El último trabajo de Daniel Sánchez Arévalo, autor de Azuloscurocasinegro o Gordos y uno de los escasos talentos con futuro de nuestro cine, es de esos especialmente ariscos de comentar, de los que te dejan sin saber bien si resaltar sus carencias evidentes o sus igualmente evidentes méritos. Se trata de una película que el espíritu de no complicarse la vida del crítico pide a gritos evitar, pero que no deja indiferente y merece el esfuerzo de organizar mentalmente la mezcla de sensaciones contradictorias y acometer la misión imposible de hacer entender a alguien que no la ha visto si lo que estoy es recomendándola o todo lo contrario.
La historia se encuadra en la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, ese evento que colapsó las almas de la mayoría de este batiburrillo mal avenido que sólo en momentos así se hace llamar sin timidez España. Y aparte de marcar el tempo de los acontecimientos, en realidad el marco futbolero no sirve más que de ornamentación y metáfora de la vida en este país y en concreto de la familia que focaliza la atención del metraje. La “acción” se centra en la boda del más joven de cinco hermanos, que se reúnen para la ocasión y, como suele pasar, tienen que lidiar con fantasmas del pasado y más de una cuenta pendiente.
Como la bienintencionada tragicomedia va claramente de menos a más, y a pesar de sus fallos acaba dejando buen sabor de boca, ese orden se antoja el más adecuado para exponer los numerosos pros y contras, y es por eso que lo primero que cabe resaltar es una tendencia a aligerar con humor algo forzado el terreno emotivo sin caer en lo ñoño en el que el realizador se mueve como pez en el agua. El reparto coral que mezcla experiencia con noveles acaba siendo una montaña rusa, ya que alternan momentos de bajón interpretativo (aderezados con escenas demencialmente ridículas que no vienen a cuento como el numerito musical) con, nuevamente cuando nos vamos acercando al desenlace, momentos de brillante interacción, compromiso e identificación de actores y actrices con sus personajes. De ellos hay que destacar que están casi todos correctos sin llegar a la excelencia (incluido Antonio de la Torre), exceptuando a Roberto Álamo, que realiza un trabajo delicado y soberbio que huele a goya.
Los recurrentes clichés de momentos, circunstancias y personalidades deslucen un producto raro, a medio camino entre lo comercial y lo nítidamente personal (o “de autor”, llámenlo según gustos) que gana enteros cuando se ensombrece para lograr una atmósfera intimista y sentimental digna de recalcar y por la que merece la pena el rato invertido.
Y así, sobre la marcha y “casisindarmecuenta”, que firmaría el propio Sánchez Arévalo, analizando con ustedes el asunto llego a la conclusión de que el hecho de que una película con demasiadas imperfecciones esté preseleccionada para representar a España en los Oscar no dice mucho de nuestro cine, pero ello no quita que el regusto de historia con sentimiento y personajes de carne y hueso sea el camino a seguir y merezca todo el apoyo posible.
Dirección y guión: Daniel Sánchez Arévalo. Duración: 101 min. Intérpretes: Antonio de la Torre (Adán), Quim Gutiérrez (Caleb), Verónica Echegui (Cris), Miquel Fernández (Daniel), Patrick Criado (Efraín), Roberto Álamo (Benjamín), Sandra Martín (Mónica), Arancha Martí (Carla), Héctor Colomé (padre). Producción: José Antonio Félez, Fernando Bovaira, Mercedes Gamero y Mikel Lejarza. Música: Josh Rouse. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Montaje: Nacho Ruiz Capillas. Dirección artística: Satur Idarreta. Vestuario: Tatiana Hernández.