A pesar de los miles de años que el ser humano lleva habitando en el planeta, seguimos manteniendo una fascinación y una ignorancia propia de un recién llegado, en el tema del amor y las relaciones.
Creo que uno de los grandes problemas en el tema de las relaciones es la gran mentira que se genera cuando alguien nos atrae. Nos atrae el físico y nos empieza a gustar su personalidad, su risa, su olor, nos vamos enamorando, pero hay alguna cosa, algo quizás pequeño e insignificante, que nos saca de quicio, que no lo aguantamos y que nos crea una irritación difícil de eliminar.
Y entonces pensamos: No pasa nada, ya cambiará; cuando estemos juntos, haré que deje de hacer esto.
Bueno, pues queridos, esa es la GRAN mentira. Nadie cambia. Nunca. Por nada ni nadie.
Uno evoluciona y va desarrollando su personalidad, acrecentando según que comportamientos y dejando atrás otros, pero nunca jamás llega a cambiar a algo que no es.
No se puede pretender quedarse con alguien y modificarlo hasta que acabe siendo ese ideal que nuestra mente ha creado, ese pensamiento de perfección.
No somos perfectos porque somos humanos, y ese es uno de nuestros principales rasgos. La imperfección, la capacidad del error ( y de la rectificación), el desviarse de la línea recta, el caer una y otra vez. Es lo que nos convierte en lo que somos y lo que nos enseña la verdad del mundo, cómo seguir adelante.
Pero no se puede modelar a nuestro antojo a los demás, convertirnos en la inquisición para que hagan nuestra voluntad, prohibir deseos y comportamientos para imponer los que nosotros creemos que son más adecuados, porque son los que nosotros mismos seguimos. Crear una imagen semejante a la nuestra, alguien que se convierta en un clon de nosotros mismos pero con otro cuerpo. Eso no es encontrar a la media naranja, eso es encontrar un pomelo e intentar que se convierta en naranja y exprimirla y desecharla si no lo hace.
No hace falta estar con alguien tan solo por eliminar esa sensación de vacío, por no acabar solos, por el sexo, por tener a alguien que nos acompañe a los sitios y nos acaricie en el sofá. Una relación no tan solo implica a uno mismo, si no que son dos partes, alguien más que puede sufrir y ser infeliz si lo que pretendemos es conseguir esa perfección inexistente.
Revista Coaching
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