El fútbol directo y físico de Brasil, que defiende Mourinho, destrozó el juego pausado y de combinación que practica España y representa Guardiola, en la final de la Copa Federaciones
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La final más deseada en la actualidad por los aficionados al fútbol se resolvió de manera inesperada con una contundente victoria de la selección brasileña (3-0), que desarrolló un juego directo y agresivo muy lejos de sus raíces, pero que le valió para proclamarse por cuarta vez campeón de la Copa Federaciones. La intensidad desplegada por los amarillos a lo largo de los 90 minutos, que se plasmó en una asfixiante presión a lo largo de todo el campo, destrozó el estilo pausado y de combinación que practica la España de Vicente del Bosque, que no pudo ni supo aumentar las revoluciones necesarias para hacer frente a la avalancha de energía que desprendió el combinado sudamericano. La furia desplegada por el pentacampeón del mundo, característica que no figura en sus genes, avasalló las esperanzas de una España que pretendía salir coronada como la mejor selección de la historia de este deporte en la catedral del fútbol mundial, Maracaná.Y combatir este gran reto que se proponía el combinado español, que destronaría a Brasil, fue lo que inyectó ríos de sangre en las venas de los de la canarinha, quienes estimulados hasta la extenuación por la afrenta que hubiera supuesto una victoria de España y una ruptura del impoluto historial que tienen en su país frente a equipos europeos, y llevados en volandas por una ruidosa e incansable afición, vapulearon sin piedad al actual campeón del mundo, que se encuentra muy lejos físicamente del nivel necesario para defender ese título. La roja hubiera necesitado muchas más dosis de estímulo para poder competir en igual de condiciones con los hombres de Luiz Felipe Scolari, así como mucha más intensidad y velocidad en sus acciones para equiparase al derroche de energía de los amarillo, que compensaron con creces la diferencia de calidad y, sobre todo, de juego de equipo con esfuerzo y entrega. Esto es lo que hizo que los brasileños se anticiparan en prácticamente todas las acciones, salieran beneficiados en la casi totalidad de los rebotes y maniatarán la conexiones de la medular española, centro tradicional de operaciones que nunca llegó a ejercer como acostumbra.
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La final de la Copa Federaciones recordó a los últimos duelos entre el Barcelona y el Real Madrid, en los que dos estilos opuestos midieron sus fuerzas repetidas veces. El Brasil de Scolari se asemejaba al Madrid de Mourinho, donde el balón pasaba de la defensa al ataque sin detenerse en el centro del campo, en el que la velocidad de la transición es una de las claves del éxito, donde la presión en todo el campo evita que el rival se adueñe del mismo, donde cuando no se llega por las buenas, se detiene el juego por las malas. ¿Se imaginan al Brasil de Pelé, Zico o Sócrates ejecutando casi 30 faltas en un partido? Impensable, ¿verdad? Pues el Brasil de Neymar superó las dos docenas de libres directos en su choque a sangre frente a una Roja mucho menos efectiva por la ruptura constante del ritmo de juego. Por el contrario, la España de Del Bosque se parecía al Barcelona de Guardiola y Tito Vilanova, que ha sucumbido últimamente ante el derroche físico y de velocidad de los blancos. Su afán por controlar la pelota sin ánimo de llegar a la portería rival no fue suficiente para imponer la absoluta supremacía que les ha dado a ambos equipos el dominio del esférico durante el último lustro.Brasil fue mucho mejor que España. Nadie lo puede poner en duda. Su determinación y entrega fue de un nivel muy superior al desarrollado por los integrantes de la Roja, quienes tampoco fueron capaces de aliarse con la diosa Fortuna, pues no gestionaron esa frágil alianza en ningún momento, ya que ni siquiera cuando tuvieron oportunidad de poder variar el sino del choque fueron capaces de culminar tal opción. Ni cuando Pedro dispuso de una inmejorable ocasión para superar a Julio César en un uno contra uno con 1-0 en el marcador, ni cuando Ramos erró un nuevo penalti, este ya con un 3-0 en el electrónico, mostraron los protagonista hispanos la determinación suficiente como para lograr el objeto deseado. No era su día ni se le aproximaba. Por contra, su rival tenía muy claro el camino que les iba a servir para mantener su virginidad a salvo y sentar las bases para un nuevo asalto al centro mundial que han lucido ya en cinco ocasiones. Eso sí, ningún equipo del mundo que hubiera ocupado el lugar de España habría sido capaz de minimizar la sobredosis de adrenalina que desprendían los locales.
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Y como era de esperar, esta primera gran derrota del combinado nacional desde que lo comanda el salmantino tranquilo ha abierto la caja de la críticas a degüello. Ahora renacen numerosos agoreros que ya pronosticaban el ocaso de la Roja. La asignatura pendiente de la Copa de Federaciones ha supuesto para muchos el final del un ciclo. Es posible. Pero dudo que este equipo que ha impuesto sus galones ante todas las grandes selecciones del planeta fútbol durante los últimos cinco años vaya a convertirse de golpe en el valle de lágrimas al que acostumbró durante décadas. Para muchos periodistas, tertulianos y aficionados esta debacle ha firmado el acta de defunción de media selección. Pero de estos 23 hombres saldrán la gran base del combinado que defenderá a España en el próximo Mundial, que también se disputará en Brasil el año que viene. Y a pesar de este tropezón, la Roja seguirá siendo uno de los principales favoritos a sumar un nuevo cetro de oro, y ninguna selección la querrá como rival en las eliminatorias, porque su fútbol en condiciones normales sigue siendo de otra galaxia. Y si no, que se lo pregunten a Francia o Uruguay, dos campeones del mundo que recientemente han sentido en sus carnes los destrozos que sigue produciendo el mejor combinado nacional de todos los tiempos.