Las rutas comerciales han conectado a las poblaciones humanas desde hace miles de años, lo que ha permitido el tráfico y la movilidad de mercancías, de culturas y de personas, pero también han sido la vía de entrada de multitud de patógenos y enfermedades.
Se ha comentado en muchas ocasiones cómo la llegada de los primeros europeos a América produjo una mortalidad sin precedentes entre la población indígena, debido a que portaban enfermedades que los nativos nunca habían sufrido. Las poblaciones europeas, que sí habían estado en contacto con esos patógenos durante muchas generaciones, habían desarrollado mecanismos de defensa para enfrentarse a ellos, pero en las poblaciones indígenas eso no había ocurrido, ya que no había existido ese contacto previo. Solo entre la población azteca, que en 1545 se había estimado en 25 millones de personas, la cocolitzli, como ellos llamaron a la enfermedad que padecieron, produjo entre 12 y 15 millones de muertos en solo 5 años (Dobyns, 1993). Según confirmó un trabajo publicado en 2018, los síntomas que padecieron estaban provocados por la Salmonella enterica (Vågene et al, 2018). Los aztecas nunca habían estado contacto con esta bacteria hasta la llegada de los europeos, por lo que sucumbieron rápidamente a la enfermedad sin posibilidad de hacerle frente.
Pero los seres humanos no han sido los únicos que se han visto afectados por este "tráfico" de enfermedades. En los últimos años han sido muchas las especies de animales que han experimentado importantes descensos poblacionales, e incluso extinciones, debido a que han entrado en contacto con enfermedades con las que nunca habían tenido contacto. El grupo de animales que más ha sufrido los efectos de estas enfermedades ha sido el de los anfibios, debido sobre todo a la aparición de la enfermedad de la Quitridiomicosis, producida por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis, que fue identificado en 1998 como el causante de dicha enfermedad (Berger et al, 1998).
Este hongo parásito se alimenta de la queratina que se encuentra en la piel de los anfibios y llega a ellos en forma de zoospora, cuando las larvas de estos se encuentran en el agua. Una vez en su piel, la zoospora se enquista, pierde su flagelo y se transforma en un esporangio, que además de alimentarse de queratina produce nuevas zoosporas que buscarán otras larvas donde fijarse. Mientras los renacuajos están en el agua, aparentemente viven sin problemas, sirviendo como reservorio del hongo, pero al producirse la metamorfosis y salir a tierra los metamorfos mueren en cuestión de días o incluso de unas pocas horas. Esta mortalidad ocurre porque la piel en los anfibios tiene un importante papel como órgano respiratorio, y como consecuencia de la enfermedad queda cubierta de costras que impiden el intercambio de gases, por lo que los animales acaban muriendo por un paro cardiaco.
¿Pero cómo llegó la enfermedad a alcanzar esta virulencia?
Esta enfermedad no es de nueva aparición, sino que el hongo que la produce se encuentra de forma natural en muchas regiones de Asia, donde convive con las especies de anfibios nativos sin provocar graves episodios de mortalidad. Esto se debe a que como he comentado para el caso de la epidemia de cocolitzli que asoló a los aztecas, en las regiones en las que el Batrachochytrium dendrobatidis coincide con los anfibios desde hace muchos años, estos han desarrollado defensas eficientes para luchar contra la enfermedad, pero cuando el hongo entra en contacto con poblaciones de anfibios que nunca lo han sufrido, estas no están preparadas para hacerle frente.
Tal como se aprecia en el gráfico anterior (Greenberg & Palen, 2019), el comercio de anfibios vivos con destino a la terrariofilia ha sido muy intenso desde 1980, lo que ha provocado que las enfermedades de los que ellos eran portadores se dispersaran rápidamente por todo el mundo. La manipulación de esos animales sin las precauciones necesarias así como el hecho de que muchos propietarios de estas especies exóticas las liberaran en el campo cuando se cansaban de ellas, hicieron el resto y en pocos años el Batrachochytrium dendrobatidis entró en contacto con las especies de anfibios locales provocando un pandemia sin precedentes que ha situado al borde de la extinción a muchas especies de anfibios.
