Revista Cultura y Ocio

La hora de la verdad

Publicado el 31 mayo 2012 por Dean
La hora de la verdad Hasta hace muy poco tiempo encontrabas a dos o tres personas solidarias, que aún eran capaces de pensar en que sus problemas no eran nada comparados con lo que ocurría a otros en el mundo. Hace unos pocos años que hemos decidido que las ayudas humanitarias tienen que venir de algún lado y somos nosotros los que tenemos que ser socorridos. Algo bueno tienen las crisis, y es que muestran la verdadera cara de las personas, sobre todo de esas que aparentemente son altruistas y buenas gentes, pero que realmente están acostumbradas a ganar indulgencias regalando las sobras. En época de abundancia también abundan los bondadosos, que regalan a manos llenas, una televisión que funciona perfectamente pero es porque se han comprado otra de última generación, cajas repletas de ropa para los pobres, pero es porque ya no les cabe en el armario la nueva colección primavera verano. Ahora es la hora de la verdad, es el tiempo de decirle a los inmigrantes que se vayan a sus paises de origen, porque ya no nos sobra nada para regalarles, y ya no les necesitamos para hacer esos trabajos de bajo rango porque hoy los queremos para nosostros; que se vayan que cuando vuelva la abundancia ya les llamaremos porque podremos volver a la poltrona y tendremos demasiados escrúpulos para realizar determinados trabajos. En este tiempo de recortes se nos olvida que la inmensa mayoría de extranjeros son gente joven que poco usa los servicios de la seguridad social, pero en cambio han estado cotizando durante años. La solidaridad es una colaboración voluntaria y constante, colectiva o personal, sin esperar recompensa alguna, al bienestar de otras personas que, por sí solas, no pueden satisfacer sus necesidades básicas o aspirar a justas reclamaciones sociales. Para ser solidario hay que tratar de incrustarse en el pellejo del otro. Toda ayuda que sea obligatoria no constituye solidaridad. Toda ayuda que sea puntual es más un acto de caridad que una genuina solidaridad. Toda colaboración que busque mejorar imagen pública, obtener protagonismo social, recibir prebendas políticas, ganar votos electorales, generar adeptos a creencias religiosas o lograr exoneración de impuestos tampoco puede llamarse solidaridad. La más extraordinaria donación es la que yace imperturbable en el anonimato. Ahora resulta que es el momento de decirle a los inmigrantes que ya no caben en este mismo sitio, pues de repente, se nos ha quedado muy estrecho el territorio, se nos ha encogido al igual que nuestros corazones y nuestras mentes.
Pero ahora que ya muchos se han tenido que marchar, resulta que somos tan insolidarios que ni siquiera lo somos con nosotros mismos, con nuestros intereses comunitarios, con decisiones sociales que nos involucran directa e indirectamente. Resulta que la crisis de los no tan ricos siempre es más importante que la de los pobres que siempre han vivido en estado de crisis. Resulta que llegados a este punto cada quien trata de salvar su pellejo como sea y si no puedo dar rienda suelta al consumismo como lo he venido haciendo desde hace tiempo, pues es porque la crisis es cosa muy tremenda, y la mía es peor -desde luego- que la de otros. Seguimos en crisis mundial y la gente sigue creyendo que es cosa de los políticos, de los bancos, de la prima de riesgo, de la Merckel, que yo no tengo nada que ver en todo este rollo; que muy pronto todo esto pasará y volveremos a estar igual o mejor que antes, consumiendo como locos, destrozando el planeta, esclavizando a millones de personas en el mundo, qué ansiosos estamos por que todo esto vuelva pronto, qué ganas de demostrar una vez más las maravillosas piezas que somos de este engranaje de manipulación social.
La hora de la verdad

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