Revista Cine

La historia de jimmie wilson

Publicado el 11 febrero 2010 por Jesuscortes
El más bello fracaso de la historia del cine.Con 56 años, David W. Griffith hace "The struggle", su segundo talkie, de pésima reputación, en unas condiciones deplorables. Olvidado, arruinado, sobrepasado, no sé en qué orden. Sería su última película.Ver ahora, casi 80 años después de su estreno, esta obra suprema de los años 30 es un cruce de cables considerable. No sólo por la rabia y el asombro ante la ceguera de sus contemporáneos (y la injusticia porque ni el tiempo ni la crítica "moderna", tal vez demasiado moderna, no la han restituido a su verdadero lugar) sino sobre todo por la capacidad de un gigante por ir más allá cuando las condiciones son las peores imaginables."The struggle" es para mí uno de los pasos adelante más ignotos que dio el cine sonoro y una de las películas más desasosegantes de la historia del cine. Más dura y profunda que "The crowd" de Vidor, mil veces más intimidante que "The roaring twenties" de Walsh, ésta es la obra clave del "cine de la calle", tan desnuda y en bruto como sólo muchos años después varios emblemáticos Rossellini, alargando la sombra de "The sorrows of Satan", una de sus grandes obras maestras silentes.LA HISTORIA DE JIMMIE WILSONY no lo es tanto por la innovadora técnica de diálogos superpuestos (como la que pusieron en práctica Howard Hawks, Wellman y compañía, pero sin comedia de por medio) sino por no hacer una sola concesión al proceso  de adaptación (sobre todo el de los espectadores) del mudo al sonoro a nivel temático y estilístico. Parece como si Maurice Pialat hubiese viajado en el tiempo hasta 1931 para mostrar esta historia de alcoholismo sin la menor conexión teatral (parece mentira que todavía alguno crea que es el grosor de la pared del decorado y si se mueve al cerrar una puerta lo que determina este hecho) y sin moralina final, un espejo desolador que devuelve una imagen (y sin subirla de clase social a un cómodo escalón, problemas de ricos, ni bajarla a los más sórdidos ambientes, como algunos Pabst) en la que no se querían reconocer muchos americanos inmersos en los años más duros de la Gran Depresión. Es incómodo ver reflejado en la pantalla el drama de gente tal vez cercana (o de uno mismo) sin obtener consuelo ni sentirte a salvo de su alcance, identificado, señalado, aludido. No ha sido uno de los propósitos más rentables del cine pero sí una de sus más apasionantes empresas, quizá la definitiva cumbre y ademas doble, del realismo y de la ficción.LA HISTORIA DE JIMMIE WILSONLa película, sin embargo, apenas tiene momentos tensos, salvo al final, ni es especialmente melodramática.El desconocido Hal Skelly, un wanderer que bien pudo haber salido de un film de Tod Browning y que apenas debutaba (murió tres años después en un accidente de coche, arrollado por un tren) soporta el peso del film admirablemente y pasa de borrachín alegre a marido responsable para caer por diversas circunstancias y sin coartadas ni dramas en el infierno de la bebida: una pura tragedia temporal como las de Ozu.
Jimmie bebe para celebrar algo, porque todos los días son iguales, por nervios, porque es divertido.
Ahh... Gail Russell, que estás en los cielos...
Su mujer intenta ayudarle pero acaba aceptando su condición e incluyéndola en su rutina (extraordinario el momento en que le quita los zapatos mientras duerme en un sillón y le echa por encima una manta como quien tapa un fardo), no obstante la degradación es imparable, inevitable.
Jimmie empieza metiendo la pata en fiestas, algunos aún se reían, pero termina topando con timadores que lo engañan y le hacen perder su dinero de la forma más estúpida. Todo está dado por Griffith sin agotar el efecto dramático, cortando la reverberación del mismo en cuanto resulta obvio. Así, cuando su hija  lo encuentra en la calle y lo sigue hasta un edificio abandonado donde ha ido a ahorcarse, Jimmie, paranoico, en delirium tremens probablemente, intenta pegarle. En ese instante, Griffith corta a un (sublime) travelling de su mujer corriendo por la calle en su busca. Cuando llega, él se derrumba por agotamiento pero sin haberla visto ni escuchado. Es un momento digno de "Akasen chitai".
La fotografía de Joseph Ruttenberg es contrastada y tan seca como la Ley que pudrió el país esos años.

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