A aquellos que, como yo, lleven unos cuantos días (ejem) de experiencia navegando por Internet, seguro que no les resultarán extraños los correos que, provenientes de Nigeria o cualquier país africano y bajo la apariencia de directores de banco o ministros en apuros por aquellas guerras de Dios, solicitan la ayuda -recompensada- del receptor del mensaje para evadir una impresionante cantidad de dinero. Estos mensajes, a poco que tengas un dedo de frente se ven a la legua que son más falsos que un euro de plástico pero, aunque parezca mentira, hay gente que confía en ellos y caen de cuatro patas presas del timo que hay detrás, desembolsando cantidades de dinero más o menos importantes según la candidez y/o avaricia del receptor. Sea como sea, estos mensajes " spam" han inundado nuestros correos electrónicos desde el principio de Internet, pero no son exclusivos de ella. De hecho ya en el siglo XIX corrían cartas similares por toda Europa sólo que no provenían de Nigeria... sino de España.
La llamada Estafa Nigeriana, es un clásico entre los mensajes fraudulentos que corren por Internet. La situación convulsa del África subsahariana y la imagen que de ella tenemos, convierten a Nigeria en el foco principal de este tipo de timo del toco-mocho al estilo moderno. No obstante, el origen de este engaño lo hemos de buscar en España, a principios del siglo XIX, donde las continuas guerras fratricidas hacían de éste país la base ideal para una estafa como esta.
La Guerra de la Independencia, las guerras de independencia hispanoamericana o las Guerras Carlistas, fueron algunos de los conflictos bélicos que asolaron España durante la primera mitad del siglo XIX. Tantos follones armados y políticos afectaron al (antaño) Imperio Español que el resto de países europeos -sobre todo los más ricos, es decir, Inglaterra y Francia- veían a España como un caos total y absoluto. Esta situación caótica hacía que los estafadores enviaran cartas a gente normal a las cuales camelar y poder sacar un dinerillo a costa de la empatía con los sufrimientos de un desgraciado prisionero atrapado por el caos español.
Por aquel entonces no existía la facilidad de comunicación que hay hoy con las nuevas tecnologías, de tal forma que, para conseguir su objetivo, los estafadores tenían que utilizar un argumento bastante convincente y los medios del momento, es decir el correo postal.
Una vez determinado el objetivo, es decir, el llamado " panoli" (del cual obtenían sus datos por las esquelas o por las noticias de los diarios), la imaginación y "savoir-faire" de los timadores se ponían en acción.
Primero de todo hacía falta empatizar con el objetivo, por lo que se buscaba que conectara con las desdichas de alguien que, supuestamente, se encontraba encarcelado en una prisión española y cuya única y desesperada opción era ponerse en contacto con un particular más o menos anónimo. De esta forma, se inventaban auténticas novelas de ficción que, basadas en hechos reales, estaban protagonizadas unas veces por prisioneros ingleses o franceses apresados por los españoles, otras por prisioneros españoles que huían de la guerra y otros por políticos españoles opositores a los "malos" del momento que habían sido apresados injustamente. Eso sí, todos tenían un nexo en común: mantenían secretamente una sustanciosa cantidad de dinero escondida, por la cual pagarían al "panoli" una parte de ella aunque, eso sí, ellos no podían acceder por estar presos. Por tanto necesitaban la colaboración de él... y de su dinero. Sobre todo su dinero.
De esta forma, comenzaban a lanzar la caña, haciendo llegar una carta explicando su "trola" al incauto, unas veces en un correctísimo inglés o francés y otras lleno de extranjerismos. Todo ello encarado a crear un vínculo sentimental y -porqué no decirlo- interesado, con el pretendido prisionero.
Tras contactar con él, se transmitían toda una serie de documentos -más falsos que Judas- con los cuales se probaba la historia explicada (certificados de penales, noticias de diarios...) y, de paso se explicaba que el engañado debía aportar una cantidad, ya fuera para dar la libertad al preso para poder ir a buscar el tesoro escondido con el cual pagar la ayuda del ciudadano, o, en una de sus versiones, a la hija del preso, la cual estaba en un internado y que era la única que sabía donde se encontraba el tesoro. No fueron pocos los que cayeron en el truco, por lo que se les dieron el nombre de Estafa del Prisionero Español o de Timo del Entierro -por estar el tesoro prometido enterrado.
En España, estas mismas cartas también corrían, pero no tenían tanto éxito como en Francia o Inglaterra (los españoles eran más pobres y desconfiados), hasta el punto que los diarios se hacían eco de las estafas e informaban que los servicios diplomáticos del gobierno español se habían puesto en contacto con los gobiernos galo y británico avisando de la falsedad de dichas cartas y circunstancias. Con todo, pocas veces se podía atrapar a los embaucadores, de primeras por su escurridiza inteligencia y, de segundas, por la prácticamente nula denuncia de los hechos ya fuera por simple vergüenza de los afectados o por haber querido, a su vez, participar de un negocio claramente ilícito.
Sea como sea, este timo, el cual se puede considerar el predecesor del actual "spam" (correo no deseado, para los puristas) se ha mantenido en el tiempo desde el siglo XIX, variando los nombres, ubicaciones y circunstancias hasta llegar a la actualidad, en que adaptados a las nuevas tecnologías y a nuevos lugares de conflicto, los estafadores intentan -y consiguen- enganchar en sus ficticias telas de araña a los más incautos, en un claro ejemplo de que, tal y como pasa con la energía, la picaresca y las malas artes de los que viven de enredar al prójimo ni se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma.
Que se lo pregunten a los preferentistas.