El desarrollo de los partidos comunistas más representativos en la Europa mediterránea se vio siempre influenciado por las decisiones, estrategias y acontecimientos que sucedían en el bloque del este en general, y en la Unión Soviética en particular. La evolución del comunismo desde la década de 1970 en España, Portugal, Italia y Grecia se trata, sin lugar a dudas, de una historia de supervivencia. Curiosamente, una supervivencia en donde no el más adaptado a las circunstancias del momento sobrevivió, sino que fueron los elementos que menos adaptados estaban los que consiguieron sobrevivir a la hecatombe que para el comunismo supusieron los acontecimientos encuadrados entre 1989 y 1991.
Logotipos de los partidos que serán analizados en este texto. En la parte superior están las imágenes del Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Portugués, mientras que en la parte inferior están la marca del Partido Comunista Griego y el Partido Comunista Español
Cuando la revolución triunfó en el lugar menos esperado
En el año 1917 el Partido Comunista de la Unión Soviética, o como eran más conocidos en aquel entonces, el Partido Bolchevique, se hizo con los resortes del poder en el que hasta entonces había sido el Imperio Ruso. Con ello, el campo político e ideológico del comunismo dio un giro de 180 grados. Se suponía, siguiendo los escritos de la primera generación de escritores comunistas, entre ellos Karl Marx y Friedrich Engels, que la revolución debería triunfar en un país desarrollado industrialmente, principalmente en el Reino Unido o en Alemania. El hecho de que triunfase en un país atrasado desde el punto de vista capitalista como era la Rusia zarista, debió suponer una confusión para todos los teóricos y seguidores comunistas del momento. Pero lo que debió suponer con aún mayor fuerza fue un sentimiento de ilusión y alegría. La revolución proletaria por fin había llegado a un país y ahora sólo era cuestión de tiempo su extensión por el resto de Europa.
Con la ventaja del paso del tiempo, ahora sabemos que la revolución no se extendió masivamente por el mundo y que en algunos lugares llegó a través de armas que forzaban a la población, aunque sin querer esto negar la importancia del elemento autóctono en lugares como Yugoslavia, Albania, China o la República Checa. En aquel 1919 se intentaron varias revoluciones, principalmente en Alemania con la Revolución Espartaquista y en Hungría, con la República Soviética de Hungría liderada por Bela Kun.
Aquellas intentonas acabaron en un rotundo fracaso y con la aceptación de que la revolución a nivel mundial debería esperar para una mejor ocasión, la cual llegaría dos décadas años después – si los ortodoxos del comunismo permiten la licencia – en forma de Segunda Guerra Mundial y mezclada con llamamientos a la liberación nacional e intereses geoestratégicos soviéticos. Por consiguiente, en aquella época de entreguerras, la Unión Soviética el primer, y hasta el momento, único Estado del mundo liderado bajos postulados del marxismo, decidió afianzar su posición en el panorama internacional hasta que la situación para la expansión del comunismo por el mundo fuese más propicia.
Después del éxito de la revolución bolchevique, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se convirtió en el líder del movimiento comunista mundial. La Tercera Internacional se puso en funcionamiento – fue creada oficialmente en 1915, aunque no tuvo su primer congreso hasta 1919 – y poco después se publicaron los veintiún puntos en los cuales se establecían qué condiciones debían cumplir todas aquellas agrupaciones que quisiesen tener un hueco en la nueva organización revolucionaria. Estos apartados tenían como principal objetivo marcar las pautas de desarrollo a través de las cuales los partidos comunistas del resto del mundo se desarrollarían.
El marxismo-leninismo había triunfado y ahora ese era el único camino, dejando de lado a otras posibilidades como el marxismo libertario o los socialdemócratas que en aquel momento aún creían en el socialismo, pero habían abandonado las pretensiones de alcanzarlo a través de la revolución. Por consiguiente, a partir de esos 21 puntos se creó en el campo comunista y marxista una división entre “ortodoxos”, que eran aquellos que seguían fielmente las pautas del marxismo-leninismo que eran marcadas por el PCUS, y los “otros” en donde entraban reformistas, comunistas de izquierda, etc. La Tercera Internacional o Internacional Comunista desapareció en 1943, pero eso no iba a significar una liberación de los partidos comunistas del mundo de las directrices soviética.
La II Guerra Mundial imprimió a los movimientos comunistas una legitimidad que hasta entonces nunca habían tenido, además de la oportunidad de alcanzar posiciones de poder. Era lo más cerca que el movimiento comunista estuvo de la revolución proletaria mundial. La mitad oriental de Europa pasaba a estar gobernada por partidos comunistas obedientes a Moscú. Además, parecía que en Grecia y en China las cosas podían seguir el mismo curso debido a que los partisanos comunistas estaban ganando terreno en ambos territorios.
