Aparte de los 1,5 millones que viven en Israel , la mayoría con su nacionalidad, y de los exiliados e inmigrantes en otros países, obsérvese que los palestinos habitan dos territorios:
Cisjordania, con 2,4 millones de habitantes censados y gobernados por la secularista Al Fatah, y Gaza, con 1,8 millones, regida por el fundamentalismo islámico y jihadista de Hamas, ahora en otra guerra contra Israel.
Siendo el mismo pueblo palestino lo lógico sería que Al Fatah, que mantiene una paz precaria con Israel, se lanzara contra este país, y más tras haber organizado antes en su contra dos grandes intifadas o levantamientos.
Pero fuera de algunas manifestaciones testimoniales de apoyo a sus hermanos del otro lado, la población de Cisjordania no secunda a Hamas.
Porque no sólo es enemigo de Israel. Lo es también de Al Fatah, contra el que combatió y al que ganó en Gaza su guerra civil de 2006, y en la que los jihadistas asesinaron miles de secularistas.
Gaza está gobernada por terroristas religiosos que tienen como rehén al propio pueblo que los eligió bajo vigilancia, intimidación y por miedo a sus terribles venganzas.
Hamas no sólo es una organización terrorista para Europa y EE.UU., sino también para numerosos países árabes que, aunque musulmanes, tienen dirigentes más moderados en su religiosidad.
Hamas es una excrecencia natural del área extremista de los Hermanos Musulmanes, la mayor cabeza de la Hidra policéfala sunita de la que nacen otras con igual objetivo: el califato que gobierne al mundo.
Cabezas similares con distintos nombres: Al-Qaeda, Boko Haram, Yihad Islámica, Gama'a Islamiya, EIIL-ÍSIS (Estado Islámico de Irak y Levante), y muchos más.
El objetivo final es la destrucción del impío mundo actual y la imposición por el terror del islam más radical, con sus mujeres esclavas, ablaciones, fusilamientos en masa, lapidaciones y crucifixiones.
Israel sólo es la vanguardia del mundo que vivimos, que se defiende --y nos defiende-- de tales monstruos.
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