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La imaginación activa

Publicado el 20 abril 2015 por Rafael García Del Valle @erraticario
La imaginación activa

En 1912, Carl Gustav Jung entró en una depresión que le confinó durante años en un mundo de fantasías que parecían tener vida propia. La exploración de ese mundo se convirtió en la epopeya del resto de su vida. Pronto descubrió que la mente está habitada por infinidad de personajes que hacen lo que les viene en gana, voces que luchan por elevarse desde las profundidades de un océano que devora orillas y, en algún momento de la vida, rompe los muros tras que se refugia la persona que cree que su identidad es algo bien definido, sólido e inalterable.

El detonante de la exploración junguiana fue algo bastante simple, como todo primer paso digno de una gran aventura: los recuerdos de la infancia emergían acompañados de emociones. No era nada nuevo, pero la forma de contemplarlo fue muy diferente a la del resto de sus colegas:

"Vaya", me dije, "¡aquí hay vida! El chiquillo está todavía aquí y posee una vida fecunda que a mí me falta. ¿Pero cómo puedo conseguirlo?" Me pareció imposible cruzar la distancia entre la actualidad, el hombre adulto y mis once años. Pero si quería volver a establecer contacto con aquel tiempo, no me quedaba sino regresar allí y volver a acoger al azar al niño con sus juegos infantiles.

( Recuerdos, sueños, pensamientos)

Jung descubrió que los personajes de sus fantasías eran adaptaciones históricas, fieles a sus circunstancias y educación, de unos mismos tipos eternos, cada uno de ellos vinculado con un comportamiento y objetivo concretos. No debería resultar tan extraño, como expresa en su obra Arquetipos e inconsciente colectivo, que la psique contenga marcas evolutivas comunes a toda la especie, es decir, instintos.

Si toda estructura orgánica conserva un rastro biológico que permite reconstruir su historia, la mente, cuyo soporte físico es el sistema nervioso, también debiera conservar las huellas de su pasado. El conjunto de esas huellas es el inconsciente colectivo, una memoria de la especie que cada individuo porta consigo en la maraña neuronal que le hace estar en el espacio-tiempo.

Valga aclarar que, atendiendo a lo dicho, nada tiene que ver este concepto con otros más "elevados" -como la noosfera de Teilhard de Chardin- con que se suele asociar desde diferentes ámbitos, sea como desprestigio científico, sea como exaltación new age.

A diferencia de otros seres vivos, el ser humano puede internarse en sí mismo y contemplar esos patrones de comportamiento que lo determinan. Hoy, la neurociencia sabe que todo lo que ocurre en la mente puede ser observado desde fuera como un circuito específico e irrepetible de corrientes electromagnéticas. Desde dentro, cada uno de esos circuitos es experimentado por el sujeto como una imagen que, lejos de reproducir la realidad como un espejo, es ella misma su realidad.

Por vías diferentes a la neurociencia de hoy, Jung supo concluir que la única manera que el ser humano tenía para adentrarse en los contenidos inconscientes era tomándose en serio las escenas que se sucedían en ese burbujeo constante y caótico que conforma la mente.

La fantasía mística existe ciertamente en todas partes, pero es tan mal vista como temida, y parece incluso una experiencia arriesgada a una aventura equívoca confiarse a la senda insegura que conduce a las profundidades del inconsciente. Pasa por una senda del error, de la doblez y del equívoco.

Para acceder a ese contenido más allá de la conciencia, la imaginación activa es el recurso propuesto por Jung. Se trata de estar atentos al umbral que separa lo inconsciente de los dominios del yo -referido éste al punto desde el que el individuo contempla la realidad en su actividad consciente- para sorprender aquellas imágenes que tratan de irrumpir constantemente en ellos.

Debe poderse dejar suceder psíquicamente. Esto es para nosotros un verdadero arte, del nada comprende la multitud de la gente por cuanto su conciencia interfiere permanentemente, ayudando, corrigiendo y negando, y, de cualquier manera, no dejando en paz al mero existir del proceso psíquico. La tarea sería pues bastante simple. [...] Consiste sola y únicamente en que, en primer lugar y por una vez, sea observado objetivamente un fragmento de fantasía en desarrollo.

