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La hazaña de La Plata: “Dios con Barcelona”

Publicado el 25 marzo 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

Dios con Barcelona. Con este titular tan profundo como breve abrió la sección de deportes del diario argentino Clarín en su edición del 30 de abril de 1971. Fue el gran Diego Lucero el periodista que ideó el citado titular y que firmó la crónica del histórico envite que el día anterior tuvo lugar en La Plata, esa ciudad argentina que se digna de contar con el más argentino de los nombres.

Algo muy grande debió acontecer el día anterior en el estadio Jorge Luis Hirschi, casa del Club Estudiantes de La Plata, para que Clarín abriera con tan rimbombante titular.

Pongámonos en contexto: Estudiantes era por aquel entonces el equipo hegemónico de Sudamérica, habiendo conseguido alzar las tres anteriores ediciones de la Copa Libertadores, concretamente las correspondientes a 1968, 1969 y 1970. Gesta que por aquel entonces, la de ser tricampeón de forma consecutiva, marcaba un hito único en el fútbol hispanoamericano y que posteriormente sólo sería superado por el Club Atlético Independiente de Avellaneda, con cuatro entorchados seguidos. Era un conjunto caracterizado por su fútbol práctico y organizado, su seriedad en defensa y su contundencia tajante arriba. Contaba con jugadores de la talla de Pachamame o Verón, y con la contundencia expeditiva atrás del zaguero Aguirre Suárez, quien posteriormente se desempeñara en el fútbol español defendiendo las zamarras del Granada y de la tristemente extinta Unión Deportiva Salamanca.

La hazaña de La Plata: “Dios con Barcelona”
Un once inicial de Estudiantes durante aquel trienio dorado (fuente: notasperiodismopopular.com.ar)

Así pues, con tales mimbres se había proclamado tricampeón de América en dicho trienio dorado, así como campeón del mundo en 1968 tras hacer morder el polvo al Manchester United de George Best y Bobby Charlton. Casi nada.

Y ante este auténtico coloso del balompié sudamericano llega el campeón ecuatoriano: Barcelona Sporting Club, de la ciudad de Guayaquil. El coloquialmente conocido como Barcelona de Guayaquil. El partido iba a tener lugar aquel 29 de abril de 1971 en el marco de la liguilla de semifinales de la Libertadores de aquel curso, en uno de cuyos grupos habían quedado encuadrados estos dos elencos junto con el chileno Unión Española. Estaba en liza, por tanto, el pase a la final de la máxima competición continental.

Arribaba Barcelona a La Plata como auténtica víctima propiciatoria. El fútbol del Ecuador a nivel de clubes no había conseguido ningún logro significativo hasta entonces en competición continental y se hallaba a años luz de los clubes uruguayos, brasileños y argentinos. Nadie apostaba un solo peso aquel día por Barcelona.

No obstante, contaba el equipo canario (apodo con el que se le conoce por el color amarillo de su zamarra) con dos armas de gran valía para intentar hacer frente al titán platense en aquella contienda.

Por una parte, Alberto Spencer, quien había firmado una década dorada en Uruguay en las filas del Club Atlético Peñarol, coronándose en tres ocasiones campeón de la Libertadores con el elenco montevideano y siendo aún a día de hoy el máximo artillero histórico de la competición internacional de clubes más prestigiosa de toda América, amén de estar catalogado como el mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos. Había vuelto esa misma campaña 70-71 al fútbol de su país y lo hizo al equipo ecuatoriano más potente de la época.

Por otro lado, la segunda de las armas con que contaba Barcelona junto al mítico Spencer no era otra sino un desconocido delantero centro que apenas había disputado hasta la fecha seis encuentros con el elenco amarillo. El único no americano de los veintidós jugadores que aquel día saltaron al verde platense. Español natural de Motrico, Guipúzcoa. Respondía al nombre de Juan Manuel Bazurco.

Saltan ambos equipos al césped del Luis Hirschi de La Plata. Es una noche atrapada por una fina niebla, algo desapacible. El envite, de forma inopinada, se está presentando disputadísimo e igualado y el conjunto de Guayaquil aguanta espartanamente las acometidas platenses.

A todo esto, llega el minuto 17 de la segunda parte. Balón largo colgado a las inmediaciones del área de Estudiantes, en una de las pocas jugadas de ataque de Barcelona. En la pugna por el balón logra cabecear Spencer, sirviéndoselo al corazón del área a Bazurco, quien carga la diestra y...

