De nuevo Francia, el corazón de ésta vieja Europa que vive entre unas cosas y otras, los peores días que se le recuerdan. Un camión conducido por un tunecino afincado en el país de la revolución entra en el paseo marítimo de Niza y arrolla todo lo que está por delante, matando a ochenta y cuatro personas. A partir de aquí, cada uno ya se ha ocupado de su papel, los medios dan la noticia con cuentagotas, se van conociendo datos, hay reconstrucciones... Pero lo importante, antes de completar el rompecabezas noticioso de Niza, ya estaba hecho: se había revelado la nacionalidad del asesino. Era tunecino. No hacía falta nada más.
Porque, ¿para qué? Cada uno tiene sus roles perfectamente definidos y las redes sociales hacen el resto. Túnez es un país mayoritariamente musulmán, está en el norte de África -zona poblada mayoritariamente por musulmanes- cuna de la Revolución de los Jazmines, está cerca de Libia, de Egipto, de Argelia.. Hay moros, muchos moros -ésta palabra les encanta a lo gestores del odio-. La gestión del odio comienza fuerte, desde las banderas de Francia, pasando por los "Je suis", pasando por los pactos antiterrorismo -¿para qué narices sirven los pactos antiterrorismo?- la demagogia antiamericana, antiotan, antibélica, y acaba en el próximo atentado, que ya está más cerca que antes.
En todo este tiempo, ningún grupo terrorista se ha atribuido el ataque. Pero da igual. Gracias a las redes sociales ya tenemos un culpable, o incluso muchos.
Algunos canales del Isis lo han celebrado, pero eso solo demuestra una vez más que son unos locos sedientos de sangre y por desgracia para muchos esto no sirve para señalarlos como autores materiales. Solo se sabe que el tipo era francés nacido en Túnez, algo que parece sí le sirve a esos muchos para alimentar su odio contra el inmigrante, y si es musulmán, mejor, pues eso les ayuda en su cruzada contra el infiel. Son de la misma calaña que los que celebran las muertes de los toreros, sedientos de sangre como esos a los que dicen odiar, esos del ISIS. En realidad no les separan demasiados kilómetros. Practican un terrorismo casi igual de peligroso que el de DAESH, disparan balas de demagogia y odio con una cadencia superior a la de los AK47. Sí, eso también es terrorismo, y están entre nosotros, como nuevos inquisidores, apuntando con el dedo a cualquiera que sea sospechoso de no pertenecer a su gremio moralmente digno y superior. Gustan de hablar mucho de unidad nacional, patria y nación pero solo les preocupa su unidad, la patria de su casa y la nación para lo que les conviene. Los hay por todos lados, tienen perfiles en Facebook, canales de Youtube, son incluso periodistas muchos de ellos. Pero sobre todo, tienen la oportunidad de hablar, de expresar su opinión -como todos- y tienen adeptos. Su religión es seguida por cientos de fieles.
Luchan en esta guerra como luchaban los sacerdotes y los charlatanes sectarios en las cruzadas del siglo XII, manipulando, llenando de vísceras y color rojo cualquier mensaje para que la guerra no tenga remedio más allá del bombardeo y el rifle, porque además, ellos no son de los que quieren llenarse las manos de sangre. Por supuesto que no. Su gestión del odio no permite el protagonismo y la actuación sobre el escenario, por eso aplauden las bombas en suelo sirio y las transacciones que se le hacen a Turquía para que sea quien maneje el problema -el de la lucha, porque esto es más que una simple guerra- sobre el terreno. Quieren que sean otros los que coleccionen cargos de conciencia. Son los que se han creído que no participamos en Irak, los que lloraron por la muerte de de aquellos militares -tócate los cojones- pero seguramente les entre un fuerte dolor de estómago solo de pensar en que ellos también podrían ser carne de cañón.
Son los que venden la idea de que la inmigración es como un parásito que nos inyecta su mezcla de disolvente para luego succionar el resultado, como esas arañas que envuelven en tela a sus presas y luego no tienen más que beberse el cóctel de mosca.
Son los que consideran víctimas de terrorismo a todas aquellas personas que han tenido el supuesto y enorme privilegio de morir en suelo europeo. No les queda sangre en las venas para entender que esto es muy grande, que lo que pasa ante sus narices, que lo que emiten su tele de plasma y su ordenador solo es un uno por ciento de un noventa y nueve por ciento restante que suele pasar cada día, muy lejos, en las tierras que nos vieron nacer como civilización.
En la gestión del odio se llevan una buena rentabilidad social -no hay más que ver lo bien que le va a la extrema derecha en Europa- y quién sabe si algo más que eso.
Tengo miedo, pero de todos, no solo de cualquier tunecino que viva en Francia solo porque estos fanáticos de pecho inflado y cabeza alta se empeñen en convencerme de que las únicas personas que merecen tolerancia son las que pasan por su aro moral y social, las nacidas dentro de una frontera que ellos mismos construyen cada día con barreras de intolerancia y xenofobia. Vosotros también sois terroristas, y esta guerra la estamos perdiendo por vuestra culpa y la suya.