( El secreto de la flor de oro)

Pero, a pesar de todo, el asunto no es tan simple. Hay tres riesgos en este proceso. Uno es confundirlo con una asociación libre de ideas, al estilo freudiano, y negarle la autonomía que la psicología analítica heredera de Jung afirma para el inconsciente -la misma autonomía que ahora comienza a afirmar la neurociencia-, reduciéndolo todo a un juego de represiones que han sido puestas ahí por la conciencia y que proceden del mundo exterior. Otro riesgo es reducir la imaginación activa a una experiencia estética, como se apunta más abajo. El tercero, y éste realmente peligroso, es que:

...los contenidos subliminales posean una carga energética tan elevada que una vez abierta la puerta mediante la imaginación activa venzan a la conciencia y tomen posesión de la personalidad.

( La función trascendente)

Estaríamos entonces ante la neurosis y, en casos extremos, la psicosis. Si bien cabe destacar el hecho de que toda sociedad tiene su neurosis en mayor o menor grado, toda vez que exige la inhibición de patrones de comportamiento que se asumen como no deseados.

Estos contenidos son rechazados por la conciencia, que busca afianzar la identidad del individuo conforme a lo establecido por las circunstancias. El conjunto de todos esos elementos es lo que Jung denominaría la " sombra". Su reconocimiento e integración son el primer paso de todo proceso de individuación.

¿Por qué? ¿Y qué tiene que ver esto con la neurosis? Consciente e inconsciente son dos polos de una misma realidad, de manera que se compensan el uno al otro. Una excesiva unilateralidad aumenta la tensión entre los opuestos, cuya tendencia es al equilibrio. Y, como ocurre con todo sistema que busca el equilibrio, agarrarse en exceso a lo consciente, limitar su contenido y mantener cada vez más elementos aguardando en lo inconsciente porque les ha llegado la hora de cruzar el umbral, aumenta la energía con que éste embiste los muros construidos por la persona para separarlos.

No se debe olvidar que el cerebro tiene como finalidad la supervivencia en un medio cambiante. Su proceso es dinámico sin solución de continuidad, pues la fijación de rutinas puede significar la muerte. La conciencia crea patrones fijos, pero necesita de nuevos contenidos que regeneren los ya gastados, y el origen de estos contenidos es el burbujeo inconsciente. La creatividad es una obligación natural.

La negación u olvido de un contenido inconsciente, lejos de solucionar el problema, lo incrementa por momentos. Tarde o temprano, esos aspectos reprimidos encontrarán el punto débil por el que desbordarse y aliviar la tensión. El ejemplo más gráfico de esta tensión es la historia del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Pero hay muestras más cotidianas, y menos peligrosas:

Eso le pasa, por ejemplo, al orador que se equivoca al hablar precisamente cuando más le importa no decir ninguna tontería.

En un proceso de individuación, cuando la conciencia toma conocimiento de lo inconsciente, el juicio debe mantenerse frente a lo irracional sin evadirse. El impulso natural es el rechazo, un gesto profundamente instintivo -paradojas de una conciencia que no entiende qué la determina- que es la respuesta a la angustia que surge frente a lo desconocido, lo incierto, lo indefinido, el caos que amenaza el orden por el que existe la razón.

La actitud mental necesaria para resolver la tensión entre esos dos opuestos es lo que Jung denomina "función trascendente". Se trata de un estado en que la razón y lo inconsciente conviven para lograr el equilibrio mental, la serenidad que resulta del fin de la lucha.

Cuando la razón reconoce que no está sola, y valida los contenidos inconscientes en cuanto que partes de un mismo ser, desaparece la amenaza de "lo otro", el peligro de lo desconocido. El yo amplía sus horizontes y, por tanto, su control, con nuevos recursos además del pensamiento estrictamente racional.

En una sociedad como la occidental, el contacto entre la conciencia y lo inconsciente es más propicio en los momentos en que aquella es más débil. El sueño y la duermevela podrían parecer mejores estados para recoger información que la vigilia, pero esta también ofrece la oportunidad de desenterrar información si se toman en serio las fantasías que emergen de manera espontánea a cada instante. Y eso es muy difícil para un occidental, para quien las excusas no son problema.

