Saludos. En KindleGarten volvemos a hablar de Fantasía, y lo haremos esta vez a través de un autor clásico que colaboró con su obra a asentar el género y a definir los rasgos principales de lo que terminaríamos conociendo como Fantasía Heroica. Hoy tenemos con nosotros a todo un Lord británico (rule Britannia, Britannia rules the waves...) que además de guerrear con los Bóer, cazar en sus fincas de la campiña inglesa y jugar al ajedrez, fue predecesor de Tolkien, amigo de Kipling y de Yeats, y nos dejó un extenso legado literario. Vamos a verlo:
Título: La hija del rey del país de los elfos ( The king of elfland's daughter)
Autor: Edward John Moreton Drax Plunkett, decimoctavo barón de Dunsany. Militar, notable ajedrecista, escritor prolífico y dramaturgo, fue doctor honoris causa por el Trinity College de Dublín y miembro de la Royal Society of Literature y la Royal Geographical Society. Estudió latín y griego y atesoró una considerable erudición sobre cultura clásica.
A qué estilo(s) y género(s) pertenece: Es una novela de fantasía pura, dentro de la fantasía heroica o fantasía épica, escrita con un estilo lírico y elaborado que podemos caracterizar como prosa poética. Tiene un cierto cariz operístico y en su planteamiento priman más las formas que la historia en sí misma.
Qué cuenta: En la Inglaterra bajomedieval, en los campos que conocemos, el Parlamento del pequeño valle de Erl se dirige a su rey: desean ser regidos por un señor que tenga magia. Por ello el monarca envía a su hijo Alveric al país de los elfos a desposarse con Lirazel, la hija del rey. Armado con una espada encantada, obra de la bruja Ziroonderel, Alveric toma a Lirazel y la trae con él a los campos que conocemos. De su enlace nacerá Orión, el cazador de unicornios. Una poderosa runa del rey de los elfos hará retornar a su hija a su país, para tenerla junto a él en el Palacio del que sólo puede hablarse en un canto. Alveric saldrá en su búsqueda, en un larga e infructuosa odisea acompañado de lunáticos y heridos de amor. Cuando Orión es nombrado señor de Erl, muestra su magia reclutando a los trasgos y a los fuegos fatuos como asistentes en sus cacerías de unicornios, hasta que el Parlamento decide que hay demasiada magia en el valle, y desea restablecer la situación original, aunque tal vez sea demasiado tarde.
Lo primero que llama la atención de "La hija del rey del país de los elfos" es su estructura narrativa inusual. Estamos acostumbrados a que la fantasía se rija casi invariablemente por el llamado "viaje del héroe", del que ya hablamos en otras reseñas. Y hay un poco de eso, pero poco: Alveric vive en su mundo ordinario ("los campos que conocemos"), recibe la llamada de la aventura, parte a ella armado con una espada mágica que le proporciona un mentor (la bruja Ziroonderel), cruza el umbral, pasa una serie de pruebas y peligros con éxito y logra el elixir, en este caso enamorar y desposar a Lirazel, la hija del rey del país de los elfos.
"Era una princesa de linaje fabuloso. Los dioses habían enviado a sus sombras a su bautismo, pero se asustaron al ver en sus campos cubiertos de rocío a las largas sombras oscuras de los dioses que avanzaban, de modo que se quedaran escondidas juntas en las pálidas anémonas rosadas, y desde allí bendijeron a Lirazel".
En la mayoría de ocasiones, tanto cuentos tradicionales como una infinidad de libros y películas, pondríamos aquí "FIN" y a otra cosa, pero para Lord Dunsany esto no ha hecho más que empezar, pues asistiremos a la convivencia entre Alveric y Lirazel y las dificultades de ésta para comprender el mundo de los hombres; al nacimiento de Orión y su desarrollo hasta ser señor de Erl; al retorno de Lirazel al país de los elfos por obra de la magia de su padre; al desesperado, inútil y patético viaje de Alveric en busca de su amada, que se convierte en una quimera; a las cacerías de Orión y a cómo este trae por fin la magia al valle de Erl; y a un final "en alto", un coda épico que muestra todo el poder del rey de los elfos y que por supuesto no voy a contar.
