos valorar o juzgar una obra por la calidad estética o técnica de la imagen, sino también por la calidad y durabilidad de los materiales de su soporte.
Pero esta capacidad de reproducción de la imagen fue evolucionando con los diferentes procesos fotográficos utilizados a lo largo del tiempo. Los daguerrotipos, por ejemplo, eran piezas únicas. Pero con el calotipo, creado por William Fox Talbot, ya se generaba un negativo en papel a partir del cual se podían obtener múltiples copias. Lo mismo ocurre con los negativos en celuloide de la fotografía analógica convencional. Pero con la fotografía digital se puede llegar incluso al extremo de contar con imágenes totalmente inmateriales, que nunca tendrán su versión objeto. A estas obras sólo podemos admirarlas mientras se estén reproduciendo en un soporte temporal, como ser la pantalla de algún dispositivo. Y entonces la fotografía se acerca así a la música, que sólo podemos apreciarla hasta que dejen de sonar los últimos acordes.