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La increíble historia de Juan Manuel Bazurco

Merece un aparte, sin duda, el formidable periplo vital de Juan Manuel Bazurco, aquel delantero centro español que militaba en las filas de Barcelona. Nacido en 1944 en Motrico, Guipúzcoa. Como muchos otros muchachos vascos de su época, Juan Manuel sintió la llamada de Dios y se metió a seminarista, estudios para sacerdote que compaginaba en su tiempo libre con su otra gran vocación: jugar al fútbol y meter goles, cosa que dicen se le daba muy bien.

Así, llegó a jugar en Tercera División española en las filas del equipo de su pueblo, el CD Motrico, en el que militó hasta que fue ordenado sacerdote y decidió, dada su fe inquebrantable, hacer sus particulares Américas y optar por un camino incómodo y nada fácil que casi ningún recién ordenado sacerdote emprendía: irse de misión a una zona remota del Ecuador, la parroquia de San Camilo en el cantón ecuatoriano de Quevedo, provincia de Los Ríos.

Alternaba sus labores pastorales con pachangas de fútbol con los lugareños, hasta que le propusieron jugar con el Club Deportivo San Camilo, lo cual aceptó con la condición de que no jugaría si los partidos coincidían con hora de misa o cualesquiera otras labores pastorales. Y empezó a marcar goles como churros en el San Camilo, hasta tal punto que llamó la atención de uno de los equipos destacados del fútbol ecuatoriano de los setenta: el Liga de Portoviejo, donde comenzó a jugar en la Serie A de Ecuador, con resultados espectaculares.

Pronto empezó a ser todo un fenómeno futbolístico en Ecuador la figura de ese cura español que, cuando dejaba la sotana y el crucifijo en la sacristía, se hinchaba a meter goles en el Liga de Portoviejo. Hasta tal punto fue notable su desempeño en el Liga que el equipo ecuatoriano más potente del momento pone sus ojos en él y se lo trae para Guayaquil. Las condiciones del pater siempre fueron claras y permanecieron inalteradas: su contratación la supeditaba a que sus obligaciones futbolísticas no interfirieran con las que Dios le tenía encomendadas, primando éstas sobre aquéllas.

Así, las negociaciones fructificaron y se firmó el pase. Fichaje que en principio fue visto con recelo por parte de la hinchada canaria e incluso por su entrenador, Otto Vieira, de quien se dice que le exclamó al presidente de Barcelona tras conocer el controvertido fichaje del cura vasco: "¡He pedido un delantero, no un curita!". Y esta estupefacción se quedaría en nada cuando arribó Bazurco a Guayaquil y fue a firmar el contrato que le unía con Barcelona luciendo sotana y alzacuellos. Galo Roggiero, presidente del club, no salía de su asombro, pero era una apuesta personal de la dirigencia barcelonista y ya nada les iba a hacer dar marcha atrás.

Y así, en 1970 comenzó Bazurco, el padrecito vasco, a defender la zamarra canaria de Barcelona. No le fue fácil integrarse en la dinámica del equipo, habida cuenta de la distancia y malas comunicaciones entre San Camilo (donde, recordemos, seguía con su labor parroquial) y Guayaquil, donde obviamente entrenaba la plantilla. Ello sin contar con los desplazamientos cuando se jugaba fuera de casa. Todo este cúmulo de desfavorables circunstancias hizo que no fuera un habitual en los planes del técnico brasileño Otto Vieira y que incluso se planteara en algún momento dar por finalizada prematuramente su aventura. Quizá lo que le dio fuerza para seguir enrolando las filas guayaquileñas fue el más sustancioso sueldo que percibía de Barcelona, que destinaba en gran parte a ayudar a los niños desfavorecidos de San Camilo.

Pero llega un hito clave en la trayectoria de Bazurco jugando para Barcelona, un verdadero punto de inflexión. Es el 31 de marzo de 1971, en el estadio Modelo de Guayaquil, el cual se halla abarrotado con cincuenta mil almas. La ocasión lo merecía: iba a tener lugar el derby de Guayaquil por primera vez en Copa Libertadores, un apasionante Barcelona-Emelec correspondiente al partido de desempate de cuartos de final del torneo continental. El Clásico del Astillero, que es el nombre con el que se conoce al partido de rivalidad por antonomasia de la ciudad de Guayaquil. Quien ganara, obtenía el pase a semifinales. La tensión es máxima, espadas en todo lo alto.