Dije que su libro tiene un cierto cariz operístico, y la verdad que parece, pese a estar estructurado en capítulos, que está planteado en tres actos, y los personajes se muevan por un escenario actuando, tanto los protagonistas como un coro compuesto por los corrientes habitantes de Erl y por los seres fantásticos.
Y en realidad, para alejarla aún más del viaje del héroe, en la novela no hay un héroe, un protagonista central. Alveric lo es pero sólo hasta que culmina su gesta de enamorar a Lirazel, la hija del rey del país de los elfos, de llevarla de vuelta con él a los campos que conocemos y desposarla. Orión estará en el meollo de la narración por momentos, pero tampoco es un verdadero primer actor. Incluso la bruja Ziroonderel tiene una intervención mucho más crucial que ser una simple mentora de Alveric o el aya de Orión (que también), para decantar los acontecimientos con sus poderes mágicos. En resumen, el término novela coral sería perfecto para definirla.
Está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente, que tiene constancia de estar relatando la historia, pues incluye anotaciones y comentarios personales, normalmente para justificar (sin necesidad como veremos) su incapacidad para describir un hecho o un escenario; y para proporcionar algún dato concreto, como que la acción transcurre antes de 1530, pues en esa fecha el Papa de Roma recibe como regalo un cuerno de unicornio, de los que Orión cazó.
Lo más destacable es, sin duda, el estilo del que Lord Dunsany se sirve para contar su historia. Es una narrativa poética, llena de un lirismo delicioso y de una musicalidad que parece mecer al lector. Es ayudado también por una traducción muy acertada y que tras leer algún párrafo en inglés me pareció muy fiel al original -los habituales sabéis que siempre paso por alto este tema, pero en esta ocasión lo destaco-.
"- ¿Quién eres? - Preguntó ella. Y de todas las cosas terrenales, su voz se parecía al hielo quebrado en mil fragmentos mecidos por el viento de primavera sobre los lagos de algún país del Norte."
El autor se recrea en largas descripciones y las formas tienen tanto peso, o más incluso, que la historia que está narrando. Si le sumamos su estructura inusual, se convierte en una obra "diferente", un trabajo de orfebrería delicado y lleno de filigranas, que puede no ser para todos los lectores, en especial para los que busquen una obra emocionante y repleta de acción. Lord Dunsany es metódico y cuida cada párrafo, cada frase. Por ejemplo, cuando se refiere al palacio del rey de los elfos, que está en el centro de su país y es la piedra angular del mismo, siempre le llamará "el palacio del que sólo puede hablarse en un canto".
Este estilo poético, evocador, musical, es perfecto para la ambientación de la novela: un sincretismo de la cultura celta, de las tradiciones folclóricas europeas, de la cultura clásica grecolatina y de los mitos que todas ellas han aportado al mundo fantástico: elfos, trasgos, brujas, fuegos fatuos, magia, espadas encantadas, unicornios...
"Las montañas celestes se elevaban augustas en su gloria, trémulas y onduladas en una luz dorada que parecía derramarse rítmicamente desde las cumbres e inundar las laderas con brisas de oro. Y por debajo, lejanas todavía, vio elevarse en el aire plateadas las agujas del palacio del que sólo puede hablarse en un canto."
Y así se resalta el contraste que Lord Dunsany establece entre el mundo cotidiano ("los campos que conocemos") y el país de los elfos. Pese a estar en contacto a través de una tenue frontera, los habitantes de nuestro mundo viven ajenos al país encantado, y no vuelven su mirada hacia él. Estando tan cerca, están a la vez separados por dos cosmogonías opuestas. Creo que el mensaje del autor es que la fantasía está al alcance del quien la busque y la desee, o esté predispuesto a ella (como Orión, el único que escucha los cuernos del país de los elfos a través de su frontera intangible), mientras que a otros les es negada, como el cruel caso de Alveric, cuya estéril odisea en busca del país de los elfos -que se le escapa una y otra vez durante años- termina moviéndonos a compasión.
