Revista Cultura y Ocio

La guerra siempre es la peor solución

Publicado el 18 noviembre 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha

obama gila

¿Cuánto tiempo ha necesitado el gobierno francés para descargar su furia en forma de bombas sobre la ya castigadísima población siria? Dos días. El domingo, dos días después del terrible atentado de París, los cazabombarderos franceses empezaban a cobrarse su venganza en el feudo de la organización fascista que ha conseguido que los europeos no caminemos tranquilos por nuestras seguras calles occidentales.

Las bombas no van a solucionar nada. No van a acabar con el ISIS ni van a extirpar de los cerebros fanatizados el deseo de ganarse el cielo de los guerreros asesinando a unos cuantos infieles.

La guerra es la salida fácil, la reacción en caliente que aplauden los patriotas de palmoteo en el pecho, aquéllos que se encienden escuchando himnos a la sombra de banderas: “Se van a enterar esos moros desgraciados. Ahora van a ver cómo nos las gastamos los demócratas”.

La guerra es el objetivo de quienes dirigen el mundo, de esas macrocorporaciones armamentísticas cuyos inversores se frotan las manos cada vez que sucede una masacre como la de París.

Hoy las acciones de esas empresas cotizan al alza. ¿Cómo no van a hacerlo si las mayores potencias mundiales hacen caja con la venta de armamento a cualquiera que lo quiera comprar? Ayer Estados Unidos anunciaba la venta de miles de bombas “inteligentes” a Arabia Saudí, una de las dictaduras más sanguinarias del planeta y, sin embargo, socio preferente de los adalides de la libertad. También el gobierno español ha hecho y hace negocios multimillonarios con el régimen asesino, que, además de cargarse a cualquiera que ose expresar opiniones críticas, lleva durante todo este año masacrando a la población civil en Yemen (con el apoyo de EE.UU.) y es la principal vía de suministro de armamento al ISIS.

Es una locura. La única conclusión posible es que cualquier cosa es válida si produce dinero (recomiendo encarecidamente la lectura del artículo, publicado en eldiario.es, que la periodista Olga Rodríguez dedica a aclarar el origen del ISIS).

He perdido la esperanza en la civilización. No vamos a aprender nunca. No queremos hacerlo. La buena voluntad no vende, no mata enemigos ni “cura” a los fanáticos. La buena voluntad está condenada al fracaso. La humanidad lo está; es ya un fracaso.

Lo que ocurre en el mundo me hace pensar en un cubo agujereado por el que se escapa irremediablemente el agua, por mucho que tratemos de evitar que se vacíe por completo colocándolo bajo el triste chorrito de una fuente agotada. No hay soluciones, básicamente porque quienes podrían aportarla están muy lejos de querer hacerlo.

EE.UU., Francia y Rusia y bombardean al ISIS (y a los civiles subyugados por los terroristas) mientras venden a Arabia Saudí las armas que acaban en manos del ISIS. El petróleo con el que financian sus atrocidades lo compran países supuestamente enemigos, como Turquía, que paralelamente combate y persigue a quienes han demostrado ser el más efectivo antídoto contra los salvajes: los kurdos, que día a día, gracias a un esfuerzo feroz, están consiguiendo arrebatarles los territorios conquistados en el norte de Siria.

No me creo que los bombardeos persigan poner punto y final a la guerra. No lo creo porque han tenido más de cuatro años para hacerlo y, en cambio, han permitido la devastación de todo un país, lo que ha llevado al exilio a millones de personas, esos refugiados a quienes los malnacidos relacionan ahora con los terroristas mientras se pudren a las puertas de Europa.

Es tan ridículo que, de no tratarse de una realidad tan espeluznante, haría reír:

Vendemos bombas a todos los que se matan en Siria. La población huye desesperada y desesperanzada y, en lugar de darle acogida, le ponemos vallas y la acusamos de terrorista.

¿Qué margen queda para la esperanza en el ser humano? Yo la estoy perdiendo a pasos agigantados. Esto no es más que un tablero gigante de Monopoly en el que las personas ni siquiera aparecemos como una variable a tener en consideración. A no ser que se produzca un atentado en una de las casillas donde los hoteles van a precio de petrodólar; entonces esas muertes sirven para justificar cualquier respuesta, una guerra por ejemplo.

Los asesinos del ISIS están contentos. Están consiguiendo su objetivo de introducir el miedo en nuestras calles, que aumente la desconfianza hacia el diferente, el prejuicio, la xenofobia, que nos peleemos porque “estos muertos te duelen más que aquéllos”. Están contentos porque esas reacciones también calan entre los que se sienten vigilados, prejuzgados, rechazados. Y ese es el caldo de cultivo que necesitan para incrementar su ejército de mártires.

Hace tiempo que perdí toda confianza en nada que pueda salir de las instituciones, no al menos de éstas que tenemos, plegadas al dictado del capital, a las finanzas de casino. Repito que hoy las empresas armamentísticas cotizaban al alza en los mercados, que España y EE.UU. (entre otros) firman contratos multimillonarios de venta de armamento con dictaduras sanguinarias. ¿Hace falta decir más?

El mundo necesita feminizarse. La ley de la selva nos conduce a la extinción tras largos años de sufrimiento. El “yo la tengo más larga” significa el fracaso total de nuestra especie. Hay que cambiar de registro, y eso sólo será posible si se produce una verdadera revolución femenina, como la que están protagonizando las mujeres del Kurdistán turco.

Lamentablemente, no soy nada optimista al respecto.


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