Apoyo las movilizaciones porque soy joven, porque estoy harto, porque no quiero resignarme y porque estoy lo suficientemente puteado y encabronado como para decir que ya está bien, que no quiero consentir más que me aplasten y pisoteen. No voy a tener un trabajo decente en mi puta vida, tampoco un salario, ni una pensión, ni siquiera voy a poder soñar con emprender una vida independiente sino a costa de la jubilación de mis padres. Soy uno de los millones de jóvenes que ven tan jodidamente negro su futuro que no tengo ya ningún miedo a decir que ya está bien, que no nos merecemos esta mierda de presente. Nuestros padres nos han dejado un futuro de mierda, nos han sentenciado, nos han vendido a los intereses financieros, a la banca, al bipartidismo y a la práctica desmantelación del estado del bienestar. Nuestro presente y nuestro futuro no sólo es que sea peor que el de nuestros padres sino que nos retrotrae a las míseras condiciones de nuestros abuelos. Nuestros padres nos vendieron, consintieron la desmantelación de nuestra industria, la destrucción del tejido sindical y los ataques continuos a nuestra ingenua democracia y al Estado del bienestar en su conjunto. Son ellos, nuestros padres, los engañados por las dos maquinarias bipartidistas, los engañados por las falsas promesas del progreso infinito, del mal menor, del posponer ideologías a tiempos mejores, del tragar con carros y carretas con la falsa ilusión de una España de clases medias, ellos, ellos son los culpables. ¿Es este el futuro que nos merecemos? No, y como no nos lo merecemos y como no queremos esa mierda de futuro ni para nosotros ni para nuestros hijos, tenemos derecho a indignarnos y tenemos derecho a reclamar otro modelo social más justo. Tenemos derecho a reaccionar, alzar la voz y reclamar lo que es nuestro, lo que nos deben, lo que nos han robado. Somos jóvenes, tenemos el futuro en la mano.