Sobre este particular es interesante la contraposición que el autor hace entre el paganismo y la religión, entre las creencias primitivas y el cristianismo, representado aquí por un trasunto llamada el Libertador, una suerte de sacerdote que rige un culto artificioso y complicado, frente a las sencillas y naturales prácticas animistas, que el Libertador maldice y clasifica como heréticas.
"- Y malditos sean los trasgos, los elfos, los gnomos y las hadas que andan en la tierra, y los hipogrifos y pegasos en el aire y las tribus todas de los pueblos bajo el mar. Nuestros ritos sagrados los prohíben. Y malditas sean todas las dudas, todos los sueños singulares, todas las fantasías. Y de la magia se aparte toda la gente honesta. Amén"
La influencia de la cultura clásica, que tan cara era al autor, se refleja también en la oposición en tantos aspectos entre los campos que conocemos y el país de los elfos. En nuestro mundo el paso del tiempo es inexorable, todo es fugaz y el cambio es constante, como acusan Lurubú y el resto de los trasgos que acuden al llamado de Orión para ejercer como sus perreros. Hay días y noches, sol, luna y estrellas, estaciones y cosechas. Mientras, el país de los elfos es continuo, inmutable, nada cambia; el tiempo allí no transcurre, y la luz es una permanente fosforescencia que no procede de fuente alguna. En él todo es calma, placidez, ataraxia. Esa serenidad que manifestamos cuando estamos con una persona amada y no necesitamos hablar ni hacer nada, solo contemplar (como el rey de los elfos junto a su hija).
A qué dos grandes pensamientos clásicos nos recuerda? El mundo ordinario es el cosmos de Heráclito, el cambio continuo ("no nos bañamos nunca en el mismo río porque nuevas aguas corren sobre las aguas"), y el país de los elfos el de Parménides, donde nada cambia y todo permanece. El arco y la flecha contra la esfera maciza, dos cosmovisiones opuestas que están detrás de dos grandes mitos. El primero, el lugar mágico donde el tiempo no pasa y sus habitantes son extraordinariamente longevos o incluso inmortales, ya sea el Paraíso que vio San Amaro, Shangri-la o Lórien. El segundo, la mujer inmortal (o con cualquier otro don, como la Sirenita de Andersen) que renuncia a su naturaleza por amor, para poder permanecer junto a su amado. Sobre esto, muchos consideran a Lirazel un antecedente de la Arwen de Tolkien. Mitos que significan, supongo, el deseo de que tenemos los humanos de vencer el tempus fugit.
La cultura celta es omnipresente, y hay referencias explícitas a ella, como la costumbre de las criaturas fabulosas de llevarse los niños humanos a su mundo y dejar a cambio un sosias, o todos los ritos asociados a la noche de San Juan. Y que la magia esté asociada a las runas, contenedoras de los hechizos.
"Y las palabras de la runa que leía eran como las notas de una banda de violines ejecutados todos por maestros escogidos de diversas edades, escondidos una medianoche de una noche de San Juan en un bosque, con una extraña luna que brillara y el aire lleno de locura y de misterio y acechando cerca, mas invisibles, criaturas que la sabiduría no abarca."
A todo ello contribuye, como ya comenté, la delicada manera de narrar de Lord Dunsany, que juega más con las emociones que con los acontecimientos. No esperéis grandes batallas ni acción trepidante, ni hechizos espectaculares como rayos o bolas de fuego. "La hija del rey del país de los elfos" derrocha magia en cada página, y no carece tampoco de acción, pero sus sensaciones más agradables vendrán del exquisito modo de escribir de su autor.
