Para la libertad, sangro, lucho, pervivo...
Miguel Hernández
A las 5. 30 de la mañana de un 28 de enero de 1942 moría en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante Miguel Hernández, el poeta de la emancipación, de la libertad, el poeta del pueblo. Tardará mucho en nacer, si es que nace -digo, parafraseando a García Lorca- un poeta español tan claro, tan rico de futuro.
Un 29 de marzo, setenta años después, se celebró en España una huelga general contra la reforma laboral que quiere imponernos un gobierno antiespañol y una clase de grandes empresarios tan mezquina y pequeña como la que tenemos en España, y que aquí, en Murcia, encabeza el dirigente de la CROEM, el señor Del Toro.
Sea cual sea el porcentaje exacto de seguimiento, o la valoración sobre el desarrollo de la huelga del 29 de Marzo, hay una cosa clara: el mismo hecho de que, en democracia, se pueda realizar una huelga, ejercer el derecho a huelga, que es uno de los derechos básicos, es ya un éxito. A pesar de la imposición desproporcionada de servicios mínimos, a pesar de los cutres piquetes empresariales que coaccionaron en muchas empresas a los trabajadores, sobre todo, a los jóvenes y a los contratados temporales, amenazándoles con el despido, y ejerciendo una violencia denunciable contra la dignidad humana y del trabajador, y a pesar de la impresión de estado de excepción que calculadamente quiso dar el Gobierno ese día, con la excesiva presencia policial en las plazas donde se concentraban sindicalistas, en las puertas de centros de enseñanza, hospitales y fábricas – otra forma nada sutil que tienen las instituciones gubernamentales de coaccionar e intentar desactivar la movilización y la protesta-; y a pesar de las llamadas de la beligerante Esperanza Aguirre, confundiendo con terroristas o violadores a los piquetes informativos sindicales, conminando a la ciudadanía a que grabe su presencia con teléfonos móviles o cualquier otro tipo de tecnología defensiva; y por ultimo, a pesar de todos los santos patronos y de ese Losantos (Federico), que incitó al crimen accidental: a que atropellara a los piquetes sindicales un coche de policía; yo y muchos más españoles hemos hecho huelga.
Yo he hecho huelga por mí, por mi derecho a hacer huelga, y por mi hija de 27 años que trabaja en una empresa de telecomunicaciones y a la que se le ha impedido hacerla bajo la amenaza de despido. Precisamente la reforma laboral que pretende el Gobierno favorece eso, el que no se trate de amenazas morales, sino reales, pues dota a los malos empresarios cutres (quiero pensar que existen, como en toda profesión, los legales) de un instrumento para el despido sin más razón que el ordeno y mando.
Dos argumentos exhibió el gobierno para desactivar la huelga contra su reforma laboral: una, que la huelga daba mala imagen (argumento que caló en los empresarios como el señor del Toro) y otra: que la reforma favorecería a los parados y la creación de empleo. Al contrario, la reforma a lo que se dirige, con total coherencia con su filosofía neoliberal, es a la creación en potencia de un ejército masivo de parados, que en potencia somos todos, incluso los españoles que actualmente tenemos trabajo. Mano de obra intercambiable, de usar y tirar, que rotativamente es utilizada y devuelta a la cloaca cuando convenga al empresario. Y, por supuesto, una fuerza de trabajo atemorizada de antemano, no reivindicativa, privada de dignidad y de conciencia de clase.
Cuando se habló de que la huelga daba mala imagen, hemos sabido por fin ante quién. Ante los inversores extranjeros, se ha dicho. Ya sabemos algo más de los gustos de esos invisibles inversores: les gusta un país de eunucos, de castrados, de esclavos, con una salud laboral y una dignidad humana y de clase por los suelos. La imagen que tienen de los trabajadores occidentales, en el siglo XXI, no es ni siquiera la de los chinos (a los que se ha puesto de ejemplo) sino la de los antiguos egipcios que picaban piedra para las pirámides, en el esclavismo profundo.
Independientemente de lo que se opine sobre si servirá o no esa huelga para cambiar o mejorar,
al menos, las condiciones que la reforma laboral impone al trabajador, yo la hice para que quede claro que no me voy a callar mientras me quitan la dignidad. Qué triste es oír a quienes no la hicieron por no perder cien euros (¡como si un derecho no valiera más!l) o a los que han subido un peldaño en la escala laboral empresarial, a los jefes, pobrecitos que ganan unos euros más, a costa de perder su dignidad humana y laboral.
Es justo felicitar a los sindicatos. El trabajador solo, es un cero a la izquierda, todo lo ha conseguido colectivamente. Desde el siglo XIX hasta hoy, si se han conseguido mejoras y derechos, ha sido por los sindicatos de trabajadores. Miguel Hernández no murió en vano.
Fulgencio Martínez