Revista Opinión

La importancia del lenguaje

Publicado el 19 marzo 2010 por Piniella

La foto está hecha hace unos cinco o seis años, desde un autobus, desde Esmeralda a Guayaquil. A mí me llamó la atención, a los que iban en el bus no les deparó ninguna sorpresa: un pollazo es un gran pollo, el de que presume el tal Fredy, dueño del restaurante. El otro día dejaba yo tanto aquí como en el Diario de Cádiz una referencia a la simple denominación de una profesión desde una perspectiva de género (¿Capitán o Capitana?) y me llamó la atención cómo se produjeron ciertos comentarios muy crispados. Puedo entender que ciertos sustantivos "tamizados" por el género femenino pueden resultar extraños, incluso malsonantes, pero de lo que no me cabe duda es que el lenguaje no es algo cerrado, que en definitiva levanta acta notarial de lo que ocurre en la sociedad. No podemos permitir que en el Diccionario de la RAE la palabra Capitana no ocupe el campo semántico de la "mujer dedicada a capitanear un barco", sino que se siga recogiendo como "mujer del Capitán". Sería como pensar que Alcaldesa es la "mujer del Alcalde", como aún perdura. La igualdad entre hombres y mujeres tiene que llegar también al lenguaje, entrar siempre en el corcel cerrado de la Gramática es injusto, hay que adaptar el lenguaje a la realidad que vivimos e incluso a la diversidad geográfica del castellano, como he intentado resaltar con el vocablo "Pollazo". Existe un argumentario en contra que ha calado: "Las palabras no tienen sexo, sólo tienen género. Tratar de investir de significado político a las palabras es un inmenso error que desprestigia a quien lo aplica. El lenguaje es para comunicarse." ¿Cómo desmontar este planteamiento? En primer lugar, tenemos que reivindicar que el lenguaje sí que es un arma política y de control, y es machista, en el sentido de predominio de lo masculino sobre lo femenino, porque la sociedad tradicional se ha basado generalmente en el dominio del hombre sobre la mujer. Claro que hay significado político en las palabras: desempleado por parado, desaceleración por crisis,... incluso palabras que eran despectivas o usadas como insultos (maricón) tornan en otras que son aceptadas por todos (homosexual), lo que implica un cambio en la sociedad sobre diferentes tabúes (como el sexo o la orientación sexual). Recordemos, además, que el porcentaje de académicos de la RAE está en torno al noventa por ciento de hombres lo que, ya de por sí, implica un papel descompensado en la forma de analizar los problemas. Yo, insisto, en que este no es un problema baladí, más bien es algo que cala, y mucho, en la sociedad. Hablamos y con ello vamos también cambiando la sociedad, y pensemos en realizar este cambio de forma serena sin cambios extrambóticos pero cambiando, poco a poco cambiando el enfoque sexista de nuestra forma de hablar. La lengua española dispone de recursos para que, sin apartarse de la norma que rige el funcionamiento del sistema lingüístico, pueda no solo reflejar esa igualdad, sino contribuir a ella. Y si se hace falta pués se cambia la norma para que se reflejen los cambios que afortunadamente vivimos.


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