¿Qué es sino imaginación todo lo que se reproduce en un cuadro, aunque sea la fiel representación de la realidad más nítida, correcta y casi fotográfica de una imagen natural? Porque el ojo del artista presume de conocer ya lo que ve, pero tiene que decodificarlo antes en cada trazo personal de lo que narrará, finalmente, en el lienzo. Sin embargo hay una sagrada misión -no siempre asequible por todos- que hará verdaderamente creativa o no una imaginación previamente inspirada. Esta misión sagrada consistirá en trasladar al observador -bellamente transmitida además- la emoción contenida, semioculta a veces, del pequeño-gran universo de su creación personal. Pero, dejando incluso ciertos sabores aún sin asimilar, y que, a cada revisión posterior, declamará poco a poco el profundo -y extemporal- motivo de su mensaje.
Cuando Jean-François Millet quiso transmitir de otro modo a como se había hecho -Romanticismo- años antes en el Arte, descubrió entonces que el Realismo natural -Naturalismo- podría servir ya para lo que anhelaba decir. ¿Cómo mostrar ahora lo mismo -belleza, equilibrio, naturaleza feliz- pero de otra forma a como antes? Porque el Arte habría sublimado de tal modo ya la realidad, que ésta no era sino una pantomima ensimismada de la misma. Particularmente sensible con una parte de la sociedad humana más vulnerable y dolida, ajena a los paradigmas gozosos de una fabulación inexistente, Millet quiso plasmar la imagen veraz y definitiva con la genialidad de enmarcarla, ahora, en el decorado fabuloso y sosegado de siempre.
Para esto pintaría en 1863 La chica del ganso, una obra extraordinaria del Realismo artístico del siglo XIX. Aquí ahora vemos un desnudo casi mitológico, como de una ninfa que se acerca temerosa a la orilla calmada y fluvial de un motivo natural. La escena parecería cualquier escena barroca o renacentista o romántica incluso, donde la belleza del conjunto satisfacería ya de las desastrosas moradas rebeldes y agresivas de lo real. Pero, sin embargo, el autor conseguirá aquí otra cosa, una creativa y sutil imaginación aun más trascendental. La chica no es ninguna ninfa atrevida que presente, además, aquella perfecta belleza clásica tradicional. No, ella es una vulgar campesina, que, aunque desnuda -para limpiarse si acaso-, mostrará ahora el gesto torcido, unas manos más ásperas, desproporcionadas casi, unos pies deslucidos, más normales que el candoroso perfil de las nutridas ninfas. Todo ello más propio de su quehacer oprimido, más real, diferente de la estampa sublime de una lánguida y fugaz criatura.
La narración dibujada de una visión creativa, de una demostración artística especialmente construida para transmitir algo más que una imagen, es lo que algunos creadores han sido a veces capaces de hacer. El pintor español Beltrán Masses lo consiguió así con su obra Alegoría de Carmen de 1916. Sin caer en un excesivo típismo regional, el autor construye aquí la escena de la pasión sacrificada del personaje arquetípico con los elementos incluso que antes la representaron claramente. Y todo con el equilibrio delicado y bello de un estilo especialmente refinado.
La pintora actual norteamericana Rebecca Harp (Wisconsin 1973), perfecta dibujante y enmarcadora además de temas actuales y de siempre, consigue alcanzar el virtuosismo clásico más merecedor de elogios. Sin embargo, inexistente aquí el sentido del mensaje transmitido previamente, ése que demostrará que el creador usa el Arte para ello -imaginación creativa- en vez de ser usado por éste para hacer otra cosa, perfecta y bella sin duda, pero ahora sorpresiva, virtual y creativamente sorpresiva. En su web dirá la autora: Aunque el acto de la creación, de la separación de la luz y la oscuridad, pueda llegar a ser demasiado audaz y arrogante, el proceso de percepción de la pintura me pone en un estado de ánimo por el cual estoy más servil y sensible a la naturaleza, y por lo tanto más capaz de dejar que la pintura me lleve a un lugar que no podría haber imaginado.
Este es el Arte sorpresivo, el que arrastrará inevitable, sin saber adónde llevará. El que plasmará algo sobrevenido y sin mensaje, sin fundamento que transmita mucho más de lo correcto que lo hace. Y, luego, está el Arte creativo, donde la imaginación desgranará antes cuál será ya el objetivo, la tersura simbólica que trazará, además de belleza plástica, además de caos emotivo, el sentido profundo y metafórico de un sentimiento transido. Van Gogh lo conseguía siempre; otros, como el desconocido pintor americano Albert Pinkham Ryder (1847-1917), a veces con el subjetivo mundo imaginativo de su paleta, donde reflejará ya el profundo desamparo humano ante las desconsideradas y viles fuerzas de la Naturaleza.
(Óleo Alegoría de Carmen, 1916, del pintor español modernista Federico Beltrán Masses; Obra Retrato femenino, de la pintora norteamericana actual Rebecca Harp, EEUU; Óleo Ingrid, 2003, Rebecca Harp, EEUU; Cuadro Sin modelo, de la misma autora, actual, EEUU; Obra de la misma pintora, Interior del Palazzo, 2004, EEUU; Óleo de Van Gogh, Celebración del 14 de julio en París, 1886; Obra del pintor naturalista francés Jean-François Millet, La chica del ganso, 1863, Maryland, EEUU; Óleo del mismo pintor Millet, Desnudo reclinado, 1845; Cuadro Jonás en el mar, 1895, del pintor americano Albert Pinkham Ryder, Washington, EEUU.)
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