Revista Psicología

La integración mental en el niño

Por Eredolosi @redolosi

La mayoría de nosotros no toma en consideración que nuestro cerebro tiene muchas partes distintas, cada una con diferentes cometidos. Por ejemplo, hay un lado izquierdo que nos ayuda a pensar de una manera lógica y a organizar los pensamientos para construir frases, y un lado derecho que nos ayuda a experimentar las emociones y a interpretar las señales no verbales.

Tenemos asimismo un «cerebro de reptil», que nos permite actuar intuitivamente y tomar decisiones relacionadas con la supervivencia en milésimas de segundo, y un «cerebro de mamífero», que nos orienta hacia la conexión y las relaciones.

Una parte del cerebro se centra en la memoria; otra en tomar decisiones morales y éticas. Es casi como si nuestro cerebro tuviera múltiples personalidades: unas racionales, otras irracionales; unas reflexivas, otras reactivas. ¡No es de extrañar que en distindistintos momentos parezcamos personas diferentes!

La clave para progresar está en ayudar a estas partes a trabajar bien conjuntamente: a integrarlas. La integración toma las distintas partes del cerebro y las ayuda a trabajar juntas como un todo. Es algo parecido a lo que ocurre en el cuerpo, que tiene distintos órganos para llevar a cabo distintas funciones: los pulmones aspiran el aire, el corazón bombea la sangre, el estómago digiere los alimentos. Para que el cuerpo esté sano, todos estos órganos necesitan hallarse integrados. En otras palabras, cada órgano necesita desempeñar su función individual al tiempo que trabajan todos juntos como un todo. La integración no es más que eso: unir distintos elementos para crear un todo que funcione debidamente. Igual que ocurre con un cuerpo sano, nuestro cerebro no puede rendir al máximo a menos que sus distintas partes trabajen conjuntamente de una manera coordinada y equilibrada. Eso es lo que hace la integración: coordina y equilibra las distintas regiones del cerebro que mantiene unidas.

Es fácil ver cuándo nuestros hijos no están integrados: los superan las emociones, están confusos y actúan de manera caótica. No son capaces de responder de una manera serena y competente a las situaciones a las que se enfrentan. Las pataletas, las crisis, la agresividad, y casi todas las demás experiencias desafiantes para la paternidad –y para la vida– son el resultado de una pérdida de integración, también conocida como des-integración.

La integración consiste en este proceso de configuración y reconfiguración: en facilitar a nuestros hijos experiencias para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro. Cuando estas distintas partes colaboran, se crean y se refuerzan las fibras integradoras que unen las distintas partes del cerebro. Por consiguiente, están conectadas de manera más poderosa y pueden trabajar conjuntamente de un modo aún más armonioso. Igual que los cantantes de un coro pueden entrelazar sus voces para crear una armonía que le sería imposible producir a una sola persona, un cerebro integrado es capaz de llevar a cabo mucho más de lo que conseguirían sus partes individuales cada una por su cuenta. Eso es lo que queremos para nuestros hijos: queremos ayudar a su cerebro a estar más integrado para que puedan sacar el máximo rendimiento a sus recursos mentales.

La buena noticia es que usando los momentos de la vida cotidiana podemos influir en la manera en que el cerebro de nuestro hijo avanza hacia la integración.

Este texto lo he extraído del maravilloso libro “El cerebro del niño” de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson. Recomiendo su lectura 100% para los que cuidaís, educáis o convivís con niños. Es una herramienta necesaria para que los hijos sean adultos sanos y equilibrados mentalmente.

Os dejo el enlace del libro por si queréis adquirirlo por amazon.


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