Después de la II Guerra Mundial, un tercio de la población mundial estuvo bajo Estados dirigidos por élites comunistas que decían representar un modelo estatal diferente a aquel practicado por el capitalismo
Fue entonces cuando comenzaron a aparecer las primeras disensiones dentro del campo comunista en relación con la línea oficial que había que seguir. La Unión Soviética decidió no apoyar a los comunistas chinos que luchaban contra el ejército oficialista de Chiang Kai-shek, mientras que ordenó a Albania y a Yugoslavia que detuviesen su apoyo a los partisanos griegos. Stalin no tenía la más mínima intención de arriesgar su esfera de influencia y su glacis protector para la URSS por unos revolucionarios griegos y chinos, aunque a estos últimos los tuvo que aceptar ya que en 1949 las tropas de Mao Zedong obtuvieron la victoria y el control de China, a excepción de la pequeña isla de Taiwan.
No obstante, las relaciones con China se pudieron enmendar, aunque no fue así con las relaciones con Yugoslavia. En 1948 se produjo la ruptura entre Yugoslavia y el resto del campo comunista. Más allá de las razones que produjeron la ruptura, lo interesante para el caso que aquí se analiza es el hecho de que los comunistas yugoslavos emprendieron un camino diferente al de Moscú – el Socialismo Autogestionario – haciendo ver que las directrices de Moscú no eran las únicas para desarrollar el socialismo. No obstante, el punto de inflexión para la división del campo comunista en varias tendencias y corrientes llegó en 1956, con el informe secreto de Jruschov en el XX Congreso del PCUS.
Stalin había fallecido tres años atrás y las élites soviéticas decidieron suavizar los términos en los que la URSS se había desarrollado desde que el georgiano se hizo con el control a fines de la década de 1920. Este proceso, conocido como desestalinización, llevó a Jruschov a pronunciar un discurso en donde denunciaba, aunque fuese en términos parciales, la arbitrariedad y la dureza con la que Stalin había liderado a la URSS durante los últimos 20 años. Además, aunque fuese indirectamente, el reconocer errores en la gestión de Stalin también permitía a otros partidos comunistas revisar sus políticas e iniciar iniciativas relativamente autónomas e independientes, especialmente en aquellas zonas fuera del bloque soviético como China o la Europa occidental. Quizás pueda parecer contradictorio escribir que Jruschov facilitó la heterodoxia dentro del campo comunista si se consideran los acontecimientos de Hungría de 1956 o la construcción del muro de Berlín en 1961.
Sin embargo, esos acontecimientos se vieron motivados por motivos geopolíticos y geoestratégicos y no por cuestiones ideológicas. La represión de Hungría fue bastante reflexionada y sólo cuando estuvo claro que Imre Nagy quería salirse del bloque soviético las tropas del Pacto de Varsovia intervinieron, mientras que en el caso de Berlín, cambiar a las élites de la RDA mandaría un mensaje de debilidad sobre la capacidad de la URSS para gestionar sus asuntos dentro de su propia casa. Por consiguiente, la heterodoxia se permitió siempre y cuando no afectase a la posición estratégica de la URSS en Europa y así lo demuestran la política internacional autónoma de Rumania, el fracaso de los planes de división económica en el Comecon, la importancia de la Iglesia en la vida pública polaca, la aceptación de Yugoslavia como un modelo de socialismo alternativo o el hecho de que Albania rompiese relaciones con el bloque soviético para aliarse con la China de Mao tras la ruptura de esta con la URSS en la década de 1960. No obstante, sin lugar a dudas, donde más se noto esta manga ancha fue en los partidos comunistas de la Europa occidental, zona en la que Moscú no tenía ningún interés estratégico.
Los años en los que nos alejamos del Marxismo-Leninismo: el Eurocomunismo
Hablar de comunismo en la Europa occidental durante los años de la Guerra Fría es sinónimo de hablar del Partito Comunista Italiano (PCI) .Y hablar del PCI es lo mismo, al menos desde la década de 1970, de Eurocomunismo. Quizás parezca exagerado, pero el único partido comunista que alguna vez tuvo alguna oportunidad de lograr el poder en la Europa occidental fue el PCI. Ni el KKE (Partido Comunista Griego), ni el PCP (Partido Comunista Portugués), ni el PCE (Partido Comunista Español) jamás tuvieron la más mínima oportunidad de alcanzar el poder, a pesar de que fueron las principales fuerzas en resistir a las distintas dictaduras que se desarrollaron en los tres estados durante la Guerra Fría.
