imagen: Photosatriani
Propongo nuevamente este artículo, después de haberlo publicado la primera vez como un deseo para tod@s, al comienzo del año y después que la revista Cámara Lucida me lo haya publicado. La razón que me empuja a hacerlo es que últimamente estoy desquiciado por la fiebre de la apariencia que me rodea y que me deprime, con la esperanza que (citando Alcatraz de Diego Cugia) no sea el único albatros a volar en alto, si no que haya otros que quieran tomar el vuelo…
Consumimos y producimos masivamente pero, ¿Cuándo creamos?
Crear necesita tiempo y trabajo, justo lo que normalmente falta, sobre todo para aquellos creadores que luchan todavía para ser conocidos y reconocidos. La creación es un proceso lento de viaje y de reflexión, que no necesariamente da frutos inmediatos; una persona que crea, o cuando una persona crea, busca y rebusca en sí mismo entre sentimientos, recuerdos, ideas, experiencias, pulsiones, algo que encierre todo este proceso y que además sea capaz de transmitirlo a los demás que miran su creación. La tendencia global que todos vivimos en el día a día y en la que todos estamos metidos, es que se invierte tiempo y esfuerzo en lo fútil porque parece que para que lo creado sea valioso, tiene que transformarse en viral. Poco importa la reflexión, la lentitud, el recorrido. Si tenemos nuestros “me gusta”, si se comparte, si se hace viral, entonces es exitoso. Esta manera de mostrar nuestras creaciones, rápida y cortoplacista, merma la perseverancia de quien crea, tanto que, si se quiere abarcar algún proyecto más profundo o más largo, el esfuerzo necesario nos parece inviable y sobre todo inútil.
Por otro lado, desde que el mundo es mundo y continuará siendo así, una persona que crea y sus creaciones están expuestas constantemente al juicio y a la valoración permanente de quien las miran, analizan, sienten y opinan. Todo esto es muy duro, contribuye a hacer tambalear la confianza porque es como estar permanentemente en un columpio o todavía peor, en una montaña rusa, alternando momentos de poesía con otros de total desarmonía y vértigo.
En este contexto, no existen alternativas: hay que asumir los picos y las valles sin exaltarse y sin deprimirse; hay que asumir la falta de confianza periódica; hay que escuchar lo que dice la gente, sabiendo pero discernir lo que vale del ruido y continuar a andar, recordando que todos los pasos suman y que a veces es legítimo aspirar a una percepción a “baja resolución”, para ignorar los detalles que revelan la mezquindad y para difuminar los contornos.
Crear es una herramienta esencial de crecimiento; es una manera de percibir el mundo usando plenamente los sentidos; crear no es una huida de lo real, sino que es pura inmersión en el real porque quien crea busca la belleza en la cotidianeidad llena de imperfecciones, usando una visión poética o personal, para afirmar su propia originalidad, sin esperar que los demás “nos elijan”. Si nos acostumbramos a habitar con plenitud la parte imperfecta de nuestra vida y sabemos transformarla en posibilidad, en colores, en formas, en perspectivas, en luz, en olores, en pensamientos, entonces estamos creando y si creamos de esta manera, no nos importará si nuestra creación se queda desconocida para el resto del mundo porque lo que hemos creado es suficiente para darnos felicidad y plenitud.