En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, un equipo ucraniano nacido en una panadería se animó a vencer a los representantes del ejército de la Alemania nazi. Sus integrantes lo pagaron con la vida.
Esos disparos fueron los últimos sonidos que escucharon. No hacía falta que nadie les explicara nada. Ellos -futbolistas, hombres sufridos en días de guerra- sabían por qué los mataban. Habían tenido una osadía grande: ganarle al equipo que no debía perder. En la Ucrania invadida por la Wehrmacht -las fuerzas armadas de la Alemania nazi-, los jugadores del FC Start (conformado por mayoría de futbolistas del Dinamo de Kiev) habían vencido a esos rivales que -bajo el ala protectora de Hitler- sólo conocían los encantos de las victorias fáciles.
Eduardo Galeano, desde la Vecina Orilla, los evocó: "También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Les habían advertido:
-Si ganan mueren.
Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos".
El lugar de nacimiento de este equipo sin olvido, orgullo de su tierra y del deporte, fue una panadería. Allí se juntaban muchas personas para conseguir un trabajo que no había. Josef (o Iosif, según el idioma) Kordik, el dueño del local, era fanático del Dínamo y del fútbol. El origen alemán le había salvado la vida y el trabajo. Allí, en ese espacio que era un refugio entre bombas y hostilidades, Nikolai Trusevich -ex arquero del Dinamo- trabajaba a escondidas a cambio de cama y de comida. Josef fue el primer audaz: le propuso armar un equipo de fútbol. Nikolai le sumó su cuerpo enorme y su entusiasmo gigante: se puso a reclutar antiguos compañeros. Era el principio del Football Club Start.
El hambre no los hizo débiles. Allí estaban ellos para demostrarse y demostrar que juntos podían afrontar las adversidades más crueles. Además del arquero, había otros siete jugadores del Dínamo en el grupo: Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenko, Mikhail Svyridovskiy, Fedir Tyutchev, Mykola Korotkykh y Oleksiy Klimenko. A ellos se sumaron tres integrantes del Lokomotiv Kiev: Vladimir Balakin, Mikhail Melnyk y Vasil Sukharev. Entre junio y julio de 1942 se mostraron como un equipo imbatible: vencieron a equipos de distintas reparticiones militares; los golearon y se lucieron. Fueron seis triunfos, con cuarenta goles a favor.
Ya en agosto, el día 6, derrotaron por 5-3 al Flakelf, el equipo de la Fuerza Aérea de Alemania. Era una afrenta para los representantes del Tercer Reich. Enseguida los vencidos pidieron revancha y determinaron quién iba a ser el árbitro. No podía ser de otro modo: el elegido era un integrante de las SS. El desarrollo del partido, disputado en el estadio Zenit, fue similar a como lo mostró la película "Evasión o victoria" (en la Argentina, "Escape a la victoria"; "Victory", en inglés), inspirada en este partido. Patadas permitidas para el equipo alemán, un gol con el arquero lesionado, infracciones de todo tipo, empujones, amenazas. A pesar de todo eso, el primer tiempo finalizó 2-1 para el equipo de la panadería de Kiev.
Lo que pasó en el entretiempo, considerando el desenlace, resulta previsible de imaginar: a los jugadores del equipo del barrendero Trusevich les explicaron que no debían ganar. El precio de la victoria era el más caro: la vida. Pero ellos -deportistas desde el alma- aceptaron pagarlo. Fueron mejores durante todo el segundo tiempo. Ya con el resultado 5-3, los ucranianos seguían brillando. Demostraban toda su superioridad en el campo de juego. Lastimaban el orgullo nazi, como aquellos peruanos de los Juegos Olímpicos de 1936, en la victoria ante Austria. Ellos -los refugiados del panadero Josef- ya sabían que ese atrevimiento traería consecuencias.
Lo que pasó después fue una tragedia en medio de la tragedia. Tras el partido, los dejaron festejar a los ucranianos. Pero averiguaron dónde se refugiaban. Y los obligaron a volver a jugar. Lo que pasó lo reconstruyó el periodista Santiago Siguero, en el diario Marca, en días no tan lejanos: "Esa segunda derrota fue demasiado para los alemanes, que prepararon la venganza en frío. Una semana después, el 16 de agosto, el Start volvió a ser obligado a jugar ante el Rukh (8-0). Tras el partido, la Gestapo arrestó a varios jugadores, oficialmente por pertenecer a la NKVD, el órgano represor de Joseph Stalin. En realidad, uno de ellos, Korotkykh, ya había sido detenido antes del partido del 6 de agosto y murió unas semanas después, tras ser torturado. El resto fueron enviados al campo de trabajo de Sirets, donde Klymenko, el portero Trusevich e Ivan Kuzmenko fueron ejecutados en febrero de 1943". La leyenda cuenta que Trusevich murió con el buzo de arquero puesto...
El escritor mexicano Juan Villoro, impecable hombre de las palabras y un preciso observador del fenómeno del fútbol, puso aquel hecho en su lugar. Lo describió así: "La historia del fútbol mundial incluye miles de episodios emotivos y conmovedores, pero seguramente ninguno sea tan terrible como el que protagonizaron los jugadores del Dinamo de Kiev en los años cuarenta. (...) En la muerte dieron una lección de coraje, de vida y honor, que no encuentra, por su dramatismo, otro caso similar en el mundo". Lo escribió desde la Ciudad de México, esa ciudad de fútbol.
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