Número de especies en peligro en el mundo por la Quitridiomicosis y grado de severidad del declive (Vågene et al, 2018)
Según un estudio publicado hace unos pocos días (Vågene et al, 2019), la quitridiomicosis está detrás del declive de 501 especies de anfibios en todo el mundo, 90 de las cuales ya se habrían extinguido. La mayoría de estas especies se encuentran en zonas tropicales de Centroamérica, Sudamérica y Australia, y sobre todo ha afectado a especies de anuros de tamaño medio-grande que viven en ambientes húmedos y se encuentran ligadas durante su fase larvaria a hábitats acuáticos permanentes. En estas condiciones el hongo tiene más facilidad para establecerse y propagarse. Pero no todas las especies afectadas viven en los trópicos, en Europa e incluso en la Península ibérica, hay algunas especies como el sapo partero (Alytes obstetricans), que han experimentado graves episodios de mortalidad. Otra especie que se ha visto muy afectada por estas enfermedades emergentes es la Salamandra común, pero en este caso el hongo patógeno que les está causando la enfermedad es el Batrachochytrium salamandrivorans (Martel et al., 2013), un hongo del mismo género pero que afecta exclusivamente a estos anfibios. Como muestra de la virulencia de este patógeno, la población holandesa de salamandra, que ya se encontraba muy mermada en este país, se extinguió en sólo 3 años (Spitzen-van der Sluijs, et al., 2013).
¿Hay esperanza para los anfibios?
Aunque la situación es muy preocupante, y según los resultados de este último estudio más grave de lo que se intuía, los últimos datos dejan una puerta abierta para la esperanza, evidentemente no para las especies que ya se han extinguido pero puede que sí para algunas de las que están afectadas. De todas las especies analizadas se ha observado que algunas de las que habían sufrido un descenso más acusado están mostrando una ligera recuperación, lo que según algunos autores se podría explicar porqué algunos individuos están desarrollando defensas contra el hongo, ya que el patógeno sigue presente en el medio y conserva su virulencia (Voyles et al., 2018).
Independientemente de que algunas especies de anfibios puedan llegar a recuperarse, la amenaza de esta u otra pandemia siempre estará presente, por lo que sería necesario establecer unos protocolos eficientes para evitar la transmisión de estas enfermedades, que incluso deberían pasar por la prohibición del tráfico y la comercialización de especies exóticas.
Referencias- Berger L, Speare R, Daszak P et al. (1998) Chytridiomycosis causes amphibian mortality associated with population declines in the rain forests of Australia and Central America. PNAS 95 (15): 9031-9036; https://doi.org/10.1073/pnas.95.15.9031- Dobyns HF (1993) Disease transfer at contact. Annu. Rev. Anthropol. 22, 273–291- Greenberg DA & Palen WJ (2019) A deadly amphibian disease goes global. Science 363: 1386-1388.- Martel A, Spitzen-van der Sluijsb A, Blooia M, Bert W, Ducatelle R, Fisher MC, Woeltjes A, Bosman W, Chiers K, Bossuyte F & Pasmans F (2013) Batrachochytrium salamandrivorans sp. nov. causes lethal chytridiomycosis in amphibians. PNAS 110 no. 38. 15325–15329, doi: 10.1073/pnas.1307356110.- Spitzen-van der Sluijsb A, Spikmans F, Bosman W, de Zeeuw M, van der Meij T, Goverse E, Kik M, Pasmans F & Martel A (2013) Rapid enigmatic decline drives the fire salamander (Salamandra salamandra) to the edge of extinction in the Netherlands. Amphibia-Reptilia 34 (2013): 233-239.- Vågene et al, (2019) Salmonella enterica genomes from victims of a major sixteenth-century epidemic in Mexico. Nature Ecology & Evolution 2: 520–528.- Voyles J, Woodhams DC et al., (2018) Shifts in disease dynamics in a tropical amphibian assemblage are not due to pathogen attenuation. Science 359: 1517-1519