El 'edificio', francamente, es acogedor, no tanto por un diseño en el que quizá hay un exceso de escaleras y toboganes, que suben y bajan permanentemente (de la comedia al drama, del drama a la comedia, sin solución de continuidad), sino, sobre todo, por el hecho de que el mismo se encuentra habitado por un puñado de seres que, aquejados de una bondad intrínseca y radical e instalados en un 'buenrollismo' existencial que ni el conflicto emocional más convulso puede hacer tambalear, no parecen tener misión más clara en esta vida que la de hacerse querer.
No son, precisamente, conflictos emocionales los que faltan en la trama de esta última entrega de Sánchez-Arévalo: las relaciones entre los hermanos —todos ellos aquejados de alguna disfunción, permanente o transitoria—, y la influencia que sobre las mismas ejercen elementos de pareja que siempre empiezan y/o terminan configurando triángulos, son terreno abonado para desplegar pasados oscuros, presentes quebradizos y futuros inciertos, con toda la carga de sentimientos que eso arroja sobre vivencias y situaciones. Todo, eso sí, desplegado en ese universo limitado en el que los personajes vuelcan lo más granado de su emotividad: en su relación con el mundo exterior, son personas con problemas (económicos, de salud, de trabajo), pero éstos se minimizan, de manera que todo gozo y todo sufrimiento siempre encuentran su origen (y su resolución, más o menos alambicada —en algún caso, el guión se 'dispara' hacia situaciones cuanto menos exageradas—) en circunstancias vinculadas a episodios y vivencias situadas en ese núcleo familiar.El director, no obstante, no se deja asfixiar por ese cúmulo de emotividad, y, con la ayuda de un elenco perfectamente engrasado —algo que, sin duda, es el fruto de un prolongado tiempo de experiencias en común: con alguna adición especialmente destacable (son los casos de Verónica Echegui, Patrick Criado o Roberto Álamo, con tres actuaciones cercanas a la brillantez), ahí están Quim Gutiérrez, Antonio de la Torre o Héctor Colomé como piedras angulares del mismo— aprovecha la espita del humor para ir liberando presión, de forma tan metódica como eficaz, a un desarrollo dramático que, sin esos episodios (que desprenden una alegría contagiosa), se convertiría en algo plúmbeo y difícilmente soportable, habida cuenta que la presencia de ese elemento temático que, a priori, podría aspirar a constituirse en una suerte de 'personaje adicional' (la final del Mundial de Sudáfrica de 2010), nunca pasa de ser (y no se sabe si para bien o para mal...) un mero aspecto contextual.¿El resultado final? Una propuesta desigual, pero atractiva por momentos; un divertimento ligero, en el que no hay cabida para un mínimo atisbo o mirada a una realidad social 'exterior' de otro calado o perspectiva (Sánchez-Arévalo parece tener claro que el 'negociado' de la crítica social en nuestro cine está perfectamente 'gestionado' por otros directores con una vocación clara en ese sentido); y un conjunto narrativo que se inserta en una línea que, tanto por caligrafía como por temática, se puede calificar ya, a estas alturas, de perfectamente reconocible e identificable. ¿Autoral, pues? No lo sé. Solo sé que, poco antes del final, Iniesta mete un gol. El gol. ¿Se puede pedir más...?
CALIFICACIÓN: 6 /10.-Cartel final de “La gran familia española” – Copyright © 2013 Atípica Films, Mod Producciones y Antena 3 Films. Distribuida en España por Warner Bros. Pictures International España. Todos los derechos reservados.