Revista Cultura y Ocio
Soy una hormiga.Nunca lo dije: me hubiese gustado nacer águila, o boa constrictor. Pero no.Soy una hormiga. Una de tantas.Deambulo por la selva buscando alimento para mi colmena, por las ramas de los árboles.Tengo amigas, colegas de trabajo. Todas hermanas. Al caer la noche nos refugiamos y contamos historias, frotándonos las antenas. Son noches de sabores y olores, de fugaces recuerdos.Hoy me ha pasado algo extraño. De repente me sorprendí vagando sin rumbo, alejada de las sendas químicas de mi tribu. Fue un lapsus, un descuido impropio de una hormiga.Hace tres días me expuse a las esporas de un hongo Ophiocordyceps, unilateralis, que desde entonces se está apropiando de mi cuerpo y de mi alma de hormiga. Pero esto lo desconozco. Al fin y al cabo, sólo soy una hormiga. Y pronto dejaré de serlo.Mañana se repetirá el comportamiento extraño. El hongo atrofiará mi sistema motor y muscular, en una invasión callada e inmisericorde. En unas horas ya no tendré control sobre mi comportamiento. No regresaré al refugio y las convulsiones me harán caer de lo alto del árbol. Antes, mis antaño compañeras me verán pasar, ausente a todos. Perdida incluso de mí misma.Una hormiga zombi sin conciencia. Muerta en vida.He caído. Cerca del suelo el aire es muy húmedo y fresco, las condiciones ideales para el hongo. El invasor, que se ha apropiado de mi ser y mis músculos, me obliga entonces a aferrarme a una hoja, a morderla con fuerza. Las hormigas infectadas siempre mordemos en dirección noroeste.Y es al cabo de poco tiempo, justo al mediodía, que el hongo acaba con mi vida liberando un veneno. Este ser monstruoso siempre mata al mediodía. El parásito crece y asoma a través de un agujero en la parte superior de mi cabeza. Y este apéndice asqueroso liberará esporas que atacarán a otras hormigas. Que se convertirán en zombis.
Me hubiese gustado ser águila. Y volar.
Antonio Carrillo