Catherine García Bazó.
“Uno enciende la televisión venezolana y lo primero que ve es a miles de ‘periodistas’ diciendo que en Venezuela no hay libertad de expresión. Uno enciende la radio venezolana y hay miles de ‘periodistas’, analistas, opositores de Chávez, diciendo que allí no hay libertad de expresión (…) Extraña dictadura y extraños demócratas. Yo creo que en Venezuela hay un divorcio genial: el divorcio entre la realidad y la realidad virtual…” Eduardo Galeano.
Como forma de resistencia ante el chantaje necio de la ultraderecha guarimbera, que pretendía que coaccionados por el miedo a sus amenazas nos quedáramos encerrados durante el Carnaval, decidí irme a La Colonia Tovar con mi familia, llevándonos por delante unas cuantas barricadas.
Desde mi llegada a aquel pueblo de montaña tenía una sensación de des-contexto. En el restaurante del hotel me llegaban señales intermitentes entre palabras y risas, de las conversaciones en las mesas vecinas. Hablaban de la vida, de los hijos, de viajes y comidas, de películas y lugares. Fue una experiencia extraña, ¿por qué nadie hablaba de “lo que estaba pasando”?, me preguntaba yo alienada por el exceso de “realidad” que decidí llevar a cuestas. Entonces me puse a detallarlos y pude darme cuenta de que a diferencia de mí, ninguno de los que estaba en ese lugar revisaba su teléfono, por lo que decidí de inmediato apagar el mío, con una evidente expresión de vergüenza.
Atrás había quedado aquella calle de mi ciudad en la que fui asediada durante días, el frenesí suicida de gente como mis vecinos que en
Navidad me daban un abrazo y ahora habían sustituido el “buenos días” por el grito de guerra “el que quiera ir a trabajar que se joda”. O aquellos que denunciaban por los medios internacionales una extraña “dictadura” en la que, como bien dijo Jorge Rodríguez: “los ricos se quejan y los pobres celebran”. Y También aquellos “estudiantes” que se toman “selfies” con los efectivos de
la Guardia Nacional Bolivariana, haciéndoles muecas de burla para promocionar por
Facebook una fingida “valentía”, que no es más que estruendosa vanidad y delirante placer por humillar, y sólo demuestra la paciencia de esos jóvenes guardias que en nada se parecen a los que por los años noventa no dudaban en arremeter brutalmente contra quienes manifestábamos por nuestras reivindicaciones o contra aquel sistema criminal que amenazaba con privatizarnos hasta el aire.
Pensaba en las razones que habían llevado a la oposición de mi país a ese ejercicio de autoflagelación colectiva que era tan evidentemente estúpido como letal. Esa nueva praxis “ciudadana” de la gente “pensante” e “instruida” denominada por el Presidente “chukylismo”. Qué razón lógica los hacía someterse y someter a sus hijos, a sus mascotas, a sus vecinos, a respirar humo tóxico, a destruir sus calles, tumbar árboles, semáforos y devaluar sus propiedades.
Comprendí entonces que hay una guarimba previa a la histeria manifestada en esos hechos, la “guarimba mental”, que es el autosecuestro de la conciencia. El antichavismo desde hace casi una década decidió delegar a otros la percepción de su propia realidad. Son los titulares de los periódicos, la prensa televisiva y ahora el Twitter quienes les dicen “lo qué está pasando” y no su propia experiencia perceptiva y cotidiana; por lo que muchos no pueden ni siquiera advertir sus propias reivindicaciones. Vemos abuelas alentando las guarimbas y al día siguiente ir contentas a hacer la cola del cajero para retirar el dinero de su pensión, que antes de la Revolución no era más que una miseria; vemos a algunos vecinos “decentes” exhortar a extraños “tupamaros” que cantan en coro “y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer”, a quemar metrobuses, camiones llenos de alimentos, instituciones públicas, árboles, animales; a poner trampas para cazar humanos y generar asesinatos en serie. ¿Cuándo apagaron su conciencia? ¿Cuándo renunciaron a su condición de humanos?
La guarimba comienza con barricadas simbólicas. Es lo que explica que una persona para saber cómo está en un momento dado, lo primero que haga sea revisar su Twitter, que no es más que una edición del mundo y del acontecer hecho a la medida de sus prejuicios, de sus miedos, de sus expectativas y de su vergüenza (sí, la vergüenza que muchos sienten por ser de este país).
¿Cómo puede percibir su realidad una persona que sigue en Twitter a @AlbertoRavell, @ibepacheco, @NelsonBocaranda y @RobAlonso? Otra vez, una forma de autosabotearse, de confiar a otros su propio criterio y su capacidad de discernir. Muchos sienten que están privados de sus sentidos si no tienen acceso a
Internet. Estamos experimentando en gran medida una subutilización de los sentidos y de la razón, donde lo que veo no es lo que veo sino lo que me dicen que veo. Una renuncia al aquí y al ahora, al entorno, que siempre incluye a nuestros seres queridos.
La guarimba es por lo tanto un estado mental en el que muchos han estado sumidos por más de una década. Son barricadas al entendimiento, a la percepción, a la moral, a la reflexión, a la solidaridad y a la alegría; que terminan corrompiendo a quien lo padece.
Sentada en la pequeña plaza de aquel pueblo seguía reflexionando sobre mis vivencias en aquellos días. Mientras veía a la gente caminar, a mi lado pasó un niño feliz con su traje de Libertador, varios pares de enamorados y mis propios hijos que correteaban entre la gente. De repente sentí la tentación de encender mi teléfono y en seguida recibí una notificación de Twitter anunciado un mensaje proveniente del usuario @lunar2263 que me decía:
“otra loca e bola chavista tranquila que vamos por ti también, así tengamos que matarlos a todos.”