“¡Secabais las hojas, prensabais su sabia y conseguíais opio! ¡Y a cambio, muere gente inocente!”
- Ricky Oh (Siu-Wong Fan).
En el cine se suele hablar de películas buenas y malas. ¿Qué hay del cine hecho con el corazón? ¿aunque ese corazón tenga nula capacidad creativa? Para los amantes del cine, los que un dia fuimos cinéfilos y pasamos a cinéfagos, a devorarlo todo con la misma pasión y sin miramientos, no buscamos más que una cosa en el cine y esa es: la capacidad de asombrarnos, de descolocarnos, de devolvernos a esa sensación de incredulidad que nos producía de pequeños ver a, por ejemplo, Gizmo conduciendo un coche de juguete o disfrazarse de Rambo. Supongo que esa es la fatalidad de alguien versado en algún tema: que nunca más pueda repetir la sensación de su “primera vez”.
¿Por qué digo todo esto? porque muchos hemos acabado buscando ese sentimiento en el cine xplotaiton, underground, casposo, porque es el paradigma de la falta de normas (y de talento también), buscando esa chispa que seguramente no encontraremos en el resto de cine. Existen dos vertientes que vale la pena diferenciar. Una es la del cine conscientemente casposo y otra, la del “cine accidental”. Recientemente Tarantino y Rodriguez intentaron hacer un ejercicio consciente de algo que no se puede calcular, y por eso nunca causará la misma sensación que aquello genuinamente malo, aquello que uno hace por amor y falla en el intento.
Y en este último grupo entra “La Historia de Ricky” (Ricky Oh, 1991) una película basado en el manga “Ricky Oh”. La historia de un preso injustamente encarcelado, en un futuro distópico en el que las cárceles son propiedad privada de empresas, es decir, las normas las dictan ellos y no el gobierno. Y así descubrimos como hay un complot entre el alcaide de la prisión y algunos de los reclusos que utilizan recursos para cosechar y traficar con opio.
“La Historia de Ricky” es una película que condensa diversos xplotations: artes marciales, cine de prisiones y fantasia/gore. Por grotesco que parezca, estamos hablando de la adaptación más fidedigna, a imagen real, que un manga de estas características ha tenido hasta la fecha: imaginaros por un momento la versión en imagen real de “El puño de la estrella del norte” sin censurar ninguna de las salvajadas de su obra original. Así es Ricky, solo que con un presupuesto irrisorio, unas actuaciones de vergüenza ajena y una música de sintetizador primigenio. De hecho, sorprende en cierto sentido que esta película sea de los 90, daba por hecho que pertenecia a la fiebre xplotation de los 80. Esto es algo que todavía me descoloca más, pues es una película que ya resultaba en cierto modo “vieja” a su tiempo.
Pero en fin, volviendo al tema, si hay algo destacable a nivel narrativo, es su ritmo. No es que Ngai Kai Lam, su director, sea consciente de lo que hace, ni que todas las escenas duren lo que tienen que durar, de hecho las hay que no tienen un maldito sentido o que duran demasiado para lo que tienen que explicar, pero el festival de emociones es tal que uno no se da ni cuenta. Soy consciente que hay muchas otras películas de bagaje underground que son totalmente soporíferas, que uno no hace más que contar los minutos hasta la siguiente descabellada. Aquí no ocurre así, es una película pretendidamente seria donde vale la pena deleitarse con cada diálogo, pues quiere beber sutilmente (aunque fracasa estrepitosamente) de los hypes más resobados del género (por ejemplo, el laconismo del tipo duro rozando el absurdo: -Guardia: “¿por qué no te quitaron las balas?” –Ricky: “son recuerdos”) que se traducen en carcajadas. Esto también es algo bastante particular de la película en cuestión. Existe una especie de proceso en el espectador inevitable: durante la primera visión de la película es posible que las risas no sean sonoras dado el nivel de perplejidad al que uno se somete, pero a partir de la segunda revisión –eso si, siempre acompañado de unos amigos y unas buenas cervezas- la risión puede ser más que notable.
Para que nos entendamos, Ricky (interpretado con suma convicción, por decir algo, por Siu-Wong Fan) viene a ser una mezcla entre Bruce Lee y Son Goku. Es un hombre sin apenas límites, con una capacidad de supervivencia inhumana que utiliza la violencia solo cuando lo considera “necesario” (dicho de aquella manera). Nos insuflan por en medio raciones de filosofía Zen que vienen a reforzar todo el tema este sobre el buen uso de la violencia, el respeto por los débiles y el amor a la naturaleza, y a modo de flashback nos explican su trágica historia de amor, que es aberrante, y no hace más que dejar en ridículo a todos los que participaron de alguna forma en esta película (y a sus familias). El resto de personajes son anecdóticos, entran y salen de la historia a antojo, y funcionan como orbitas de ese superhombre que es Ricky.
Es interesante ser consciente del crescendo de la película, que a modo de videojuego, presenta a cada minuto situaciones y enemigos que superan lo anterior (si era un reto, desde luego lo han superado). Si frivolizaramos la estructura de la película, casi podríamos decir que en vez de episodios, hay niveles, y en cada nivel que subimos hay un malo final más grotesco que el anterior. Y es que el “malo final final” bien merece una ovación. Hay muchas peculiaridades en esta película a tener en cuenta cuando se ve, y de verdad, gana con cada nuevo visionado, descubres nuevas incoherencias, una de las más importantes: ¿quien vigila a los presos? ¿realmente hay alguien a cargo de la prisión? Hay bastantes momentos en que parece que reine la total anarquía, con presos corriendo por las galerías como si fueran colegialas o saliendo de paseo como Pedro por su casa. De hecho los guardias están de más, como de relleno, en ningún momento vemos un gesto de autoridad por parte de los vigilantes.
¿Era acaso esta película un vehículo de lucimiento para su protagonista? Por momentos parece evidente y su fracaso no hace más que añadirle morbo al asunto. No entiendo el alcance que pudiera tener la adaptación de un manga de segunda fila como éste (por decir algo, porque aquí nadie lo conoce) y menos con esta violencia extrema (tan de moda hoy pero mucho más tabú hace 20 años). Se mire por donde se mire, esta película es un delicioso aborto cinematográfico.
En conclusión, estamos ante una de las mayores delicatessen del cine accidental más pasado de rosca. Literalmente rozando la parodia en muchas ocasiones, las intenciones no quedan en absoluto claras. Un divertimento de la A a la Z, sin ningún tipo de tapujo, “La historia de Ricky” nos adentra en un mundo en el que todo es posible, en el que parece que no existan límites y que se ganó mi corazón hace ya unos cuantos años. De visión obligada para todo cinéfago que se precie.
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