Editorial: Plaza & Janés, 2017
La decisión de Francisca de abandonar El Espejuelo, pueblo en el que vive, para irse a la ciudad, es el comienzo de una serie de cambios en su familia.
Aunque la novela se titula "La hija del alfarero", Francisca no es la protagonista absoluta, sino que comparte protagonismo con el resto de su familia: Brígida y Justino, los progenitores, y Carlos, su hermano, todos ellos al servicio de una obra que la publicidad califica como "una emotiva y apasionada historia sobre las consecuencias de nuestros actos y el sacrificio necesario para alcanzar los propios deseos.", entre otros detalles que quizá desvelan, prematuramente, demasiado de la trama.
Sin embargo, una lectura más "creativa", se aleja de generalidades como "consecuencias de nuestros actos" o "sacrificio necesario", que parecen aludir a pasajes tan tópicos como previsibles (lo que le pasa a Francisca en el hotel donde trabaja en Ciudad del Mar, Carlos en El Olvido), para "descubrir" otros temas de mayor interés y complejidad: la vida rural, las diferencias entre vivir en un pueblo diminuto o en una ciudad más grande, el desarraigo, de la implacabilidad del progreso y el paso del tiempo... relatado de manera más o menos simbólica.
Brígida y Justino representarían ese mundo rural cuyo destino es ser vencido por el progreso (la evolución del trabajo de alfarero, el abandono del pueblo en busca de algo mejor hasta quedar casi deshabitado...):
"En El Espejuelo, la casa de los claveles rojos fue vendida. El alfar, en el que Justino, el padre alfarero de Carlos, se había dejado la vida, fue abandonado. La maleza lo fue cubriendo como lo encontraron años atrás, y la furgoneta con la que hizo el reparto de material a las obras de El Olvido fue vendida, ocupando su lugar un coche de lujo que no desmereciera al lado de los coches de los vecinos.".
Carlos simbolizaría la llegada del progreso, y la riqueza al poner tejas de barro cocido en todas las casas de El Olvido, y los cambios que se producen en cuanto a riqueza, turismo, negocios (cafetería, panadería y bollería, una peluquería donde estaban las cuadras):
"Fueron tantas las ideas de negocios a instalar en el pueblo que hasta don Juan del Oso, el cura, con ánimo de recaudar fondos para las necesidades de la iglesia y evitar obras en donde instalar objetos sacros, pensó en restaurar un viejo confesionario que almacenaba polvo de siglos en la planta baja de la torre del campanario e instalarlo en la puerta de la iglesia, habilitado como quiosco, al que llamaría EL RINCONCITO DE DIOS.".
Francisca contribuye al cambio yéndose a vivir a Ciudad del Mar en un tren cuyo trayecto indica el cambio de un mundo a otro:
"A través de las ventanillas, el paisaje y la luz iban cambiando, pasando de la aridez de la tierra escasa de vegetación y un tiempo aún fresco a pesar del comienzo de la primavera, a un paisaje más verde tapizado de viñas y cultivos de almendros en flor en donde el aire, al asomarse a las ventanillas, era más cálido y lleno de aromas a flores silvestres que más tarde darían paso al perfume del azahar procedente de los campos interminables de naranjos cruzados por las vías del ferrocarril.".
Lamentablemente, el autor carece de los recursos necesarios para plasmar adecuadamente sus ideas, cayendo en errores de principiante: diálogos explicativos en los que los protagonistas saben lo que cuentan, dedicados solo a transmitir torpemente cierta información; exceso de puntos de vista, entre ellos los de personajes secundarios; recuerda cada poco quién es quién ("Brígida estaba sola. Justino, su marido, y Carlos, su hijo, se encontraban en el tejar..."); Y, lo más destacado, el paso del tiempo, que no parece transcurrir a la misma velocidad para Francisca que para Carlos, lo que produce desconcierto y confusión, al no saber siquiera cuanto tiempo transcurre entre el principio y el final de la obra.
En resumen, " La hija del alfarero " es una novela deficiente en lo formal (algo solucionable aprendiendo técnica literaria), en la que destaca alguna imagen poética, en especial en escenas situadas en El Espejuelo, sus paisajes o el trabajo de alfarero, con el mérito de tener algo que contar, un universo propio: la recreación, nostálgica e intensa, del mundo rural, ambientada en la comarca de Vallehondo, ya presente en la anterior, y primera, novela de su autor, " La melodía del tiempo " .
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