EL CLUB DE LOS DESAHUCIADOS
data: http://www.imdb.com/title/tt0790636
Estamos en los primeros días de la pandemia del SIDA, cuando los infectados caen como moscas y no hay ningún tratamiento probado a la vista. Lo único que se está experimentando es el AZT, testeado en pruebas pilotos, con más dudas que resultados efectivos. Ron Woodroof es un electricista tejano, vaquero, homofóbico y mujeriego, un auténtico jodido, un grano en el culo, de los que dan ganas de pegarle en la cara hasta que caiga desmayado ensangrentado sobre el pavimento. Un día de 1985, un médico le diagnostica SIDA y le advierte que sólo le quedan 30 días de vida.
Si éste fuera el gatillo disparador de una historia, usted se estaría imaginando una película sobre enfermedad, la crónica de una degradación física de un hombre que atraviesa sus últimos días comprendiendo aquellas cosas que ha hecho mal en su vida y, tal vez, pueda estar a tiempo de cambiar alguna verdaderamente significativa.
Bueno, un melodrama como ése no sería digno de Ron Woodroof. Porque jodido y todo, un tipo como Woodroof tiene que morir con las botas puestas. Y eso es lo que cuenta “El Club de los Desahuaciados” (pésima traducción de la fidedigna “Club de Compras de Dallas”): la batalla épica de un tipo que no sólo sobrevive mucho más del mes profetizado, sino que se da de cabeza contra la FDA (la agencia de control de drogas y alimentos de Estados Unidos) y le gana un par de rounds. Por lo que, consejo para los espectadores que quieran ir al cine para llorar, “El Club de los Desahuciados” no es la película indicada para su gusto.
“El Club de los Desahuaciados” misma, como película, tuvo que luchar para llegar a la pantalla, casi una batalla tan desigual como la de Ron Woodroof. Craig Borten (coguionista del filme con Melisa Wallack) reporteó a Woodroof un mes antes de su muerte, en 1992, cuando ya amasaba la idea de una película sobre el vaquero arrogante. Veinte años para ver el sueño hecho realidad, con la repercusión merecida que coronó esa lucha por existir.
Hay una fuerte denuncia contra la política de los grandes laboratorios en la pandemia del SIDA. Los testeos del AZT, una droga que por sus muchos efectos colaterales no había pasado las pruebas contra el cáncer, están sospechados por la parcialidad de la FDA, el órgano de control, hacia el laboratorio que tenía la patente de la droga. Ron pelea con esos dos colosos, tratando de sobrevivir. Divulga tratamientos médicos que presentan mejores resultados, contrabandea drogas y monta un negocio rentable sobre un vacío legal, con sus clubs de compras que permitieron lograr mayores tasas de supervivencia a los mismos homosexuales que despreciaba.
Pese a la evidencia, en el contexto de la masacre que era el SIDA en esos días, los médicos y las autoridades (beneficiarios de los dólares regados por los laboratorios) se niegan a reconocer que los tratamientos alternativos lograban mejores resultados que las pruebas iniciales del AZT. El negocio imperaba sobre la realidad. Y las autoridades se ponen en movimiento para obstaculizar el negocio de Ron. (La lucha llegó a los tribunales y, en la realidad, terminó con un acuerdo con la FDA. Y, de refilón, cambió la dosis del tratamiento con AZT para reducir la toxicidad de la droga).
Hay una idea importante es esa lucha, que presumimos sólo podía darse en una sociedad tan abierta como la de Estados Unidos: el derecho de cada uno a buscarse el tratamiento médico que juzgue necesario. El modelo clásico es el de un experto (con credenciales debidamente certificadas) que poseedor de un conocimiento técnico tiene amplia potestad para indicar el mejor tratamiento, sin necesidad de dar explicaciones más que a sus iguales (i.e. sus colegas). El paciente es un elemento subordinado; sólo pone el cuerpo. Otro modelo posible es el del paciente que trabaje codo a codo con el médico en la búsqueda del mejor tratamiento y que tiene el derecho de decidir por sí mismo qué asistencia y qué riesgo quiere correr. Porque, en definitiva, es el que pone el cuerpo.
(La existencia de Internet ha permitido la difusión de la información médica y de la divulgación de la terminología de esa ciencia. Cada vez es más común interpelar al médico y proponerle alternativas. Por eso, la ortodoxia médica descalifica a Internet. No porque pueda haber información trucha en la red; sino por la oportunidad que le da al paciente de pedirle explicaciones a su médico. Del pedestal del conocimiento se lo desciende al más terrenal campo del negociante que nos está vendiendo un servicio y debe darnos información del producto que nos está ofreciendo antes de comprarlo. Es una rebaja muy fuerte para algunos espíritus aristócratas.)
Otra reflexión dramáticamente poética es cómo un personaje discriminador puede ser el héroe de la comunidad que discrimina. El vaquero homófobo, marginado por sus compañeros, encuentra su punto de referencia en la comunidad gay a la que salva con su lucha. El Universo suele ser más irónico de lo que podemos aceptar.
Lo notable en la construcción de un personaje como Ron Woodroof es que logramos identificarnos con el protagonista aunque no tenga nada para seducirnos. No hay chantaje emocional: Woodroof se muestra con todas sus taras. Pero logra su redención: una batalla bien dada es digna de reconocimiento.
En la piel de Woodroof (y nunca mejor dicho, es casi lo único que le queda) está Matthew McConaughey, más que merecido ganador del reciente Oscar. Lo de McConaughey es más que bajar de peso para dar el look del personaje: es haber logrado entender que este protagonista no podía consentir la piedad. Era un luchador. No iba a esperar que le tuviéramos piedad. Por eso, aunque “El Club de los Desahuaciados” cuente la historia de un enfermo, la enfermedad no es el punto central de la trama. Otra moraleja: siempre tenemos tiempo para intentar una última batalla, aunque nos diagnostiquen menos de un mes de vida.
La otra descomunal actuación es la de Jared Leto (otro Oscar merecido) que regala a Rayon, un travesti que termina siendo la contraparte de Woodroof, socio y amigo. También, como el Woodroof de McConaughey, el Rayon de Leto está generado desde la dignidad. No es decadente ni patético. Claro que tampoco es un luchador como Woodroof. Y eso termina costándole la vida.
Muy buena película, una más de una cosecha digna para este año, vale la pena no dejarla pasar.
Mañana, las mejores frases.