Estilo que por cierto emplea tantos recursos poéticos que hasta sirve como ejercicio de estudio: anáfora, aliteración, sinécdoque, pleonasmo... y una prosopopeya constante que da vida a toda la naturaleza, siendo árboles, hojas, viento, rocas, hierba, cielo y estrellas personajes de pleno derecho de la historia.
"Cuando Lirazel voló con las espléndidas hojas, éstas fueron cayendo de a una abandonando su danza en el aire resplandeciente, y corrieron por sobre los campos por un tiempo y luego se agruparon junto a los setos y descansaron[...]"
Como conclusión, es una novela que agradará sin duda a los amantes de la fantasía, aunque en esta ocasión hablamos de una historia atípica y algo peculiar, que además por su prosa puede desalentar a aquellos que busquen una narración más convencional.
Más datos de interés: Hoy hablaremos de música.
En los años 70 el rock se hizo mayor y comenzó a evolucionar en un montón de corrientes diversas que buscaban el interés del público adulto, fusionándose con otros estilos musicales como el jazz, recargando sus larguísimas canciones con arreglos orquestales y con los omnipresentes sintetizadores, incorporando a sus letras referencias históricas y culturales, y explorando nuevos sonidos inspirados por la psicodelia y las drogas. Había nacido el rock progresivo. Muchas bandas británicas se acercaron al folclore , a los mitos artúricos, a la tradición celta y a sus leyendas y imaginería, para dar lugar al folk rock progresivo, subgénero en el que se destacaron grupos como Jethro Tull, Gentle Giant, Marillion, Pendragon, Renaissanse o Steeleye Span.
De la mano del rock progresivo y del rock sinfónico llegó también la era dorada de los álbumes conceptuales: discos dedicados en conjunto a una idea común (por ejemplo una obra literaria), en los que todas las canciones trataban sobre el mismo tema, y tenían una trama, de manera que escuchadas en orden componían una historia.
Y esto nos lleva al disco del que quería hablar. Dos ex-miembros de la mentada Steeleye Span, Bob Johson y Pete Knight, publicaron el 1977 un álbum conceptual titulado "The King of elfland's daughter", basado por supuesto en el libro del que hoy hablamos.
Para ello se rodearon de grandes colaboradores. El titánico, mítico y colosal Christopher Lee como narrador y como rey de los elfos, mientras que la cantante Mary Hopkin es Lirazel y Alexis Korner, el papá del blues británico, es el trasgo Lurubu.
KindleGarten no es un blog de música, y no puedo opinar sobre el álbum con propiedad, pero en mi humilde opinión tiene buenas canciones folk, como"The fields we know" o "Lirazel", que se benefician de la dulce voz de Mary Hopkin, y a cambio otros momentos algo risibles por pretenciosos y ampulosos, aunque estas irregularidades son algo habitual en el rock progresivo y sinfónico en general y en los álbumes conceptuales en particular.
En cualquier caso siempre es un placer escuchar la voz de Christopher Lee, así que el disco merece la pena. Es mi blog, no admitiré disensiones :) Puede comprarse en Amazon.
Y aunque no pase de simple anécdota, me gustaría hablar también de un montaje musical que los jovencísimos (de once a trece años) alumnos de la canadiense St. Michaels University School representaron en el 2009. Con libreto y escenografía propias, se puede encontrar este corte en Youtube y muestra un trabajo muy duro (se encargaron tanto de interpretarla como de elaborar el vestuario, el maquillaje, el atrezzo...) que sin duda merece un reconocimiento:
En el blog de la escuela hay varias entradas sobre el tema, como esta, esta y esta.
Llegamos así al final de la reseña, concluyendo por mi parte que ha sido un placer descubrir a Lord Dunsany, y que volveré sobre su obra algo más adelante porque lo merece, tanto por ser un precursor de la fantasía actual como por la hermosura de su trazo. Nos leemos!