El PCI siempre había tenido una gran autonomía, especialmente en el campo cultural e intelectual, respecto a la línea marcada por la Unión Soviética. Aún así, durante las dos primeras década de la Guerra Fría, el PCI se mantuvo fiel al PCUS y no ejerció grandes críticas a los acontecimientos de Alemania 1953, Hungría 1956 y Alemania 1961. Sin embargo, el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968 fue manejado por los órganos comunistas italianos de una forma diferente. La chapucera solución de la Unión Soviética ante los acontecimientos en Checoslovaquia propició que muchos comunistas en la Europa occidental demandasen una diferenciación entre sus partidos y aquellos del bloque soviético. Así, la aparición y desarrollo del Eurocomunismo no fue un fenómeno únicamente italiano, sino que en él participaron otros partidos comunistas como el de España, el de Finlandia, el de Gran Bretaña o el de Austria. Sin embargo, sin el PCI, el Eurocomunismo no habría pasado de ser otra maniobra ideológica propuesta por partidos minoritarios o al margen de la legalidad.
“La amenaza roja” así es como apodaba la revista Time a Enrico Berlinguer
En la adopción del Eurocomunismo tuvo gran importancia la figura de Enrico Berlinguer. El que quizás haya sido el más famoso de todos los secretarios generales del PCI, decidió que aquella cuestión de la dictadura del proletariado, del partido guía y la colectivización de los medios de producción no tenía ya cabida en Italia y en Europa Occidental, por lo que decidió poner sobre la mesa una propuesta en la que el PCI aceptase la democracia liberal, la OTAN, y la creación de una amplia convivencia de partidos para solucionar las cuestiones sociales, económicas y políticas. En resumen, el PCI renunciaba a todo aquello que suponía, no sólo el marxismo-leninismo, sino también el marxismo para convertirse en un Big Tent party . Y el giro ideológico funcionó a corto plazo, ya que en las elecciones de 1976 el PCI obtuvo los mejores resultados de su historia, quedando a apenas 4 puntos porcentuales de la Democracia Cristiana.
No obstante, aquel resultado no dejó de ser un oasis en medio del desierto que el comunismo y la izquierda más allá del socialismo pasaría desde la década de 1980 hasta el 2014 en el que Syriza venció las elecciones legislativas griegas, aunque no está muy claro si la victoria de Syriza será también un oasis en ese desierto. Sea como sea, lo que está claro es que durante la década de 1980 los resultados del PCI fueron cayendo, al igual que los del PCE que también se había sumado de manera entusiasta al Eurocomunismo. En el caso español, el PCE se integró en la segunda mitad de los ochenta en Izquierda Unida, mientras que el PCI desapareció en 1991 con un total de 177 representantes en la Cámara de los Diputados.
En rojo aquellas regiones donde el PCI obtuvo la mayor parte de votos a la Cámara de Diputados italiana, mientras que en blanco están aquellas regiones donde la Democracia Cristiana obtuvo la mayoría de los sufragios
El Eurocomunismo fue un fracaso, no tanto por cuestiones endógenas sino por las exógenas. Así, la caída del bloque del este a fines de los 80 y comienzos de los 90 fue decisiva para deslegitimar el proyecto eurocomunista y los partidos que los representaban en la Europa occidental. El futuro estaba en el capitalismo neoliberal y en la democracia liberal y la única salida era aceptar el orden de las cosas y el ritmo de los tiempos para transformarse en socialdemócratas que aceptasen el orden neoliberal. Eso o convertirse en una agrupación de izquierdas más a la izquierda de los socialistas, pero que nunca tuviesen fuerza para convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. No obstante, hubo una tercera salida, que fue la tomada por el PCP y el KKE.
Huyendo hacia adelante
En la reunión de partidos comunistas del año 1976 el campo del comunismo quedó dividido entre aquellos que seguían la doctrina marxista-leninista marcada por la URSS, y aquellos que deseaban alejarse de las directrices establecidas desde el Comité Central del PCUS. La mayoría de los partidos de la Europa occidental decidieron alinearse con las tesis eurocomunistas o bien como neutrales en la disputa entre ortodoxos y eurocomunistas. Los únicos partidos de la Europa occidental que se mantuvieron fieles a la línea marxista-leninista fueron el PCP y el KKE.
Mapa que refleja la división del comunismo tras la conferencia de 1976. Los países marcados en verde son los que se alejaron de la ortodoxia de Moscú. Los Estados en rojo los que siguieron alineados a los postulados del PCUS
Ambos partidos siguieron alineados a la ortodoxia marxista-leninista incluso cuando está comenzó a ser desechada por Gorbachov en los años de la Glasnost y la Perestroika. Cuando el comunismo dejó de ser el sistema por el que una gran parte de Europa se regía, los partidos comunistas de ambos países mediterráneos debían afrontar una complicada situación. ¿Qué hacer? ¿Seguir los pasos de sus compañeros italianos y españoles y abrazar la socialdemocracia, o mantenerse fieles a sus principios y sobrevivir en la que se preveía una larga travesía por el desierto? Ambos partidos decidieron enrocarse en sus posiciones y sobrevivir lo mejor que pudiesen a la ofensiva neoliberal que les esperaba.