Bazurco no es de la partida y se pasa calentando banquillo durante el primer tiempo, que acaba con el resultado provisional de 1-0 para los canarios. Es cuando Otto Vieira ordena al padre Bazurco que caliente. Iba a entrar al terreno de juego desde el inicio de la segunda parte. El pater estaba, pues, ante su primera gran ocasión de demostrar su valía en un gran encuentro con Barcelona.

Y no tardó en poner en pie a la fervorosa hinchada amarilla. Sólo tres minutos después de su entrada al campo y de la reanudación del partido, el padrecito perforó las redes de la meta del eterno enemigo de la ciudad, el Emelec, poniendo así cierta distancia en el luminoso a favor de Barcelona. Era el 2-0.

El encuentro terminó 3-0 para los canarios con una actuación espectacular y sobresaliente del cura vasco, ante el éxtasis de su hinchada, que veía con regocijo cómo dejaban en la cuneta a sus archienemigos del Emelec. El pase a la liguilla de semifinales de Libertadores era un hecho. Y esta actuación le valió a Bazurco para ganarse el respeto y admiración de su afición y de su entrenador, que ya no lo volvería a sacar del once inicial.

Y así, tras este extraordinario partido en cuartos de final ante Emelec, llegamos al 29 de abril de 1971 en La Plata.

* * *

... y fusila sin contemplaciones la meta platense, superando con su derechazo al Bambi Flores, arquero de Estudiantes. La Guayaquil amarilla estalla de júbilo en las casas y en las cantinas al oír la narración del gol en Radio Atalaya de cargo del famoso locutor ecuatoriano Arístides Castro, de quien se decía que tenía "una radio en la garganta", quien dejó para la posteridad del balompié ecuatoriano, tras enronquecer cantando el gol del pater, la mítica frase: Benditos sean los botines del padre Bazurco!".

Este gol del padre sería defendido con uñas y dientes hasta el final del partido por parte de la escuadra guayaquileña, que terminó saliendo triunfante del Luis Hirschi de La Plata merced a ese gol del español.

Guayaquil se echa a la calle y el equipo es recibido en olor de multitudes. Y especialmente el padre Bazurco, quien quizá todavía no era consciente de que su nombre había quedado para la eternidad grabado a fuego en la historia del club. El país entero rinde homenaje a Barcelona, pues era la primera vez que un conjunto del Ecuador lograba batir a un equipo argentino en su propio feudo. Además, había logrado Barcelona batir a Estudiantes en su estadio tras casi dos años invicto y, por añadidura, supuso el hito de ser la primera vez que el equipo platense caía en su cancha en competición continental. Por todo ello, por lo elevado e ilustre de la gesta y lo que supuso para el fútbol ecuatoriano, y por el lugar donde aconteció, ha pasado este partido a los anales de la historia del fútbol como La hazaña de La Plata.

No supo, sin embargo, el equipo de Bazurco aprovechar esta hazaña, pues en el siguiente partido caerían contra Unión Española, lo cual a la postre hizo que el pase a la final correspondiera a Estudiantes, que fue derrotado por Nacional de Montevideo, logrando por tanto los tricolores su primera Libertadores.

Bazurco después de La hazaña de la Plata

Aquella misma temporada del año 71, tras el descalabro contra Unión Española, el padre Bazurco termina resignándose a que su aventura en Guayaquil debe llegar a su fin porque le resulta en extremo complicado compaginarlo con su labor sacerdotal en San Camilo. Termina aquel curso jugando de nuevo con Liga de Portoviejo, donde le resultaba mucho más llevadero compaginar sus vocaciones religiosa y futbolística, por una mera cuestión de cercanía.

Tras varios años, vuelve a España. Se secularizó y colgó la sotana. Se casó y tuvo dos hijos y se sacó unas oposiciones para profesor de filosofía en un instituto de San Sebastián, ciudad en la cual murió en el año 2014. Pero nunca morirá en la memoria del club de Guayaquil donde fugazmente triunfó y que hizo alzarse victorioso aquel mes de abril del 71 en La Plata, donde se juntaron ingredientes propios de una historia formidable: un cura vasco batiendo al tricampeón de América hasta entonces invicto en casa, a pase del mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos y narrado por una gloria de la radiolocución como Arístides Castro, quien, sin saberlo, lo bautizó para la posteridad como el cura de los botines benditos.

Y hasta aquí este recuerdo a aquella memorable hazaña de la Plata y al cura vasco que hizo las Américas, que logró aquel 29 de abril de 1971 que Dios estuviera con Barcelona.


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