Puede resultar paradójico relacionar a la Genealogía con los conceptos de humildad y tolerancia, pero lo cierto es que mantienen una estrecha relación, siempre que concibamos a esta disciplina como lo que es, el estudio de la historia familiar.
Colectivamente aún visualizamos el estereotipo del genealogista pretencioso que reclama ser notorio por descender de determinados ilustres antepasados. Aún peor, se mantiene el convencimiento de muchas personas que consideran no “tener” genealogía, es decir, que están convencidos de que sus ancestros eran gente humilde y que por tanto el concepto de Genealogía les queda grande. Afortunadamente, todo ello es ya un tópico del pasado y cada vez resulta más anacrónica la figura del genealogista clásico, puesto que el conocimiento de nuestras familias nos conduce a fomentar unos valores totalmente opuestos.
Basta con formular unas sencillas preguntas a cualquier genealogista avanzado, ¿puedes afirmar que todos tus antepasados proceden de una región o incluso de un país determinado? ¿todas las ramas han mantenido un mismo estatus social elevado? O incluso si recurrimos a los criterios clásicos de “pureza”, ¿crees que todos tus antepasados eran limpios de sangre? (que cada cual considere qué es ser limpio según sus propias fobias y filias). Las respuestas sinceras, en el 99,99% de los casos, deben ser NO.
Surgirá entonces una duda, ¿cómo puede ser que haya gente que solo exhiba ilustres antepasados? Solo caben dos explicaciones, ocultando las ramas que no les interesan, algo muy frecuente, o bien falseando sus orígenes.
Y de hecho, es algo fantástico observar cómo la valía y la tenacidad de algunas personas y familias les hizo salir de la pobreza y la postración y alcanzar un merecido reconocimiento. Mientras tanto, otros linajes decaían por sus propios errores o por circunstancias desgraciadas. Para ello muchas veces hubo que emigrar, las menos como altos funcionarios o ricos propietarios, las más en condiciones precarias e incluso ínfimas.
Entre nuestros antepasados habrá sin duda personas encomiables, que gozaron de enorme prestigio y reputación merecidos, pero también debemos asumir que otros muchos los hubiéramos considerado deleznables de haber coincidido con ellos. Honrados y ladrones, trabajadores y auténticos vagos, buenos y malos cónyuges y progenitores, fieles a determinadas creencias o considerados herejes, conversos convencidos o forzados, etc, etc…
En la colección de Caprichos, Goya nos muestra un burro bien trajeado y blasonado que exhibe su árbol genealógico, devastadora crítica a las ansias nobiliarias de la sociedad de su época.
Descubrir que entre nuestros antepasados hubo, por ejemplo, conquistadores y conquistados, nos aporta una interesante perspectiva que seguramente nos ayude a ser más comprensivos con ambos bandos y con las personas que los integraban. Concepto que podemos aplicar tanto a nuestros antepasados desde la época Medieval y Moderna en España como a toda la amplia y mixta América hispana. Y también vigente en nuestros tiempos actuales, donde aún hay quienes se jactan de poseer dos, cuatro u ocho apellidos “puros”, delirio que encontraremos en los más diversos rincones peninsulares e insulares.
Por tanto, asumamos nuestra genealogía, seamos capaces de airear a todos nuestros antepasados, los que nos enorgullecen y los que nos puedan avergonzar, los que proceden de nuestros lugares preferidos y los que llegaron de otros que por algún motivo no apreciamos, de toda condición, raza y estatus, tanto habremos podido heredar de los unos como de los otros. Seamos genealogistas sinceros.
Antonio Alfaro de Prado