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La gran impostura

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Nov 8, 2012 in Autores, Política

La gran impostura

Yo no sabía antes de que comenzara la transición por qué me desagradaban casi todas las ideas que se forjaron de España sus hijos más preclaros. Llegué a comprender, sin sentirlos, los sentimientos de sus poetas. Busqué en el recóndito vericueto de la historia, sin hallarlo, el enigma que intrigó a sus mejores historiadores. Simpaticé, sin apiadarme de sus fracasos, con las ideas de España que dieron alma nativa a movimientos de progreso imitados del extranjero. Presentí, sin llegar a compartirlas, las intuiciones de Unamuno sobre el estar (trágico) de España en el mundo. Admiré, sin más, la reflexión de Ortega que situaba en Europa la solución al ser problemático de España. Conocí el drama civil de las dos ideas retóricas de España, pregonadas con la misma vacuidad espiritual mientras la materia social se desintegraba. Sufrí en mi experiencia personal la fuerza represiva que encierra la idea nacionalista. Pero fuí advertido, por tempranas lecturas de obras inmortales, de que tampoco las ideas vencidas me llevarían a la consciencia de España. Hasta que la impostura de la transición puso al desnudo la falsificación ideológica de la palabra España, no ya en su uso político, sino incluso como expresiva de una realidad social que puede ser tratada con la objetividad descriptiva de las ciencias naturales.

La idea de España se convirtió en ideología cuando su particularidad nacional se identificó, desde el origen, con la mundialidad de su Estado, y los intereses estatales pudieron ser presentados como si fueran los de la civilización católica. Esta ideología imperial sofocó el sentimiento nacional hasta que lo despertó la invasión napoleónica. Pero la estadolatría, esa vileza hecha de miedo, veneración y cálculo, no permitió el nacimiento de una conciencia nacional antes de que la sociedad civil se dividiera en conciencias de clase. El Estado liberal fracasó en España por esa imposibilidad de que surja la conciencia nacional sin que la sociedad civil constituya la sociedad política. La guerra civil no enfrentó, por mucho que se diga, conciencias nacionales, sino dos ideologías estatales, dos tipos de dominación política de la sociedad: la nacionalista y la socialista. Pero Franco permitió, como los comunistas chinos, el desarrollo de la sociedad civil bajo una sociedad política dictatorial. Y esa gran oportunidad de que España accediera a una conciencia nacional democrática, al final de la dictadura, fue malograda por la impostura de la transición. Que impuso desde arriba un régimen de poder estatal «a» la sociedad, en lugar de abrir un proceso constituyente de la sociedad política «en» la sociedad civil.

Muy profunda debió ser la causa de la impostura nacional de esta Monarquía Parlamentaria, cuando bajo ella ha llegado a ser vergonzante la palabra España (deshonrada al parecer por el mismo régimen del que traen su causa política el Rey, el presidente Suárez, el presidente Fraga y una legión de altos cargos y de periodistas), que ha sido sustituida con el eufemismo «este país» y con la perífrasis «todo el Estado». Muy maquiavélica ha debido ser la impostura de la unidad nacional, cuando la Constitución introduce el término «nacionalidades» (para distinguir a Cataluña y al País Vasco), cuyo significado todo el mundo conoce pero nadie se atreve a explicar, y cuando se ha llegado a proponer que el patriotismo se defina por la lealtad al texto constitucional. Y muy oportunista debió de ser la impostura nacional, cuando los mismos personajes se apresuran ahora, en vistas de la situación, a proclamar su fe en España, que no es un objeto de creencia, con una recompostura propia de reclinatorio.

AGT



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