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La gramática en Hispanoamérica (desde la época colonial hasta nuestros días)

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La idea que se ha tenido del español de Hispanoamérica no ha sido siempre la misma. Si en la actualidad nadie duda de que se trata de un español genuino y que, por lo tanto, no representa un "desvío" ni una "evolución aberrante" con respecto al de España, en otras épocas no fue así.

En este artículo veremos cuál fue el camino que tuvo que recorrer la gramática del español hispanoamericano para reconciliarse con su par ibérica.

No hay duda de que el español hablado en Hispanoamérica y el español hablado en España son igualmente legítimos. Ambos provienen de una misma tradición lingüística: la del español clásico. Y si bien en algunos casos el español de Hispanoamérica ha sido más innovador que el de España, en otros, más bien ha ocurrido lo contrario. Estos hechos son en la actualidad irrefutables. Sin embargo, durante mucho tiempo se consideró al español hispanoamericano muy inferior al español peninsular.

Testimonios del siglo XVII revelan que, durante la época colonial, tanto metropolitanos como criollos veían al español de Hispanoamérica como una variedad muy poco prestigiosa.[1] Los criollos consideraban que las particularidades de su habla eran inapropiadas para la lengua literaria y preferían tomar como modelo gramatical al español de Toledo o Madrid, es decir, al español culto de la metrópoli.

Este prejuicio, en mayor o menor medida, se mantuvo a lo largo del siglo XVIII.[2] No obstante, dos acontecimientos notables, que se dieron incluso dentro del período mencionado, ayudaron a modificar las inclinaciones de la época: por un lado, la fundación, en 1713, de la Real Academia Española y su actitud favorable a los regionalismos de la lengua;[3] por el otro, la importancia que tuvo la Ilustración hispanoamericana en el origen de las ideas revolucionarias del siglo XIX.[4]

Ya en el siglo XIX, como resultado de las gestas independentistas, la lengua española pasó a pertenecer al patrimonio cultural de cada una de las naciones liberadas, por lo que la norma gramatical de España -otrora modelo en las colonias- solo conservó su validez en la península. Sucede que, tal como advertíamos en una de las notas al pie del apartado anterior, la nueva identidad americana y el ascenso de los criollos al poder ayudaron a que se le diera una valoración positiva a lo propio.

Pese a esto, el período no fue del todo homogéneo. En una primera etapa, se quiso respetar la pureza de la lengua, y, de hecho, hubo intentos de crear academias nacionales con el propósito de conservar la lengua respetando el modelo normativo de España. Esto quizá se debiera a que el español era considerado el único bien valioso heredado de la época virreinal.[5]

En una segunda etapa, probablemente más romántica, los sucesos dieron un giro significativo. Con la generación argentina de 1837, se planteó el hecho de que la debía satisfacer las necesidades de los americanos,[6] y se procuró así una emancipación de la lengua análoga a la que se había dado en el plano político. Fue en ese contexto que tuvo lugar la polémica entre los que mantenían una actitud de ruptura con la tradición académica y de reivindicación de los modos de hablar regionales (postura liderada por Sarmiento), frente a los que mantenían una actitud de defensa de la unidad de la lengua y de los modelos clásicos (postura liderada por Bello)[7].

Sin embargo, fue el célebre Rufino José Cuervo quien se ocupó de diseñar la fisonomía del español hispanoamericano dentro de la perspectiva metodológica de las gramáticas romances. En efecto, fue Cuervo el primero en describir la formación y el desarrollo del español de estas latitudes y el primero también en estudiarlo como una legítima variedad del español peninsular. Por desgracia, las ideas de Cuervo no llegaron a divulgarse con la suficiente fuerza en su momento. Esto produjo que, a fines del siglo XIX, Hispanoamérica se encontrara con dos realidades contrapuestas: por un lado, la creación, a partir de 1870, de Academias nacionales "asociadas" a la Española; por otra, la tentativa, por parte de algunos criollos, de crear un idioma nacional que se basara en el habla de los campesinos o en el habla vulgar de las ciudades, tentativa que provocó una serie de reacciones adversas, como ocurrió en Argentina, donde, en una circular de 1891, el entonces Ministro de Instrucción Pública del gobierno de Carlos Pellegrini, Juan Carballido, se animó a declarar lo siguiente: "Renunciemos a vanagloriarnos con[8] nuestras incorrecciones: [...] no hay más idioma nacional que el castellano"[9].

    El siglo XX y la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española

El siglo XX bien puede entenderse como un período de convergencia o de síntesis entre los deseos de emancipación lingüística promovidos por la gesta independentista de los criollos y la necesidad de unidad y cultivo de la lengua. Ramón Menéndez Pidal, en su momento director de la RAE, se hizo eco del pedido de Unamuno para que España depusiera su imperialismo lingüístico y aceptara que los hispanoamericanos imprimieran su propio sello en el idioma. A raíz de este hecho, la obsesión por la pureza del idioma disminuyó considerablemente, y las formas hispanoamericanas empezaron a ser tomadas como dignas variedades del español ibérico.