Aparentemente no se tiene ningún fragmento de fantasía o bien-pero es demasiado tonto -hay miles de buenas razones en contra. No se puede uno concentrar en él -es aburrido-qué habría de salir de él-no es sino-etc. La conciencia formula fecundas objeciones; de hecho, se muestra como ávida de extinguir la actividad espontánea de la fantasía, a pesar de que exista la intención superior, y hasta la firme determinación, de dejar hacer al proceso psíquico sin inmiscuirse.

( El secreto de la flor de oro)

La vigilia es entonces el momento para la imaginación activa. La manera de que la conciencia permanezca alerta frente al contenido inconsciente que se intuye en el umbral es "sumergiéndose por completo en él y fijando por escrito todas las fantasías y demás asociaciones que vayan surgiendo", dice Jung en su ensayo La función trascendente.

Para no caer en la asociación libre freudiana, es necesario fijar unos límites en torno al objeto de introspección, una imagen o afecto que será el motivo generador de la "fantasía mística"; el estado de ánimo queda entonces fijado simbólicamente.

El símbolo, en el pensamiento de Jung, es "una expresión que reproduce de la mejor manera posible una situación compleja y todavía no comprendida con claridad por la conciencia". Su análisis aquí no aporta nada, pues la fragmentación de sus elementos no contiene significado; es una trampa del yo para controlar el proceso.

El significado es el símbolo mismo, una imagen que es la expresión del contenido inconsciente y que, al mismo tiempo, provoca una reacción en la mente en que se genera. De ahí la necesidad de vivirlo como experiencia creativa.

La atención crítica ha de ser eliminada. Los visualmente capacitados deberán concentrar sus expectativas en que se produzca una imagen interna. Por regla general, se producirá tal imagen de la fantasía (tal vez hipnagógica), que habrá de ser minuciosamente examinada y fijada por escrito. Los que están capacitados para lo acústico-lingüístico suelen oír palabras en su interior. Al principio, quizá sólo sean fragmentos de frases aparentemente sin sentido que, sin embargo, también habrán de ser detenidamente contemplados y fijados por escrito. Hay quienes en esos momentos sólo perciben su "otra" voz: no pocos poseen una especie de crítico o juez interior que juzga su conducta. Los enfermos mentales oyen esa voz en forma de alucinaciones en voz alta. Pero también las personas normales con una vida interior algo desarrollada pueden reproducir sin dificultad esa voz inaudible. Sin embargo, como suele ser molesta y rebelde, casi siempre la reprimen. Como es natural, a estas personas les resulta difícil establecer la relación con el material inconsciente y crear así la condición previa para la función trascendente.

Además de la escritura, también se suele recurrir a la pintura, la danza o cualquier método de expresión que resulte más cómodo.

El inconveniente de que los movimientos no se puedan fijar por escrito ha de ser compensado dibujando después tales movimientos con todo detalle para que no desaparezcan de la memoria.

El riesgo es quedarse estancados en la fase estética del proceso, la sobrevaloración de la forma, lo cual no es suficiente para resolver la tensión de los opuestos y desarrollar la función trascendente. El yo sigue estando frente a lo otro desconocido, a lo que observa desde una nueva perspectiva; los impulsos irracionales siguen teniendo el control. Hay una aproximación de los contrarios, pero no una solución.

La experiencia debe ser "humana", no "artística", explica Jung en Las técnicas de diferenciación entre el ego y las figuras del inconsciente. Esto significa que la persona, mediante el yo con que se identifica, debe ser capaz de interactuar con las figuras que se le aparecen; escuchar, responder y reaccionar como si de una situación "real" se tratase. Esta es la prueba de que el proceso se está siguiendo con seriedad. Es esencial, para ello, que las figuras del inconsciente sean comprendidas como aspectos independientes de la conciencia. Sus formas surgen de la experiencia personal, pero su sustancia procede de un sustrato ajeno a ella y con vida propia.

El gran reto aquí es introducirse en una situación surgida del inconsciente cuya autonomía debe ser respetada al mismo tiempo que se participa de ella conscientemente. Las imágenes han de ir y venir a su antojo, sin que la conciencia la manipule y caiga en el autoengaño.

Estos ejercicios deben ser continuados hasta que desaparece el espasmo de conciencia, hasta que, en otras palabras, se pueda fijar el acontecer [...]. Es creada así una actitud nueva, que acepta también lo irracional e inconcebible, simplemente porque es lo que está aconteciendo.

