
En ese sentido, podemos ver como las dos primeras horas del film son la parte más floja del metraje, con multitud de concesiones plasmadas en un campo de concentración en el que el trato a los prisioneros resulta de lo más inverosímil posible y ajeno a la realidad, pareciendo más bien un campamento de scouts donde los alemanes alojan al enemigo con la mayor de las atenciones y cuidados, en vez de castigar cualquier tentativa de fuga de la forma más severa posible, como seguramente debió corresponder.
Sin embargo, es en los tres últimos cuartos de hora, los de la fuga propiamente dicha, cuando Sturges se toma la película más en serio, pasando a un ritmo mucho más trepidante con el que la historia va tomando cuerpo y sentido. Precisamente, gracias a ello la película deja un buen sabor de boca, pudiéndose disfrutar del resto de virtudes, como un reparto que, ahora sí, parece aprovechado. De esta manera, personajes como el de Steve McQueen, con su fuga en moto o en la celda con el guante y la pelota de béisbol, Richard Attenborough huyendo a pie de los alemanes o James Coburn tomando café en una terraza de la Francia ocupada, pasarían a formar parte de los mitos de la historia del cine.





