Los textos clásicos que hoy están al alcance de nuestras manos son el producto de un importante trabajo de reconstrucción y edición que tiene a la como verdadera protagonista.
En este artículo procuraremos explicarlo.
I
Una importante rama de la filología, la crítica textual, se viene ocupando desde hace siglos de la reconstrucción y edición de textos antiguos. Para entender la relevancia de esta noble disciplina, quizá convenga tener en cuenta las palabras del crítico alemán Wolfgang Kayser:
El que va a la librería y compra una edición barata del Quijote cree tener en las manos el texto verdadero. Pero si reflexiona un instante, sacará invariablemente la conclusión de que entre el lector y el autor se interponen varias personas: primero, hay que contar con el que ha modernizado la ortografía. Cierto que, para la verdadera comprensión de la obra, así como para la investigación teórica, la ortografía es, en general, de poca importancia. La puntuación es más importante. Una coma sustituida por un punto y otras modificaciones análogas, introducidas por el último editor para facilitar la lectura, pueden alterar el significado de una frase. Puede ir aún más lejos el deseo comprensible del editor, al intentar aligerar una lectura de una obra y conservarla viva, y quizá este deseo lo lleve a sustituir por formas y palabras corrientes otras anticuadas, que el público de hoy ya no entiende.[1]
Como podemos advertir, detrás de la edición de todo texto clásico hay un arduo trabajo filológico que, por lo general, el lector no especializado desconoce, trabajo que, desde luego, varía según la antigüedad del texto que se esté examinando. Imaginemos, por ejemplo, que la obra que el filólogo debe revisar fue escrita en el Medioevo. Pues bien, en principio, podremos convenir que el filólogo no contará con ediciones impresas, sino con copias manuscritas, y sabemos que copiar a mano un texto da lugar a que aparezcan erratas de todo tipo, erratas que el mismo filólogo tendrá que subsanar. Si se trata de obras incluso más antiguas, el filólogo difícilmente podrá contar con el texto tal como fue concebido por su autor y, por consiguiente, solo a través de una técnica específica podrá remontarse al "arquetipo", es decir, al texto que ha servido de base a todas las ediciones de prestigio.
Recapitulando, el ideal de la crítica textual es acercarse al texto original, a la comprensión de la obra en sus primeros balbuceos. Sin embargo, se trata de un ideal que muchas veces no es posible concretar.
II
La técnica filológica ha practicado una serie de métodos distintos para recopilar y ordenar los materiales que son necesarios a la hora de editar un texto. El más conocido es el método de Lachmann, un germanista y helenista que, en el siglo XIX, estableció un criterio de clasificación de los manuscritos basado en la coincidencia en los errores.
La recopilación de material que exige la tradición filológica debe hacerse con sumo cuidado. En el caso de obras modernas, el proceso consiste en reunir todas las ediciones disponibles, en especial aquellas que contengan el máximo de documentación utilizable. La recopilación de todo el material ecdótico puede llegar a representar una auténtica puerta de acceso al conocimiento total de un autor; sin embargo, cuando se trata de libros antiguos, hay que tener en cuenta que, por lo general, solo una o dos ediciones gozan de suficiente autoridad.[2] Para algunos críticos, de hecho, la edición más útil es la que contiene toda la obra ordenada cronológicamente, cosa que en sí plantea un problema, ya que no siempre se está de acuerdo con la cronología.[3]
La recopilación de materiales, con todo, puede conducir a dos resultados. Por un lado, que toda la genealogía del texto dependa de un códice único; por el otro, que dependa de un arquetipo fácilmente "restaurable". En cualquiera de los casos, es preciso poder advertir cuándo un texto proviene de una tradición autentica y cuándo de una tradición corrupta. Cuando hay corrupción, es decir, cuando el texto original se ha modificado, el filólogo tendrá que detectar en qué eslabón de la cadena de ediciones se produjo la alteración (errores de transcripción, de traducción, etc.) y, desde luego, restablecer el texto según corresponda.
IIIUna de las tareas más significativas de los estudios filológicos es establecer las circunstancias por las que ha pasado un texto desde que salió de las manos de su autor hasta llegar hasta nosotros. Por lo general, todas las obras antiguas han transitado por una serie de etapas concretas. En los primeros tiempos de la Antigüedad, el material en el que solía escribirse una obra era un rollo de papiro. Hacia el siglo II comenzó a emplearse el pergamino (piel de animal curtida), y estas hojas de pergamino se encuadernaban formando un códice. Ya con la invención de la imprenta, se buscaba el manuscrito que estaba en mejores condiciones y se lo copiaba tipográficamente.
Así pues, para reconstruir la historia de un texto habrá que seguir todos los pasos que conducen a laeditio princeps. También es importante señalar las diversas reseñas que ha tenido la obra a largo del tiempo, y las antologías que de un autor se han publicado, ya que a veces lo que ahí no figura corre el peligro de perderse por completo, y solo las citas de otros autores, o ciertos descubrimientos papirológicos, nos permitirán recuperar el material perdido.[4]En suma, la filología -a través de la crítica textual- garantiza la legitimidad y exactitud de todo aquel conocimiento histórico que se base en documentos escritos. Dicho de otro modo, para que un texto religioso, filosófico, jurídico o literario sea utilizado de manera correcta, debe hacerse previamente asequible en su forma original. La mínima deformación que el documento presente podrá alterar, asimismo, cualquier perspectiva de análisis. Y, como bien puede inferirse de lo señalado en este artículo, sin textos confiables no hay crítica posible.
[1] Wolfgang Kayser. Interpretación y análisis de la obra literaria, Madrid, Gredos, 1952.
[2] Suele emplearse en estos casos, o bien la primera edición, o bien la última, si ésta ha sido revisada por el autor.
[3] En el caso de Shakespeare, por ejemplo, suele considerarse como criterio cronológico la gradual disminución del uso de la rima desde Trabajos de amor perdido hasta Cuento de invierno, aunque otros críticos, viendo desde otra perspectiva el tema, hayan sostenido que el Cuento de invierno es la obra más antigua donde se utiliza el verso irregular, mientras que en la Comedia de los errores tenemos ya el uso del verso regular.
[4] Sobre la historia del texto en general, véase Hunger, E. Geschichte der Textüberlieferung, Zúrich, Atlantis, 1961. Sobre la conservación y pérdida de obras clásicas, véase Canfora L. Conservazione e perdita di classici, Padua, 1974.
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