Revista Opinión
Lo peor de los tipos que hemos pasado más tiempo en las salas de cine que en cualquier otro sitio es que todo lo sentimos, que todo lo pensamos, sin querer, a través de imágenes cinematográficas, y a mí, esta mañana, vaya v. a saber por qué, las primeras imágenes que me han venido a la memoria, en este día de huelga general, son las de Burt Lancaster, barriendo como un loco, arrojando al suelo y destrozando todo lo que encuentra en el despacho de su antiguo socio de fechorías gangsteriles, Kirk Douglas, a cuyo triunfo económico ha dedicado aquel ni más ni menos que 14 años de cárcel.Un director de cine alcanza la cima de su arte cuando una secuencia de una de sus películas queda en la memoria de los espectadores como el culmen de una pasión: la rabia, la ciega rabia con la que Lancaster va barriendo todo lo que encuentra en el lujoso despacho de Douglas, había quedado en mi alma, y yo no lo sabía, como la imagen más completa de la rabia insuperable con la que un compañero de trabajo se revuelve contra el canalla que se ha aprovechado de la paz que el otro ha contribuido a proporcionarle para medrar y ahora, cuando el otro necesita de su colaboración para rehacer su vida, se rié en su cara y le llama iluso: “pero ¿que quieres, que yo arriesgue todo lo que tengo por ayudarte a ti?, tú estás loco”. Y el piquetero, Burt Lancaster, arremete contra todos aquellos objetos que llenan el despacho de su compañero al que él protegió de la ley y que gracias a ello ha conseguido toda aquella riqueza con la mejor y mayor explosión de rabia que yo recuerdo haber visto en el cine. Hoy, hay en España, una huelga general. Una huelga general contra un gobierno de fascistas al que un pueblo desnortado por el “panem et circenses”, por el opio que representan fenómenos tan denigrantes como Belén Esteban y Cristiano Ronaldo, e intoxicado por la prensa más canallesca del mundo, ha votado en unas elecciones generales para llevarlos a un poder que están utilizando y que utilizarán para acabar hasta con el último vestigio que haya en este desdichado país del llamado Estado del bienestar, de unas conquistas sociales que se ganaron con siglos de lucha, con mares de sangre, sudor y lágrimas, hoy todo el pueblo, toda esa gente de bien a la que el más canallesco de todos, el sin par baboso, invoca con tanta frecuencia, todo aquel que conserve aunque sea en lo más recóndito del fondo de su alma un átomo de decencia no sólo debe de echarse a la calle para marchar, hombro con hombro, con todos sus compañeros de tantas fatigas, sino que debe de revolverse como una fiera contra todos esos esquiroles que van a hacer todo lo posible para que este genuino movimiento de masas en lucha por su auténtica libertad, ésa que sólo se puede adquirir cuando uno no está forzado a vender a cualquier precio lo único que realmente tiene, su fuerza de trabajo, fracase estrepitosamente de tal modo que nunca, nunca, nunca el pueblo herido vuelva a pensar en una huelga como el único remedio verdadero para todos sus males. A lo peor, si alguien que no debe, lee esto, me denuncia por incitar a la violencia a los piqueteros, no hay tal, yo a lo único que incito, con todas las fuerzas de mi viejo y herido corazón, es a salir a la calle con toda la energía del mundo laboral a luchar por el derecho más sagrado del hombre, el de trabajar en tales condiciones de salario y seguridad que le hagan una especie de ángel fieramente humano, porque estará luchando no sólo por sí mismo sino por todos por los que, de hoy en adelante, estarán en su misma situación, desamparados ante un gobierno de plutócratas fascistas que trata de ponerlos de rodillas para siempre ante los empresarios, que no son sino ellos mismos, los que han aprovechado la confusión del pueblo para auparse a un poder que ya están ejercitando con todo el descaro para perjudicar al pueblo mismo. Sólo eso, nada más que eso, y este pueblo herido y acosado, que durante tanto tiempo luchó para que ahora esas clases medias traidoras a su propio origen pudieran trabajar en tales condiciones que ahora se ven tan por encima de la pobreza que se sienten enemigos jurados de la misma, de aquellos de entre los cuales se alejaron quizá para siempre, no permitirá, no debe consentir que estos desclasados canallescos boicoteen el ansia de libertad que los levanta contra tanta opresión. Se trata, pues, sólo de eso de que a este pueblo, tan herido que puede ser incluso de muerte, le dejen manifestar en paz, su ansia de justicia, de pan y libertad frente al capitalismo más salvaje de la historia. Nada más, ojalá los esbirros de ese ministro de Interior del Opus, la secta más retrógrada de España, nos permita cumplir con el derecho de huelga en paz. Si no, sólo él será el responsable de todo lo que ocurra.