Rajoy no llamó ayer al pan, pan ni al vino, vino. En su lugar, rehusó concretar los recortes aun cuando hoy será investido presidente del Gobierno y de que buena parte del camino, que es el de inocular el miedo, el sacrificio necesario y la negación de toda alternativa, lo tenemos metido hasta la médula. A ratos entraban ganas de invadir Polonia (de tan épico que fue el tono y el contenido), como a Woody Allen cuando escuchaba la atronadora música de Wagner en Misterioso asesinato en Manhattan, o al menos de irse lejos física y mentalmente. “Pues podría haber sido peor”, debió pensar ayer un agorero. No se preocupen, lo será. Los lobos siguen en la guarida. Porque si el objetivo es conseguir un ajuste de 16.500 millones (en un escenario que ya vaticinó Rajoy que no se cumplirá: el del 6% de déficit), difícilmente se va a conseguir con deducciones fiscales. Rajoy todavía no quiso levantar la liebre, como si aún no se creyera eso de que va a ser presidente y pese a que anuncia un camino ya conocido: el de la precarización del trabajo, que es a lo que va la reforma laboral, eufemismo de recorte de derechos laborales. Despedir nunca ha sido tan fácil y para muestra cinco millones de botones. Basta con proponer al trabajador irse a la otra punta del país por razones de producción y sin ninguna compensación, que éste se niegue y el despido ya es objetivo: 20 días por año trabajado en el mejor de los casos. Está pasando. El del periodismo, que es el que tengo más a mano, es un caso paradigmático: a la crisis de identidad, se suma la económica. El resultado: contratos basura, sueldos basura, trabajo en negro, becarización,… No le falta detalle. Bueno, sí, uno: la jubilación a los 67 años es una utopía.