Puesto porJCP on Sep 24, 2015 in Autores
Sin una teoría plausible de la democracia, adecuada al mundo moderno, la acción política está condenada a la improvisación y a la repetición de los errores institucionales y de los horrores morales de las formas no democráticas de gobierno. Y la más insidiosa de todas ellas es el actual Estado de partidos, un régimen político que ha destruido, con la inmoralidad pública apoyada en un tercio del electorado, la sensibilidad popular ante el crimen de los gobernantes.
La necesidad de una nueva teoría la justifica la creencia común de que esto, la corrupción y el crimen de Estado, la inmoralidad pública de la sociedad, es oficialmente la democracia. Este libro comienza con la destrucción de esa gran mentira oficial. Pero una mentira política sólo
prospera cuando, además de ser enorme, está basada en una ficción legal y en algún mito de la tradición.
Cuando una mentira política logra revestir de legalismo a su enormidad delirante, en muy poco tiempo arraiga como creencia existencial ilusa, que se basta a sí misma sin necesidad de confrontarse con la realidad.
Pero «del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real» (Freud), el deseo de creer la mentira obedece a impulsos colectivos desprovistos de buena fe.
El triunfo de la Gran Mentira sobre la verdad de la democracia exige la concurrencia de mala fe intelectual en una generación oportunista, y la ocultación permanente de los hechos históricos que la hicieron posible en otros pueblos. La mala fe intelectual en la mentira histórica no es fenómeno extraño. En la condición humana está inscrita la propensión a las actitudes negativas contra sí mismo. Por ser negación de sí, la mala fe se distingue de la mentira, que sólo niega algo ajeno al propio ser.
Cuando la mala fe afecta a toda una generación, como ha sucedido en la transición, se convierte en una cultura que utiliza la duplicidad para realizar la impostura. Lo dramático de la mala fe, frente a la ingenuidad de la mentira, no está en lo que tiene de «mala», sino en lo que pide de «fe»: en esa ilusa creencia de que se es algo siendo, y no sólo fingiendo, lo que no se es.
Por eso pudo decir Sartre que «el acto primero de la mala fe se lleva a cabo para huir de lo que se es». Si sólo se tratara de fingir la democracia, el problema sería más fácil de resolver. Bastaría faire une remontrance, poner el fingimiento ante el espejo de la realidad. Porque la huida de la realidad que la propaganda realiza no puede llevarse con ella los fenómenos reales que refleja el espejo: mentir, robar y matar.
El conformismo no sería tan vil, ni la Gran Mentira tan global, si se tratara de una falsedad de detalles, y no de un discurso falso en todos los detalles. Por esa mala fe, todas sus palabras, incluso las que expresan por azar una realidad, llegan a ser acústicamente repugnantes.