Revista Opinión

La franja de gaza

Publicado el 05 septiembre 2014 por Franky
LA FRANJA DE GAZA Ahora, ha venido la tregua, pero los cincuenta días de guerra fueron terroríficos.

Los niños de Gaza han sido muerte de las bombas hebreas y escudo humano de los yihadistas y nacionalistas de Hamás, Movimiento de Resistencia Islámico, que no duda nunca en poner a su gente de parapeto en las trincheras. Judíos y palestinos son y han de ser declarados criminales de guerra.

El 90% de los israelíes respalda la descomunal ofensiva a Gaza; eso no se explica por el propósito de erradicar a Hamás, sino por la identificación absoluta del pueblo con su ejército; la población está entroncada con su ejército y sometida a una disciplina de entrenamiento para prevención de agresiones, en el contexto de un sevicio militar intensivo; los israelíes son en cierto modo el ejército y el ejército es el Estado, el ejército de Israel antecede incluso a la creación del propio Estado. Israel se basa en el arquetipo de líder, estratega y táctico, no para guiar el éxodo, sino para defender como sea la tierra prometida; por eso y por los sucios manejos de Hamás de esconder los depósitos de armas en escuelas, hospitales y mezquitas y esconderse tras las mujeres y los niños, ataca con tan inusitada ferocidad.

Al tratar de Israel y Palestina, lo habitual es el maniqueísmo. A parte de las opiniones pagadas por una de las partes, ya no sorprende comprobar las pétreas convicciones: de un lado están los buenos y del otro los malos. Al vivir en la región y hablar con ellos, apenas se puede afirmar que hay ocupantes y ocupados; unos y otros tienen ciertas razones de peso, aunque prefieran los reflejos propagandísticos. La gente se asombra, asiste consternada al baño de sangre; son largos días y son muchos los muertos y los heridos. La situación se ha agravado y se agrava más cada día por la obtusa cerrazón de las dos fuerzas tan dispares enfrentadas: la banda terrorista Hamás y el estado de Israel, que no ven más allá de su odio y el mutuo lanzamiento de misiles. No se vislumbra una solución, el enfrentamiento es muy hondo.

A los Palestinos, en 1948, también se les ofreció la creación de su Estado, pero ellos y la Liga Árabe lo rechzaron de plano. Hamás tampoco quiere un Estado, sólo vive su odio en sus túneles y escondido entre la población civil. Israel tiene motivos y derecho para defenderse de los ataques contra su población, pero eso no le faculta ni le da carta blanca para acometer una matanza indiscriminada de civiles; es cierto que Hamás, que es un grupo terrorista y como tal está catalogado, utiliza los colegios, mezquitas y hospitales como despósitos de sus arsenales (¿y quién los abascetece?), pero el empleo de la fuerza para responder a sus atentados no puede ser de tal ferocidad y desproporción; la matanza de su incursión en Gaza le va restando credibilidad a su causa y hunde en un gran foso de desprestigio a sus mandos. Esa es una consecuencia que Netanyahu no debe desdeñar. La ONU acusó tanto a israelíes, como a palestinos de violar la legislación y perpetrar crímenes de guerra, pero es hora de hacer algo más que criticar y auspiciar treguas; la situación ha degenerado y llegado a un extremo insostenible e insoportable. La comunidad internacional ha de buscar una solución al conflicto, tiene que implicarse directamente para lograr tres objetivos: Israel debe retirar su Ejército de la Franja de Gaza; Hamás dejará de instigar y hostigar el territorio israelí y, al a vez, destruir los túneles por los que los terroristas atacan a Israel; hay que silenciar las armas de los dos contendientes, un desarme total.

La zona necesita paz, es vital, una paz duradera que de estabilidad y lleve cordura a aquella tierra. La solución puede que esté en separarlos, alejar al uno del otro; los dos tienen aquella sagrada tierra como suya; es necesario el diálogo ante Abraham, Patriarca de las tres relogiones semíticas, judíos, cristianos y musulmanes; deben llegar a un acuerdo y alcanzar el perdón y la convivencia. Allí mismo, aún resuena la voz de Jesucristo que pide “amor de unos a otros, incluso a los enemigos”. “Poned amor y habrá amor”, dice S. Agustín.

C. Mudarra


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