Maurice Maeterlinck, Taller de Edición Rocca. Trad. Juan Bautista Ensenat.Conozco por lo menos dos poemas que hablan sobre el dolor y su conveniencia. Ése de Stevenson cuyo inicio hizo célebre Borges: “Si he vacilado más o menos / en el gran deber de ser feliz / (…) si el cielo, los libros y mi alimento, / y la lluvia de verano se derramaron sobre mi corazón en vano: / Señor, dame Tu fuerza / para que despierte mi tosco espíritu / o, si soy muy obstinado, Señor, / (…) Dame un dolor tan penetrante o una culpa tan atroz / que revivan mi corazón muerto” (El cirujano celestial). Y este otro, de T.S. Eliot: “Blande el herido cirujano el acero, / hurga en el costado lesionado; / debajo de sus manos sentimos / la penetrante compasión del curandero. (…) Nuestra única salud es la enfermedad (…)” (Los cuatro cuartetos). Dos poemas –que son casi oraciones– nos conminan y al mismo tiempo nos advierten: prestemos atención, estemos atentos, regocijémonos en las “pecas de la salmón” o “las alas del pinzón” de los versos de Hopkins; que el asombro no sólo venga de la calamidad o la privación, sino del disfrute de saber, como Blake, que “crear una florecilla es obra de siglos”.Hace casi cien años Maeterlinck publicó La inteligencia de las flores y es vergonzoso constatar cuán resistentes somos todavía a reconocer en las plantas trazos o destellos de un diseño sagrado. Nos creemos, demasiado vanidosamente, privilegiados, pero lo cierto es que ellas, como nosotros, “tantean en la misma oscuridad, encuentran los mismos obstáculos, la misma mala voluntad, el mismo desconocimiento. Parece que tienen nuestra paciencia, nuestra perseverancia, nuestro amor propio (…) Luchan como nosotros contra una gran fuerza que acaba por ayudarlas”. Un libro que es un llamado a despertar del mayor pecado: la indiferencia.
Christian Camilo LondoñoLibélula Libros