Revista Cultura y Ocio
Foto: Daina Beth Solomon. L.A Weekly
La lectura como transgresión siempre resultará sospechosa para cualquier sistema. Se supone que vivimos en una sociedad abierta, democrática y libre, por supuesto. La aparición de Mark Zuckerberg, flamante presidente de Facebook, diciendo que leerá al menos dos libros por mes durante el año, ha sorprendido a los críticos de la cultura virtual. Parece un chiste orwelliano. Es como si Stalin o Hitler resultaran abogando por la democracia, pensarán los pervertidos intelectuales. Uno de los peligros de esta civilización virtual es la enajenación.
Como un personaje de una novela surrealista, el ciudadano promedio camina, come, vive (y no duerme) con la mirada clavada en esa pequeña cuadrícula que toca periódicamente, lanzando risitas estúpidas, sin que los demás se escandalicen. Parecería que la idiotización ya tiene carta de naturalidad. ¿Estos son los signos del apocalipsis digital? ¿Los hipsters, dueños de anticuarios y librerías de viejo podrán suspirar tranquilos? ¿El libro impreso ha empezado a circular, o por el contrario, ha renovado sus fuerzas? Aunque se nos diga que los nativos digitales no leen, probablemente estemos equivocados. Leen a su manera. Mensajes de textos, artículos cortos, y sobre todo, publicaciones en Facebook o Twitter. En fin. Una cosa distinta es que ya nadie —ni siquiera los que escribimos— use la pluma o el lápiz para escribir. ¿Terminará atrofiándose y anulándose por sustracción de materia, esa área del cerebro procedural que opera los mecanismos necesarios para la escritura?
Foto: @carolineoconnor
Poco a poco la subversión intelectual surge como la luz entre las nubes negras de la tormenta. Un esperanzador mensaje en la botella ha surgido en las convulsas calles de Los Ángeles. Un anuncio común de tráfico que debería advertir al transeúnte un cambio en su bitácora, de repente forma con sus flamantes luces amarillas: «lee un puto libro». Un hacker piadoso con alguno de esos zombies con los que se estrella camino a casa, absorto en su aparato multifuncional, su respirador artificial, estalla, irrumpe en el generador de texto de la señales de tráfico de la ciudad y lanza su mensaje. Como los revolucionarios nihilistas en la Rusia zarista de Dostoievsky o los disidentes políticos en la Europa de Hitler, el mensaje de este héroe anónimo es pronta y debidamente censurado.
Los curiosos toman sus fotografías y la suben a las redes sociales. Es como un puño alzado contra la tiranía, como el estudiante chino que se planta frente al tanque de guerra en la plaza de Tiananmen en 1989: podría ser pertinentemente apresado por subversión, por terrorismo ideológico. «La ignorancia es la fuerza», reza el lema ideologico del Ingsoc, el partido oficial estatal, en la novela de Orwell. Esto parece una metáfora de un futuro que hace tiempo se nos vino encima. Ya veremos qué pasa…