( El secreto de la flor de oro)

La integración sólo es posible si, tras la experiencia creativa, hay un trabajo de intelectualización y reflexión moral. Es decir, la acción racional se entrelaza con el impulso afectivo hasta configurar un único patrón de pensamiento. Es así como el impulso pierde toda su fuerza y autonomía y se refuerza la función trascendente.

De tal modo, la conciencia está vacía y no-vacía. Ya no está más preocupada por las imágenes de las cosas. Sencillamente, las contiene [...] lo inconsciente ya no es proyectado, por cuyo motivo es anulada la participation mystique original con las cosas [...] En consecuencia, la conciencia ya no está colmada de intenciones compulsivas, sino que pasa a contemplar.

La guía de un profesional se hace necesaria como figura que orienta y conoce las dificultades y trampas del yo en un proceso que le obliga a compartir su poder con otros aspectos de la psique. Sobre todo en una época en que la imaginación activa ha caído en manos de "guías" que, a pesar de su buena voluntad, carecen de la preparación necesaria. Lejos de orientar sin inmiscuirse, cual es la labor de la psicología analítica, proyectan sus egos e intereses en la mente de los desafortunados que les prestan oídos.

La atención a los contenidos inconscientes tiene el poder de ampliar los horizontes del yo; al incluir nuevos elementos subliminares, se permite que la acción creativa deshaga patrones de pensamiento excesivamente rígidos. También disminuye la fuerza de los impulsos irracionales, tan habituales en quienes, a pesar de sus esfuerzos por mantener la racionalidad -o, mejor dicho, a causa de tales esfuerzos- sufren cada dos por tres momentos de "posesión", arrebatos que suelen concluir con un "no sé qué me pasó" o un "ese no eras tú".

En tercer lugar, observar y comprender las imágenes que emergen del inconsciente es un paso obligado para el desarrollo de lo que los humanistas del Renacimiento ya consideraban la esencia del ser humano: la dignidad y la libertad, las cuales, en cuanto esencias, sólo están disponibles para quienes se alejan de los dictados y condicionantes sociales -determinados por impulsos irracionales siempre ignorados- que dirigen su pensamiento y comportamiento en función del tener y del aparentar, y se sumergen en la búsqueda del ser.

Los motivos por los que se emprende un viaje de introspección suelen estar relacionados en su origen con un estado de ánimo deprimido o alguna alteración psíquica cuyas causas no han podido ser determinadas satisfactoriamente. El hecho de que, además, la necesidad de esa aventura interior se acentúe en la segunda mitad de la vida, llevó a Jung a sugerir la hipótesis de que estaríamos ante una "preparación natural para la muerte".

El organismo se dispone a enfrentar el salto final al abismo. Descubre que ante sí se abre el caos, se da cuenta de que es algo inevitable. Precisa reencontrar el sentido natural, algo que lo proteja de la angustia en que se sumerge la conciencia, necesitada de orden y razón. Y la vida que lleva, ajena a sí mismo, condicionada por aspectos que no le satisfacen, sólo le paga con sucedáneos de sentido.

La crisis vital de Jung acabó hacia el final la Gran Guerra, entre 1918 y 1919, cuando comenzó a comprender sus dibujos de mándalas, "formación-transformación, el eterno pasatiempo del sentido eterno", el símbolo del centro vacío del ser, donde sin embargo está todo en potencia. Lo denominó "Sí Mismo".

"El centro es el objetivo y más allá de él ya no se puede ir", dice Jung en sus memorias. Pero la búsqueda del centro nunca se completa. Como dice Jung en El secreto de la flor de oro:

...los problemas más grandes y más importantes de la vida son, en el fondo, todos irresolubles; deben serlo, pues expresan la polaridad necesaria que es inmanente a todo sistema autorregulativo. Jamás pueden ser resueltos, sino solamente sobrepasados.

Sin ellos, no hay movimiento. Sin movimiento, no hay vida. Los pitagóricos reflexionaron sobre la proporción áurea, la asimetría natural que permite la acción por inestabilidad. Las espirales han acompañado al ser humano desde sus primeros tiempos con conciencia: la circunvalación del punto central.

Quizás, el sentido de la vida no sea más que una vaga y ancestral esperanza de regresar al centro. Y saber que no es posible.


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