Mando siniestro (Dark Command)
Director: Raoul Walsh
1940
Estados Unidos
94 min.
Fotografía: Jack A. Marta
Música: Victor Young
Guión: Grover Jones, Lionel Houser y F. Hugh Herbert según la novela de W.R. Burnett The Dark Command: a Kansas Iliad, 1938
Reparto: John Wayne, Claire Trevor, Walter Pidgeon, Roy Rogers, George ‘Gabby’ Hayes, Porter Hall, Marjorie Main, Raymond Walburn
Llevo un par de días hablando de América, de westerns y de historia aquí y en otros lados y, como natural, al final se ha impuesto la necesidad de quitarle el polvo a algún oscuro título campero. En este caso una antigualla entrañable como Mando siniestro, título pequeño y olvidado pero de mucho interés por distintos motivos; desde los puramente cinematográficos, es un film muy agradable de ver y que servirá para rendir homenaje y ver como se prefiguran posteriores logros de un direc



Por lo tanto, el espectador moderno, no puede honestamente exigir veracidad a una película que no está concebida desde ese punto de vista porque en su época tal necesidad no existía y de igual modo es prácticamente obligatorio demandarla en una cinta actual de las características de la de Lee.
De acuerdo con esto el episodio de Lawrence recibe un tratamiento evidentemente ajeno a cualquier historicismo (aunque, paradójicamente, su recorrido de egoísmos, rencillas, frustraciones, ambiciones y amores contrariados termine por resultar extrañamente plausible) a favor de una recreación definitivamente romántica de un tiempo a través de la peripecia de un botarate de buen corazón que llegará a Sheriff de la ciudad, de un dulce sureña menos remilgada de lo aparente y de un maestro con delirios de grandeza que arrastra una relación materno-filial que, salvando las distancias y la turbiedad, adelanta, o la menos funciona con cierta equivalencia dramática, la de esa monumental obra maestra del cine bestial que es Al rojo

El bruto noble es John Wayne, joven y guapo. Desplegando encanto rudo e ingenuidad desde su llegada con una sacamuelas timador (básicamente provocan peleas para tener clientela) hasta su conversión en héroe local. Por el camino se enamora perdidamente de la chica rica e inaccesible, una Claire Trevor igual de enérgica pero más recatada que en sus habituales papeles de bad girl dentro del cine criminal (o de la mismas putas de buen corazón que interpretó dentro del género, en la propia La diligencia, sin ir más lejos) y forjará una trágica historia de amistad y rencor con esa maestro local que le enseñará a leer y a escribir solo para perder contra él unas elecciones y el favor de su prometida. Frustrado, se lanzará a contrabandear armas en la


Por cierto que visto desde hoy el episodio electoral que desencadena en gran medida el drama subsiguiente, guarda una, no por simplista menos jugosa, interpretación de la política norteamericana. Y es que Wayne gana gracias a su carácter campechano y pueblerino que le convierten en un igual para sus conciudadanos y Pidgeon pierde porque su aparente intelectualidad y cosmopolitismo le convierten en élite, y por lo tanto en sospechoso de no pertenencia real a la comunidad y eso pese a ser huérfano (solo en apariencia ya que su madre pasa delante de todos por su criada, en un rasgo especialmente siniestro dedicado a guardar la respetabilidad) y maestro de la escuela.

Más allá de estas disquisiciones históricas y de estas curiosas lecturas queda un agradable western “b” -aunque esto no sea exácto, como bien me corrige desde los comentarios el sabio Duke, regente del Territorio Ranown, puntualizando que ni la Republic era tan”b” ni este film lo es puramente, sino más bien un esfuerzo económico por parte de la productora para acercarse a la “clase A”- no en vano producido por la Republic, especializada en el bajo presupuesto (la realidad es que el género accedió muy tardíamente a los grandes presupuestos, solo a partir de la llegada primero del superwestern en los 50 y de los epics ya casi en los 60) que sin ser ningún Walsh mayor si que es un Walsh, dejando ver su limpieza expositiva y su garra en la narración, esa manera de equilibrar sin despeinarse, comedia, amoríos, acción y tragedia. Un estilo a un tiempo ligero y con verdadero poso indisociable de los pioneros del cine clásico norteamericano.

Espléndidamente planificada, con un estilo más naturalista para los exteriores y en cambio dramáticamente barroco para los interiores (las conversaciones de Pidgeon con su madre en la pequeña casa de este o el trágico final en la casa de Claire Trevor encuadrado en escorzo) y siempre entretenida, sin que moleste el reguero de tópicos, ya usados antes y todavía empleados después sin merma de efectividad alguna, especialmente la ambivalente personalidad del hermano de Trevor, interpretado nada menos que por el vaquero cantante Roy Rogers, bajo contrato con la Republic en aquellos años, un jovenzuelo sudista exaltado que pasa de admirar a Wayne a considerarlo un traidor cuando no lo defienda tras haber matado a un hombre en una pelea y que nuevamente lo ayudará en el clímax final, tras d

