Revista Arte

La intemporalidad de la belleza del Arte, su certeza, su pasión, su infinita sorpresa y su conjuro.

Por Artepoesia
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Cuando el capitán británico James Cook realizó su tercer viaje a los Mares de Sur en 1776, en la corbeta HSM Resolution, y en donde acabó trágicamente su vida en las islas Hawai  -tres años después- antes de regresar a Inglaterra, decidió que el pintor inglés John Webber (1751-1793) embarcase como artista oficial de la exploración marítima por el Pacífico. En las islas de Tahití llegaron a desertar dos marineros de la Resolution, y el capitán Cook ordenó a cambio secuestrar a la princesa Poesua, a su hermano y a su padre hasta que le entregasen a los desertores. Webber aprovechó y plasmó en un lienzo la serena, exuberante, majestuosa y salvaje belleza de esa princesa.
Justo trescientos años antes de ese acontecimiento histórico, el siciliano Antonello da Messina (1430-1479) consiguió retratar, por fín, a su querido amor frustrado de juventud, la joven Esmeralda Calafato. Para ello, sólo pudo hacerlo utilizándola de modelo para su impresionante óleo -nada sospechoso- Virgen de la Anunciación. En el temprano momento de 1476 consigue este creador realizar algo  -para esa época ya- verdaderamente prodigioso: dibujar una figura sagrada con tal naturalidad  -asepsia casi-, con un velo recién desplegado para su uso, una mirada demasiado humana, unas manos diferentes, cercanas, auténticas. Y todo ello enmarcado en un fondo nada virginal, ni celestial, ni floral, sólo absolutamente negro, elegantemente negro. Algo inexistente antes y, desde luego, después. Pero, genial, abrumadoramente genial e intemporal.
El pintor suizo John Henri Fusseli (1741-1825) es de los extraordinarios pintores poco conocidos que difícilmente pueden ser clasificados. Adscrito al romanticismo inicial, sin embargo desarrolló tendencias neoclásicas propias de su época. Pero, además, consiguió realizar un lienzo extraño para el año 1800, El Silencio. Su misterio y equilibrio hacen de este cuadro, a la vez tan simple, tan tenue y tan monocolor, una alegoría de la desesperación universal, propia de todas las épocas, de todas las culturas y de todas las emociones en busca de certezas.
El 28 de diciembre de 1789 se incendió en Venecia un depósito de aceite para lámparas, que consiguió traer el infierno al barrio de San Marcuola. El autor veneciano Francesco Guardi (1712-1793) consigue detener el momento dramático donde las llamas, consumiendo su alimento, bailan delante de los venecianos que, como un espectáculo más carnavalesco, observan como aquéllas desean además asolar toda la ciudad entera. No había sido un incendio causado por un hecho absolutamente fortuito y accidental nunca antes retratado de ese modo. Y, como una conjura diabólica, el Arte quiere dejar memoria de lo inevitable, de lo contencioso y de lo espectacular a un mismo tiempo.
En el siglo donde la razón acaba controlando la vida y la sociedad, algunos pintores descubren ya la seductora forma de impresionar en un lienzo la emoción de la imagen que ven. Sin más detalles, sin más perfilamientos ni perfectas formas. En este cuadro de Venecia, con la iglesia de San Giorgio, creemos estar viendo, sin embargo, una creación más propia de todo un siglo después. El mismo pintor veneciano Guardi muestra aquí que la belleza pueden ser también esbozos de otra cosa, de elementos que al final ofrecerán la majestuosidad del conjunto, del color sin aristas, del color sólo insinuado casi, como tiempo después será el impresionismo.
El sacrificio que el patriarca judío Abraham quiso realizar en su hijo Isaac ha sido retratado en infinidad de obras a lo largo de la Historia. Pero aquí, el pintor austríaco Franz Anton Maulberstch (1724-1796) consigue, en esta obra de 1790, realizar ya  una escena bíblica desentonada, diferente, menos levítica y más terrenal. La pasión de la acción detenida, al final del pretendido sacrificio, muestra también la fuerza del impacto visual lleno de colorido, y con una composición más creíble en su dramatismo, si cabe.
El museo del Louvre fue parte de Palacio Real de la corona de Francia cuando la Revolución de 1789 decidió que pasara a formar parte de un museo para el pueblo. La grandiosidad del edificio regio era tal que aquí el pintor exagera en la perspectiva la enorme magnitud de su gran nave central. Pero, consigue, sobre todo, demostrar la infinitud del Arte, su imposible manera de delimitar fronteras a la creación. El pintor francés Hubert Robert (1773-1808) se libró de la guillotina por los pelos y, perdonado, hasta consiguió dirigir el recien inaugurado museo parisino.
El Vesubio ha tenido muchas espantosas pero también maravillosas erupciones de su volcán. Aquí el pintor plasma una en un escenario extraordinario. En él una noche con Luna y un reflejo salado, y unos personajes que lo disfrutan, pero que forman parte del mismo, que se sienten integrados en su fascinante sorpresa. El creador, el pintor francés Pierre Jacques Volaire (1729-1802), se enamoró tanto de Nápoles y su montaña de fuego que la retrató varias veces, especializándose en ello. Su pasión, su obsesión también, le llevó hasta llegar a querer morir en esa ciudad, salvada, casi siempre, de sus conjuros volcánicos.
El belga Joseph-Benoît Suvee (1743-1807) fue un pintor muy aplicado en su tendencia neoclasicista del momento que le tocó vivir. Aquí, originalmente, demuestra como se puede dibujar el perfil de los modelos en el lienzo aplicado al efecto, con su fuente de luz y su útil sombra. Pero, sin embargo, llegó a enojar a su maestro, el grandioso y famoso David, el pintor más consagrado de Francia. Éste no pudo más que sentir la peor de las maldiciones de un creador, la envidia. Así que Suvee tuvo que marcharse al país de las acogidas, de la belleza ilimitada y desbordante, donde las amantes son de todos y las esposas de nadie. Allí, en Roma,  fallecería olvidado, homenajeado y victorioso.
(Cuadro del pintor Antonello da Messina, Anunciación de la Virgen, 1476; Cuadro El Silencio, del pintor John Henri Fusseli, 1800; Cuadro Incendio del depósito de aceite de San Macuola el 28 de diciembre de 1789,  del pintor Francesco Guardi,1879; Del mismo pintor veneciano, San Giorgio Maggiore, 1790; Óleo de Franz Anton Maulbertsch, El sacrificio de Isaac, 1790; Cuadro La Gran Galeria, del pintor francés Hubert Robert, 1795; Cuadro del pintor Pierre Jacques Volaire, Vista de la Erupción del Vesubio, 1770; Óleo del pintor inglés John Webber, Retrato de la princesa tahitiana Poedua, 1779; Cuadro del pintor Joseph-Benoît Suvee, La invención del Arte del Dibujo, 1790.)

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