En los años cincuenta se creó la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que surgió de la unión, en pie de igualdad, de la RAE y las correspondientes Academias de Hispanoamérica, con el propósito de abarcar la totalidad de la lengua española y de establecer una serie de normas "nacionales", basadas en un fondo común representado fundamentalmente por la lengua culta.[10] Este fondo común -que en cierto modo garantizaría la unidad del idioma- no podía ni debía pensarse como la reducción de la lengua al "uso" que se quería promover como ejemplar, pues eso implicaría que todos los demás usos serían "incorrectos" o "viciosos".

No obstante, para muchos académicos, la posibilidad de instituir una norma lingüística hispánica que esté por encima de las normas nacionales era un tanto problemática. Este escrúpulo respondía a la sencilla razón de que no siempre había uniformidad expresiva entre las normas empleadas por los hablantes cultos de las diversas regiones del mundo hispánico. Ante esta diversidad, resultaba sumamente complejo decidir cuál iba a ser la norma válida para el conjunto de la comunidad idiomática del español. Por fortuna, la ASALE comprendió que (al menos, en lo concerniente a la elaboración de un modelo panhispánico de lengua) la realidad ofrecía muchas más coincidencias que discrepancias.

Como ya hemos indicado, la lengua española, en su proverbial diversidad, puede manifestar un mismo hecho lingüístico de distintas maneras. Los hablantes, según el lugar que habiten, optarán por una u otra forma; por lo que deberemos estar atentos siempre la variedad geográfica (diatópica) si lo que queremos es diferenciar una variación de un desvío no aceptado.

Ahora bien, sabemos que la norma gramatical del español no es algo que se pueda imponer graciosamente, sino que debe adecuarse, como diría Humberto Hernández, a "los principios de generalización y aceptabilidad social"[11] y, por supuesto, basarse tanto en la variedad europea como en las variedades de esta orilla del Atlántico. Todo esto, sin duda, exige que la gramática del español asuma y mantenga un enfoque panhispánico.

Para tranquilidad de muchos, este enfoque está muy presente en nuestros días. Ya el Diccionario panhispánico de dudas (2005) y la Nueva gramática de la lengua española (2009) tenían en cuenta las diferencias entre normas europeas y normas hispanoamericanas o entre la norma de un país determinado y la que rige en el resto del mundo hispanohablante; considerando en pie de igualdad y enteramente legítimos los distintos usos regionales, siempre y cuando estos estuvieran generalizados entre los hablantes cultos de su zona y no supusieran un quiebre que pusiera en peligro la unidad de la lengua.

En suma, es preciso seguir pensando nuestra lengua como una enriquecedora pluralidad, como un vasto crisol de posibilidades expresivas. Para ello, es necesario que mantengamos un enfoque panhispánico, es decir, un enfoque en el que se respete las múltiples y legítimas variedades idiomáticas a condición de que estén amparadas en un mismo fondo común. Si esto se hace, el español (el español de todos, claro está) alcanzará su plena fuerza en el presente, pero también su merecida grandeza en el futuro.

[1] Véase Guillermo Guitarte. "Del español de España al español de veinte naciones", en Hernández, C. et alii (eds.), El español de América. Actas del III Congreso Internacional de "El español de América", Valladolid, Junta de Castilla y León, 65-86, 1991.

[2] Véase Juan Pedro Sánchez Méndez "Sobre una construcción enfática en el español de América", Interlingüística, 1, 45-50, 1994.

[3] En efecto, el Diccionario de Autoridades incorpora voces americanas y utiliza como autoridades a escritores americanos.

[4] La circulación y publicación de libros y periódicos en tierras americanas (debido a la expansión de las imprentas), la fundación de colegios especializados, el surgimiento de nuevos planes de enseñanza, la comunicación entre la metrópoli y las colonias que facilitaba a los jóvenes criollos viajar a Europa (de modo que regresaban al Nuevo Mundo empapados de las ideas de la Ilustración), sin duda, crearon un marco cultural propicio para que esto sucediera.

[5] Prueba de ello es que, en este período, todavía se consideraba culta la pronunciación que coincidía con la de la mitad septentrional de España.

[6] De ahí la reforma ortográfica de Sarmiento basada en la idea de que la pronunciación nacional no es viciosa y es la que hay que mantener y defender. Esta reforma fue finalmente adoptada por Chile, país que la mantuvo hasta 1927.

[7] Véase "Sarmiento: la polémica con Bello y la reforma ortográfica", en La querella de la lengua en Argentina. Antología, Estudio liminar y selección de Fernando Alfón, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2013.

[8] Si bien el uso de las preposiciones no estaba todavía del todo reglamentado en esos años, no deja de ser sorprendente el empleo de la preposición con en vez del de la preposición de (que sería el correcto), sobre todo, en un texto que pretende condenar el mal uso del idioma.

[9] Juan Carballido. "Plan de estudios y programas. Circular. Ministerio de Instrucción Pública", en La Nación. Buenos Aires, 22 de abril, 1891.

[10] En efecto, la ASALE ha reconocido pluralidad de normas dentro del español: una doble norma hispánica como el seseo y la distinción s / z, el leísmo (OD masculino), propio de España, y la distinción entre lo (OD) y le (OI) común y general en los países de Hispanoamérica, etc.

[11] Humberto Hernández. Norma lingüística y norma mediática en los medios de comunicación canarios, Discursos de Ingreso, Islas Canarias, Academia Canaria de la Lengua, 2006.


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