Cuando el despertador suena a las 5:45 de la mañana y siento la corriente de aire frío entrar por mi habitación, recuerdo que madrugar para irme al pueblo me revolvía el estómago. Era muy pronto, hacía frío y me quedaba destemplada. Según palabras mías, el coche “olía a viaje”. El coche también olía a ese ambientador de limón que tan poco me gustaba. Hoy me siento igual, solo que no soy yo la que se va de viaje, sino él, esta vez para no volver, aunque se empeñe en decir lo contrario.
Voy en bici hasta la playa y, cuando paso por el puerto incendiado por el amanecer, la nostalgia me invade. El ambiente me huele a esa madrugada en Kuala Besut, a las 5 de la mañana esperando un bote que nos llevaría a unas islas paradisíacas, regateando el precio con J. para ahorrarnos unos ringgit. Y, aunque pueda confundir, no es la imagen del amanecer en el puerto lo que me transporta allí, es el olor, el olor a nervios, a aventura y a recuerdos pasados. Y ya me ha paso’, que me han abandonao’, y ya me ha pasao’, que no estás a mi lao’. Todo eso pienso de camino a la playa y siento que necesito escribirlo, a su lado, pero llego y él aún no está. Además, vamos tarde para la reserva del paddle surf.
Cuando nos despedimos, siento que me da el abrazo más fuerte de mi vida. Me da miedo separarme de él, pero lo hago y cojo mi bici por el manillar y no me giro para decir un último adiós porque no me atrevo, porque soy cobarde. A pesar de las prisas, pierdo el tren. Así tengo tiempo para pensar, pero creo que eso no es bueno.
Pienso en la libreta que me ha regalado, ‘La guía de Claudia’, la ha titulado, y me pongo a llorar de nuevo al leer su texto y ver los dibujos que me ha hecho.
En la terraza de su piso, mientras nos tomamos unas cervezas, me dice que soy única, lo mismo que me dijo J. antes de irse. Él también se marcha. “¿Por qué no te he conocido antes?”, pregunta, entre risas, porque le he enseñado toda la comida española que debía probar. Ahora no quiere irse y yo tampoco quiero que se vaya. Me dice que me brillan los ojos cuando explico algo, que siga con la enseñanza. Y yo le digo que, cuando vuelva a Quito, tome la decisión que tome, será lo correcto porque así lo habrá sentido.
Ahora las lágrimas caen sobre la esterilla de yoga y, aunque esté triste, me siento afortunada por haberle conocido, por haber encontrado en él un amigo incondicional.
Veo la admiración en sus ojos, me escucha prestando verdadera atención y siento que estos días hemos sido un gran apoyo el uno para el otro, me he sentido fuerte y valiente. Gracias a él, ya no iré nunca por el mismo camino, así descubriré lugares nuevos cada vez.