Revista Cine
Quizá porque siempre le doy mucha más importancia al fondo que a las formas, no me ha terminado de entusiasmar "La Gran Belleza", la aclamada película de Paolo Sorrentino.
Visual y musicalmente extraordinaria, sí, imágenes casi oníricas y muy estimulantes, una Roma retratada con la elegancia de quien busca la belleza, belleza en sí misma en el plano formal. Pero ¿y el mensaje? ¿la enseñanza? ¿el consejo? Ahí es donde, para mi, falla "La Gran Belleza"
No me sirve que un señor de 65 años que tiene una intensa vida anterior y una gran experiencia acumulada busque la belleza. Me la tienen que mostrar. Y en esta película sólo la veo en imágenes y en música. Le falta el sentimiento, la emoción y que me haga estremecer, cosa que en ningún caso me ocurre.
Roma y tener un pisazo y una terraza al lado del Coliseo no le basta al protagonista, Jep Gambardella (excelente Toni Servillo), para encontrarse bien consigo mismo y para encontrar esa belleza que parece que busca. Seguramente, porque se dedica a integrarse en una alta sociedad romana en plena decadencia y sin valores, que acude a fiestas horteras, y de mal gusto, malgastando tiempo y dinero. Quizá Jep haría mejor en irse, como su amigo Romano, a su pueblo y quizá allí encontrara la tan ansiada belleza.
El ritmo, la estética que usa Sorrentino sí me gusta, lo repito, pero para que esta película sea bella, le falta precisamente una bella historia. Y ésta no lo es.
Los personajes que podrían aportar serenidad a Jep son precisamente los que éste va esquivando constantemente. Por ejemplo, el marido de la que fue su primer amor, que, al quedarse viudo, descubre que su mujer siempre quiso a Jep. En el primer encuentro entre ellos, Jep lo deja prácticamente tirado. En el segundo, cuando Jep se va dando cuenta de que su vida en la ciudad eterna, al lado de la Jet Set no tiene ningún sentido, este hombre tiene una nueva compañera y se va a ir a cenar con ella y ver la televisión tranquilamente, algo que Jep nunca hace ya que se pasa toda la noche de fiesta y duerme hasta las 3 de la tarde.
Gambardella quiere ir a todas las fiestas y como él mismo dice quiere ser el que las amargue. Unas cuantas copas, unos bailes, y a disfrutar de la noche de la ciudad y de sus museos y obras clásicas si hace falta, para alejarse cada vez más de ese pretendido ideal de belleza.