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La hora de la estrella - Clarice Lispector

Publicado el 19 enero 2015 por Rusta @RustaDevoradora

La hora de la estrella - Clarice LispectorEdición:Siruela, 2014 (trad. Ana Poljak)Páginas:112ISBN:9788416120796Precio:11,95 €Las obras de Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, Brasil, 1977), ya sean novelas o relatos, siempre resultan difíciles de desentrañar por la enorme complejidad con que están construidas, una complejidad que sitúa a la autora brasileña entre los escritores experimentales más importantes del siglo XX, como James Joyce y Virginia Woolf. La hora de la estrella (1977), el último libro que vio publicado en vida, está considerado uno de sus mayores logros junto a La pasión según G. H. (1964) y Un soplo de vida (1978), además de su gran especialidad: el cuento. Como consecuencia de esta dificultad para descifrarla, voy a comentar este texto poco a poco, empezando por lo fácil —los personajes, la trama, si se puede considerar que hay una trama—, para adentrarme después en la singularidad que le aporta el narrador y la profunda reflexión filosófica que es en el fondo esta novela.La hora de la estrellase centra en Macabea, la norestina, una joven anodina que trabaja como mecanógrafa en Río de Janeiro. Macabea nació en la región noreste de Brasil (de ahí su apodo: «norestina»), una zona pobre donde Lispector pasó su infancia. Después de quedarse huérfana, Macabea fue acogida por una tía que no la quería y con la que más tarde se trasladó a Río. Tras la muerte de la tía y sin ningún familiar que la ayudara, comenzó a compartir habitación con cuatro chicas. Macabea es, tal y como la describió Lispector, «una muchacha que no sabía que ella era lo que era y que por ello no se sentía infeliz», es decir, no había tomado conciencia de la miseria de su vida, de su escasez de recursos, de su carácter conformista, de su falta de aspiraciones («No es necesario saberlo todo y el no saber era una parte importante de su vida», pág. 31). Los de su alrededor, en cambio, sí detectan estos rasgos de la norestina y se sorprenden ante la impasibilidad con la que acepta lo que ellos consideran mediocridad. En La hora de la estrella se presta interés a lo que le ocurre desde que conoce a Olímpico de Jesús, asimismo norestino y tan sencillo como ella. Sin embargo, a diferencia de Macabea, Olímpico es ambicioso y encaja en el arquetipo de chico que desea mejorar su posición social a cualquier precio («Él hablaba de grandes cosas, pero ella prestaba atención a las cosas insignificantes, como ella misma», pág. 57). La elección de los nombres dice mucho de ellos (Lispector no da puntada sin hilo): Macabea, como el heroico pueblo macabeo —Lispector era judía y las referencias religiosas abundan en su obra—; y Olímpico de Jesús, que alude al catolicismo y, a la vez, la paradoja del nombre compuesto se burla de las ínfulas del joven (soberbio por creerse «del Olimpo» cuando, de hecho, procede de un ambiente pobre, «de Jesús»).Todo esto sería una historia realista si no fuera porque Lispector, ya lo he advertido, no tiene nada de convencional. La pieza que confiere un aire único a este relato es el narrador, un hombre que se presenta como Rodrigo S. M. y es testigo de los hechos. Él redacta en primera persona los pequeños acontecimientos de la vida de Macabea con una intensidad singular, impregnada de ideas sobre la muerte —se da la casualidad de que Lispector murió meses después de la publicación, aunque mientras la escribía no era consciente del avance de su enfermedad— y de reflexiones sobre el proceso creativo. Al principio declara, con sorna, «Experimentaré, contra mis costumbres, una narración con principio, medio y “gran finale”, seguido de silencio y de lluvia que cae» (pág. 13), pero, aunque en la trama de Macabea se pueden discernir estos tres puntos, La hora de la estrella no se parece en nada a las novelas de estructura clásica porque el narrador-humano de Lispector carece de la objetivación, del control total sobre la historia, del narrador-Dios de Flaubert o Tolstói.La primera diferencia entre ambos narradores es la profunda introspección, compartida por Proust y Woolf: la interrupción de la trama para ahondar en los pensamientos y las emociones de quien nos habla, un giro de perspectiva que da importancia a la subjetividad, a la forma con la que Rodrigo S. M. mira a Macabea. Y la mira, a veces, como si estuviera fascinado por ella aunque al mismo tiempo se frustre por la condición miserable de la chica («Sí, estoy apasionado por Macabea, mi querida Maca, apasionado por su fealdad y su anonimato total, pues ella no existe para nadie», pág. 76). De algún modo, la presencia de este narrador nos recuerda que si Macabea personaje existe es porque hay alguien, el escritor, dispuesto a darle vida, a hacerle caso, a pesar de que no haya protagonizado ninguna aventura extraordinaria ni una pasión desenfrenada como las que interesaban al novelista decimonónico. Estas nociones de ruptura son comunes a toda la producción de la autora, que desde sus inicios fue considerada una renovadora de la literatura brasileña del siglo XX.Estas introspecciones, en el caso de La hora de la estrella, están ligadas, además, a la reflexión sobre la escritura, por eso no es un detalle baladí que esté contada por un escritor y no por la propia norestina. Desde el comienzo, el narrador da muchos rodeos antes de entrar en materia (es decir, antes de presentar a Macabea), como si él, en lugar de limitarse a contar la historia, quisiera compartir también el proceso, las dudas y pensamientos que se le pasan por la cabeza a la hora de afrontarlo. Esta cavilación se manifiesta a lo largo del relato —el estilo fragmentado, las pausas antes del final, la incapacidad para elegir un solo título, su desinterés al escribir los diálogos vacíos entre Macabea y Olímpico, la peculiar dedicatoria—, y se relaciona con la imaginación, porque el narrador reconoce que en ocasiones debe inventar lo que no ha visto, poner algo de él en el retrato de Macabea («Es una historia en tecnicolor, para que tenga algún adorno, por Dios, que yo también lo necesito», pág. 8), como los momentos de soledad de la muchacha y su emoción al escuchar música. Lispector siempre procura dotar sus escritos de mucha viveza, mucha fuerza (el it, tal y como lo denomina en Agua viva), y esta novela no es una excepción («No se trata de un relato, ante todo es vida primaria que respira, respira, respira», pág. 13).

La hora de la estrella - Clarice Lispector

Clarice Lispector

Si bien La hora de la estrella se puede interpretar como un retrato social de Brasil, el punto de vista le añade tantas capas de significado que se puede entender asimismo como un ejercicio de deconstrucción de la novela tradicional en el que el narrador hace gala de su condición humana y, por consiguiente, expresa todos sus esfuerzos, sus propósitos y sus miedos («Que nadie se engañe, solo consigo la simplicidad con mucho esfuerzo», pág. 11). Si en Agua viva (1973) Lispector hizo para la literatura lo que el arte abstracto para la pintura, en La hora de la estrella continúa experimentando con la figura del narrador. La historia de Macabea, por su parte, va en consonancia con este abandono de las convenciones, porque ella misma es una antiheroína, una caricatura de todo aquello que no tienen las grandes protagonistas de la literatura, y es que La hora de la estrella, a pesar del drama, de su obsesión por la muerte, es una novela muy irónica e incisiva (basta fijarse en las observaciones jocosas sobre Olímpico, la propia protagonista o la adivina). Otra obra maestra de una escritora excepcional.
La hora de la estrella - Clarice Lispector

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