
Uno de los lienzos más grandes del mundo es Las bodas de Caná, del pintor veneciano Paolo Veronese. Se encuentra en el museo parisino del Louvre. Es impresionante presenciarlo, porque es imposible mirarlo apropiadamente en un momento -el que se utiliza más o menos en un museo-, pues tan sólo puede presenciarse si acaso, y de muy lejos además. Hay que distanciarse mucho para apreciar la majestuosidad y la obra -obra maestra de Arte, por supuesto- única que supone su grandioso acabado. Con casi diez metros de anchura y siete de altura, para estas dimensiones se precisaría todo un día completo casi para disfrutar adecuadamente de su visión. Para aquel que desconozca las dimensiones reales de este lienzo la sorpresa es enorme. Porque se suelen conocer las obras por sus representaciones iconográficas, por imágenes en libros, estampas o grabados, pero la verdadera dimensión de algo, si se desconoce -y es lo más normal-, nunca se llega a saber hasta que se topa uno con la realidad de lo que ello es verdaderamente.
Por tanto, la imagen desubicada, es decir, la representación trasladada de su soporte original, de su sentido original -objeto real traspasado a algún tipo de medio visual- deja por completo de ser fiel a lo que su esencia verdadera es. La falsedad, la torticera parcialidad de las cosas, llega a alcanzar niveles de engaño sublime. Puede confundir a cualquiera. Por esto la frase "una imagen vale más que mil palabras" puede ser verdad en comparación con la descripción literal -también capciosa- de lo que representa, pero puede no ajustarse a la realidad de lo que su visión nos proporcione.
Cuando al pintor cretense Doménikos Theotokópoulos -El Greco- le pidieron que crease una obra sobre la flagelación y el expolio de Jesucristo antes de su pasión, el gran autor manierista llevó a cabo una de las más maravillosas obras de Arte realizadas jamás sobre este tema. Nada parece en el lienzo que tenga que ver con una expoliación del hijo de Dios. Jesucristo incluso se muestra satisfecho ante los seres que, aparentemente, van a flagelarle, a torturarle, a herirle dura, despiadada y brutalmente. Pero, claro, esto es Arte; lo único que se puede permitir la desvirtuación de la realidad desde supuestos y paradigmas que sólo obedecen al Arte.
Es como la obra de Rembrandt, Retrato de madre, de 1650. Al parecer, parece ser la madre del artista. Aunque su rostro no parece ni el de una madre, ni el de una anciana, ni el de una mujer siquiera. Aquí, el gran pintor barroco holandés lleva a cabo su virtuosismo como dibujante a niveles extraordinarios. Para él esto es lo importante: el Arte. Lo demás, la verosimilitud idealizada de un personaje, no es lo que le interesa. Aun a pesar de desfavorecer al modelo, su propia madre.
Pero, claro, el Arte puede utilizar como quiera sus recursos especiales para la creación excelsa. Los creadores de verdad no buscan significar la representación de la cosa, sea ésta la que sea, no; los creadores crean simplemente Arte, y éste, el Arte, se diferencia de la imagen torticera en que ésta tiene un objetivo evidente o disimulado: resaltar parte de la verdad. Y parte de la verdad nunca es la verdad. No lo es. Porque para comprenderla, para conocer completa, real, auténtica y absolutamente algo es preciso presenciarlo, estar junto a ello, y mirarlo desde diferentes perspectivas, visiones que entonces nos harán comprender, sin error, la verdadera naturaleza de lo que estamos viendo.
(Óleo Las Bodas de Caná, 1563, Paolo Veronese, Museo del Louvre, París; Cuadro El expolio, 1579, El Greco, Catedral de Toledo, España; Retrato de Madre, 1650, Rembrandt; Fotografía de la actriz y cantante norteamericana Jennifer López desarreglada; Fotografía de la misma actriz en otra representación; Fotografía de la Alameda de Hércules, Sevilla, Huelga de Basuras, Febrero 2013; Fotografía de la misma Alameda, Sevilla.)