El camino no fue fácil, y menos en una Europa en donde el discurso dominante era aquel del fin de la historia, avance del capitalismo neoliberal a través del Tratado de la Unión Europea y de una sociedad menos ideologizada y con un pensamiento único en donde la política y la conciencia de clase tenían poco que decir. Sin embargo, ambos partidos consiguieron mantener a su base de votantes y militantes, consiguiendo así mantenerse a flote durante los veinte años que han transcurrido desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días. Más aún, ambos partidos han logrado mejorar sus resultados y por lo tanto aumentar su presencia en las instituciones, aunque de una forma marginal que ni tan siquiera le permite hacer algún tipo de sombra a los otros partidos de izquierda que tienen una posición dominante en la izquierda en sus respectivos países – el Partido Socialista en Portugal y Syriza en Grecia –.
¿Cuál es el futuro?
La situación del comunismo en la actualidad es muy diferente en los cuatro países recogidos en este artículo. Mientras que en Grecia y Portugal siguen existiendo partidos comunistas con una fiel base de militantes y un ligero aumento de simpatizantes, en España el PCE no es más otra fuerza dentro de una coalición que se debate entre la renovación o la desaparición. Aunque la situación más dramática para el comunismo se encuentra en Italia. No es que no existan partidos comunistas en Italia, pero estos son terriblemente minoritarios y sin relevancia alguna en la política y en la sociedad italiana.
Puede parecer una contradicción que haya sido en Italia en donde el comunismo haya sufrido más desde el fin de la Guerra Fría. Después de todo, el Eurocomunismo era una estrategia para adaptar el comunismo a los mecanismos de la democracia liberal y de la economía capitalista. Sin embargo, esa adaptación también se puede interpretar de otra manera. Cuando se renuncia a los principios básicos de la ideología en la que supuestamente se fundamenta el partido y se decide abandonar la movilización e ideologización de los militantes y simpatizantes, sucede que cuando todos los elementos están en contra es terriblemente sencillo abandonar el proyecto y bajar la cabeza, como sucedió con el PCI. Después de todo, ¿no tenía el PCI más fuerza a fines de 1980 en las instituciones y en la sociedad que el PCE, PCP y KKE juntos?
En Italia la importancia del comunismo es un solar, pero tampoco se puede decir que en el resto de los países mediterráneos aquí nombrados la situación no es mucho más halagüeña. En España y en Grecia, la hegemonía de la izquierda se la disputan otros, mientras que el KKE y el PCE – dentro de Izquierda Unida – no tienen ni los recursos, ni las estrategias y tampoco tienen el apoyo popular para poder disputar dicha hegemonía. El KKE tiene en Syriza un duro oponente con el que tiene que lidiar, mientras que Izquierda Unida tiene en Podemos y en el Partido Socialista a dos rivales que parece que son imbatibles para la organización en este momento. Aún así, la diferencia de ambos partidos es que el KKE tiene una base de militantes sólida que apoya al partido, tanto en los actos electorales, como en los actos de partidos y en las manifestaciones que el KKE o asociaciones afines a éste puedan convocar, algo que no sucede en el caso de Izquierda Unida, cuya base de militantes siempre ha sido fluctuante hacia el PSOE y ahora también hacia Podemos.
Tomando en consideración lo anterior, es posible que el único partido de los aquí analizados con una verdadera capacidad de crecer y discutir el liderazgo de los socialistas en la izquierda es el PCP. Habiendo conseguido mantener estable la base de militantes, el reto del PCP es aumentar dicha base, pero especialmente la de simpatizantes que vean en la hoz y el martillo portugués una verdadera alternativa política a los otros partidos del espectro político de la izquierda portuguesa, el Bloco de Esquerda y el Partido Socialista. Aunque, claro está, lo anterior no será algo sencillo y exigirá una estrategia a largo plazo en donde el PCP deberá abrirse más a la sociedad y a los medios de comunicación, al tiempo de establecer mayores lazos de colaboración con organizaciones de la sociedad civil con las que puedan tener puntos de vistas similares, asumiendo todos los riesgos que conlleva un aumento del flujo de información y la creación de alianzas con organizaciones independientes.
Sea como fuere y suceda lo que suceda, lo que sí que parece claro es que el comunismo en la Europa mediterránea deberá seguir sobreviviendo a la espera de mejores tiempos para volver a resurgir de sus cenizas, si es que dicho momento llega, algo imposible de asegurar en estos tiempos.