“Vietnam fue lo que tuvimos en vez de una infancia feliz”, escribió Michael Herr (1940-1976) en su magistral ‘Despachos’, antes de ser el guionista de ‘Apocalypse now’ y ‘La chaqueta metálica’, dos de las mejores películas sobre el absurdo de la guerra en general y de esta en particular. Como Herr, Max Hastings (Londres, 1945) perteneció a esa tribu de corresponsales de guerra de la que también formaron parte un buen puñado de periodistas españoles, como Manu Leguineche, Diego Carcedo o Fernando Múgica.
“Mi comprensión era tan escasa, y mis percepciones, tan inmaduras (…) que no aludiré a mi experiencia personal”, escribe Hastings en la introducción de su minucioso y entretenido relato de una guerra que duró treinta años y que desgarró a varias generaciones de vietnamitas. “Por cada estadounidense muerto fallecieron cerca de cuarenta vietnamitas”, advierte el historiador británico para destacar la necesidad de cambiar el punto de vista de un conflicto que se ha contado casi siempre desde el punto de vista de los sorprendentes derrotados. Cinco décadas después de su primer viaje, Hastings regresa a Vietnam para elaborar uno de los relatos más completos de la guerra.
Una nube de helicópteros (Horst Faas). La foto superior es de Art Greenspon.
Su ensayo comienza en 1945, cuando los vietnamitas aspiran a independizarse de Francia tras derrotar a los invasores japoneses. No fue así y para decepción de Ho Chi Minh, los estadounidenses, hasta entonces aliados, optaron por financiar y armar a los franceses, empeñados en mantener su colonia a sangre y fuego. “La intransigencia de los colonialistas concedió a Ho Chi Minh la superioridad moral”. Certificada la derrota francesa en 1954, el país se dividió en dos. Al norte, la férrea y disciplinada dictadura comunista de Ho Chi Minh, que nunca aceptó la división del país. Al sur, la frágil y corrupta dictadura de Ngo Dinh Diem, protegida por Estados Unidos.
En el tablero de la Guerra Fría, los halcones estadounidenses convirtieron a Vietnam en una pieza de dominó: si caía, todo el sudeste asiático quedaría en manos del comunismo soviético. Era una imagen tan simple como falsa, pero sirvió para que los presidentes estadounidenses, republicanos y demócratas, se pasaran durante décadas el testigo del conflicto. La más sofisticada tecnología militar no logró paliar el gran error de sus políticos: la incapacidad de “asociarse con un orden vietnamita, social y político, que resultara creíble”. No era difícil simpatizar con David frente a Goliat, obviando que ambos bandos cometieron crímenes de guerra.
La niña Phan Thị Kim Phúc quemada por napalm lanzado desde un avión estadounidense (imagen de Nick Ut)
Hastings narra el desarrollo de la guerra con un ritmo apasionante, combinando los testimonios de soldados de ambos bandos con los políticos estadounidenses que decidían sus destinos y que no dudaron en mentir a sus gobernados antes y después de 1968, cuando la inevitabilidad de la derrota era un secreto a voces. Es imposible no comparar el relato de Hastings con la magnífica serie documental de Ken Burns y Lynn Novick para la televisión pública estadounidense. También es injusto. Serie y libro se complementan y son la mejor aproximación a una guerra idéntica a todas las guerras, distinta a todas las guerras.